– No he podido averiguar nada del otro tipo -prosiguió Kent-. Ese matón que tiene por compañero. Pero no me sorprendería en absoluto que también fuera algún tipo de gángster.
– Suena como si hubiera establecido una especie de caso prima facie contra David -dijo Kate-. Lo que he oído hasta ahora es tan circunstancial como la hora de su reloj barato. Joder, cuando devuelve, no vomita sólo la cena de la noche antes, ¿eh? También saca un montón de bilis y canalladas. Por si lo ha olvidado, Kent, son los perros los que están interesados en los vómitos, no el fiscal del distrito. Se le reiría a la cara si le fuera con lo que me ha contado hasta ahora.
– No he dicho en ningún momento que tuviera nada más que -Bowen se detuvo, tragó descompuesto antes de taparse la boca y esperar que pasara otra oleada de náuseas-… Salvo -añadió al cabo de unos momentos- una fuerte sospecha de que no era una persona cabal para que una agente se relacionara con él.
Y a continuación eructó.
– Ése es el sonido más inteligente que ha hecho en toda la mañana, Kent -dijo Kate, poniéndose de pie-. Me voy afuera. El aire aquí huele cada vez más a agrio.
– Agente Furey, todavía no he terminado -dijo Bowen y vomitó en el fregadero.
Casi en el momento en que Bowen se ponía derecho otra vez, una enorme mosca aterrizaba en la vomitona, zumbando con fuerza.
– Bueno, mire qué bien, Kent -dijo Kate saliendo por la puerta de la cocina-; parece que uno de sus amigos acaba de dejarse caer por aquí.
Kate pasó el resto de la mañana sola en su camarote, evitando a todo el mundo, Dave incluido. Lo oyó subir a bordo poco después de las seis, pero cuando bajó Sam a avisarla, le pidió que le dijera que se encontraba mal y que ya lo vería al día siguiente.
No podía saber que la próxima vez que viera a Dave éste tendría un arma en la mano.
Hacia la hora de cenar, con la borrasca todavía soplando fuerte y el mar tan encrespado como antes, Dave volvió al camarote de Al con una tortilla que le había preparado, un trozo de tarta de limón y una taza de café sólo y fuerte.
– Tu comida -dijo al entrar-. ¿Cómo te encuentras?
Al se incorporó en la cama y abrió la boca de oreja a oreja en un bostezo. Se colocó de nuevo la dentadura y dijo:
– Mejor, gracias. Eso que me has dado funciona.
– Creo que será mejor que comas algo -Dave dejó la bandeja sobre la cama-. Tú eres quien tiene que hacer ruido, no tus tripas. Con todo lo que tenemos que hacer, vas a necesitar un poco de energía.
Al asintió, y luego engulló la tortilla con hambre de lobo.
– ¿Qué tal una cerveza? -preguntó.
– No puede ser -dijo Dave-. ¿Ves esas dos tiritas que llevas en los brazos? Son avisos sanitarios. Dicen que la Dirección General de Salud Pública ha dictaminado que sigas en el dique seco hasta que estemos a bordo del Ercolano. Debido a la medicación. Después, champaña para el resto de tu vida.
– No me gusta el champaña -dijo Al, atacando la tarta-. Me da gases.
– Esa es la idea.
– ¿Ah, sí?
– Claro. Es el gas lo que hace que la cojas rápidamente.
Al puso una cara como si nunca hubiera considerado esa posibilidad y se metió el resto de la tarta en la boca. Dave se preguntó si Al habría oído hablar alguna vez de indigestión.
– Gracias por la comida; te lo agradezco.
– No es nada.
– Tenía el estómago más vacío que una puta promesa electoral -Al eructó, satisfecho, y luego vació de un trago la taza de café-. Qué mierda de tiempo, ¿eh? ¿Crees que nos va a retrasar algo?
– Si sigue así -dijo Dave-, seguro que no va a facilitarnos las cosas.
– ¿Cómo es que tú nunca te mareas? •
– Es el poder de la mente sobre la materia, supongo. A mi mente no le importa y la materia no se entera -Dave encendió un cigarrillo y sonrió-. Además, calculo que treinta o cuarenta millones de dólares curarán casi cualquier molestia que me aqueje. Coño, tío, puede que no vuelva a estar enfermo nunca más.
Al sonrió también. Había veces en que le gustaba aquel hombre. Como ahora. Se prometió que, cuando llegara el momento de matar a Dave, lo haría rápidamente. Una bala en la nuca. El tipo ni se enteraría. Le parecía lo mínimo que podía hacer.
19
Jimmy Figaro creía en la historia. Pero, ¿de qué servía si no aprendías de ella? Si no la conocías, estabas condenado a repetir los mismos errores, y un error era algo que Figaro no podía permitirse. No con su lista de clientes. Con algunos de aquellos tipos, la jodías una sola vez y ya estaba. Entonces eras tú quien se convertía en historia.
Una de las lecciones de la historia tenía que ver con ser portador de malas noticias. A un poli que conoció una vez en Orlando lo despertó otro poli en mitad de la noche llamando a su puerta y diciéndole que le traía malas noticias. Resultó que las malas noticias eran sólo que tenía que investigar un accidente en el cual se habían ahogado un montón de niños, y tendría que mirar los cuerpos de aquellos niños. Pero el tío se irritó tanto al enterarse de que, en realidad, no eran malas noticias para él, que nadie de su familia había muerto o algo por el estilo, que agarró una pistola y mató a tiros al otro policía, allí mismo, delante de su puerta.
Había muchas variantes sobre el tema de «no dispares contra el mensajero». A nadie le gustaba el tipo que traía malas noticias. Y ese nadie podía ponerse muy desagradable cuando se trataba de alguien como Tony Nudelli. Era irónico que las malas nuevas de Figaro estuvieran relacionadas con lo mismo que le había enseñado a ser extraordinariamente cuidadoso con Nudelli y su genio. Y ese algo era Benny Cecchino.
Benny Cecchino era un hombre de éxito, un prestamista usurero que había tomado doscientos cincuenta mil dólares prestados de Tony, al 0,5% semanal, para ponerlos en circulación al interés que quisiera. Un uno por ciento o un cien por ciento, a Tony no le importaba a quién se lo cargara, ni cuánto, siempre que él recibiera sus 1.250 dólares a la semana. Cecchino prestó 4.000 dólares a un individuo llamado Nicky Rosen, que se apresuró a desaparecer. Tres semanas más tarde Cecchino estaba conduciendo por Collins y le pareció ver a Rosen en otro coche. Para cuando se dio cuenta de que se trataba de otro tipo, ya había aplastado su Mercedes contra el sosia y lo había enviado al hospital. Un simple error, salvo que el sosia resultó ser el cuñado de Tony Nudelli. Había sido mala suerte y Nudelli podría haberlo perdonado, de no ser porque Cecchino había ido por ahí hablando sobre lo sucedido como si fuera lo más divertido que le hubiera pasado nunca. Como si no le importara una mierda de quién era cuñado. Y en cuanto Nudelli se enteró, cogió una pistola, fue en coche hasta el restaurante donde solía encontrarse Cecchino, que era propiedad de la mafia, y se ocupó del insulto él mismo. Y no con un arma cualquiera además, sino con una pequeña y terrible pistola del calibre doce y del tamaño de una Derringer, disparando una única ráfaga capaz de dar cuenta de un oso pardo. Era como tener una metralleta en la palma de la mano. Un arma de confianza, que dejó la mayor parte de la cabeza de Cecchino en sus rodillas.
Después de que sucediera aquello no fue sólo Jimmy Figaro quien trató a Tony Nudelli con mayor respeto. Fue todo el mundo, incluyendo a Dave Delano.
Mientras Figaro aparcaba su BMW delante de la casa de Nudelli, reflexionaba que era curiosa la forma en que la historia se reescribía constantemente; como años después de pensar que ese capítulo estaba cerrado, aparecían nuevos datos que alteraban tu forma de percibir algo que pensabas que sabías muy bien.
Fue el cliente de Figaro, Tommy Rizzoli -el de los camiones de hielo y los árboles de mangos-, ahora absuelto de todos los cargos de pertenencia al crimen organizado, quien le proporcionó la pizca original de información que hizo que Figaro fuera y comprobara unas cuantas cosas por sí mismo. Lo que descubrió fue que la noche en que Dave Delano vio cómo Tony Nudelli entraba en el restaurante y disparaba contra Benny Cecchino, Dave estaba allí para hacer un trato con Cecchino por cuenta de Nicky Rosen, el tipo que había desaparecido con los cuatro grandes. Resultó que Rosen estaba a punto de casarse con la hermana de Dave, Lisa, y Dave estaba tratando de asegurarse de que a su futuro cuñado no le sucediera lo mismo que al cuñado de Naked Tony, el sosias. Sólo que la habladora del calibre doce había puesto fin a las negociaciones.