El sitio estaba vacío. Una chica que estaba leyendo People detrás del mostrador se puso de pie y sonrió amablemente.
– ¿Puedo servirle en algo?
Dave le respondió exhibiendo su mejor baza, su sonrisa.
– Espero que sí. Acabo de desembarcar. He estado en el mar durante varios meses y, bueno, ya ve cuál es el problema. Debo parecer una especie de Robinson Crusoe.
La chica soltó una risita.
– Sí que tiene un aspecto bastante dejado.
– Dígame, ¿ha visto aquella película, Entre pillos anda el juego? La de Eddie Murphy, ya sabe.
– Sí, en aquella estuvo bien, pero después ya no.
– Bueno, pues eso es lo que quiero. Un arreglo estilo Eddie Murphy. Afeitado, corte de pelo, limpieza, manicura, masaje: los 200 dólares al completo.
Una de las compañeras de la dependienta, con un vestido blanco como de hospital y una tarjeta con el nombre de Janine prendida en él, se había acercado y miraba a Dave con los ojos entrecerrados, la misma mirada que él había dedicado al Mazda antes de comprarlo.
– Estamos más en la línea de Pretty Woman que de Entre pillos anda el juego, cariño -dijo Janine-. Pero no tenemos mucho trabajo ahora, así que me parece que podemos atenderte y hacer que parezcas un chico del coro de la iglesia, si quieres. Aunque hace bastante tiempo que no he afeitado a un hombre.
Janine se volvió a mirar a la recepcionista.
– A Martin, mi ex, ya sabes, lo afeitaba. Sí, de verdad. Me gustaba. Claro que si ahora tuviera una navaja cerca de su cuello, haría algo diferente. Ahora asesinaría a aquel hijo de puta.
Pero luego sonrió como si, de repente, la idea de afeitar a Dave le resultara atractiva.
– Bueno, ¿qué dices, cariño? ¿Qué tal te va eso de ceder el poder a las mujeres?
Dave dejó caer la bolsa.
– Janine, estoy dispuesto a correr el riesgo sí tú lo estás.
4
– Bueno Jimmy, ¿qué crees? ¿Me puedo fiar de que Delano tenga la jodida boca cerrada?
Figaro levantó los ojos de su ensalada de cangrejo y miró a las grandes gafas de sol de color azul que llevaba el hombre que tenía enfrente. Toni Nudelli tenía unos cincuenta años y una cara con las mismas arrugas que su traje de lino beige. Estaban almorzando en el Club de Campo Normandy Shores, tan sólo unos minutos al norte de Bal Harbor. Por las ventanas en forma de arco estilo Mizner del restaurante se podía alcanzar a ver la mansión de seis millones de dólares de Cher, al otro lado de la Isla de La Gorce.
– Seguro que te puedes fiar. La ha tenido cerrada durante los últimos cinco años, ¿no? ¿Por qué diablos tendría que chivarse ahora?
– Porque ahora no puedo vigilarlo, por eso. Cuando tenía su asqueroso culo en la cárcel, sabía que podía llegar hasta él. La gente que yo conocía allí dentro podía joderlo bien. Ahora que está fuera, puede hacer lo que le dé la gana sin mirar por encima del hombro y eso no me gusta. Se me atraganta.
– Vamos Tony. Los federales podían haberle ofrecido protección si hubiera querido largar. Un cambio radical de vida.
– Eso es como la menopausia. Es lo mismo que si tu jodida vida se hubiera acabado, ya no vale nada. Si no, pregúntaselo a mi mujer, no he jodido con ella desde hace años. Mira Jimmy, la mayoría de tíos con sangre en las venas aguantarían los cinco años y cogerían el dinero.
Nudelli escogió un palillo de un recipiente de plata y empezó a hurgarse en las muelas de arriba en busca de algo que se le había quedado adherido.
– ¿Lo del dinero cómo fue? ¿Le pagaste? ¿Estaba contento?
– Me parece que sí.
– ¿Te parece que sí?
Nudelli resopló, inspeccionó el trozo de comida que había sacado con el palillo durante un momento y luego se lo comió. Sacudiendo la cabeza con aire cansado añadió:
– Jimmy, Jimmy, si quiero saber lo que piensa la gente, leo el jodido Herald. Lo que quiero de ti y de tu contrato de seis cifras, más gastos, más extras, es algo más que una sonrisa de buen chico y tu jodida impresión. Quiero la ley de la Física como la describió Isaac Newton. Si tenemos x, nos da y. ¿Me captas?
– Estoy seguro -dijo Figaro.
– ¿Juegas al póquer, Jimmy?
– No soy muy aficionado a las cartas, Tony.
– No me sorprende. Dices que estás seguro de algo, pero te encoges de hombros como si llevaras el peso de unas cuantas dudas encima de las hombreras de ese traje tuyo tan caro. Cuando uno está seguro tiene un aspecto más positivo, Jimmy. ¿Qué tal asentir con la cabeza un par de veces? ¿Y sonreír otro tanto? Joder, el hombre del tiempo parece más seguro de lo que dice que tú.
– Tony, si no te importa que lo diga, me parece que estás siendo un poco paranoico. Créeme, Dave es un tío legal. Mientras estuvo en Homestead aprovechó el tiempo al máximo. Se hizo con una educación, un título y una actitud mental positiva. Lo único que quiere es vivir.
– ¿Haciendo qué, exactamente?
– ¿Exactamente? No lo sé. Ni él tampoco. Lo que quiere ahora es tomárselo con calma, gastar algo de dinero…
– ¿Le pagaste?
– Ya te lo he dicho. En efectivo. Con intereses. Le pregunté qué iba a hacer con el dinero y le ofrecí asesoría financiera. Dijo que gracias, pero no.
Nudelli se quedó pensativo mientras sopesaba lo que Figaro le estaba diciendo. Vació de un trago su copa de vino y luego pasó la uña por el borde de cristal.
– ¿Cuáles fueron sus palabras exactamente cuando dijo eso?
– ¿Cómo que exactamente? ¿Exactamente? Pues exactamente no lo sé.
– Jimmy, eres un jodido abogado. Exacto es tu segundo apellido y la marca de nacimiento que tienes en el culo.
– Dijo que no era gran cosa. Que no era precisamente una cantidad que te permitiera empezar una nueva vida.
– Bueno, eso seguro que no suena a alguien que está contento con su beso de despedida.
– Lo estoy citando fuera de contexto, ¿sabes?
– Como si quieres sacar la cita del Familiar Quotations, de Bartlett. Lo que me describes es alguien al que acaban de dar una coca-cola de diez dólares.
– Tony, si hubieras estado allí, habrías visto que el tipo estaba contento, créeme.
El camarero apareció para volver a llenarles los vasos con el Chardonnay californiano que le gustaba a Tony Nudelli. Sabía un poco demasiado a roble para el paladar más refinado de Figaro. Era como beber pulimento líquido para muebles.
– Puede que no trasportado al cielo en un rayo, como el profeta Elias -añadió Figaro-, pero estaba contento, sí.
– ¿Está todo bien, señores? -preguntó el camarero adulador.
– Todo bien, sí, gracias.
– Elías -burbujeó el camarero-. Es un nombre muy bonito, Elias. ¿Por qué mis padres no me pondrían un nombre así, en lugar de John?
Tony Nudelli se echó atrás en la silla de golpe y miró al camarero, con una mueca de irritación que dejó al descubierto sus dientes amarillentos y, ahora, bien escarbados.
– Porque tu cara blanca y redonda llena de mierda les recordó una jodida taza de váter, mamón. * Y si tú y tu sensiblera naturaleza me volvéis a interrumpir, haré que la gente pueda llamarte Vincent, porque sólo te quedará una jodida oreja para meterla en los asuntos de los demás. ¿Lo entiendes? Ahora lárgate antes de que chambrees el jodido vino con esa mano pajillera y caliente tuya.