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Nadie encontró nunca el cadáver de Benny Cecchino. Pero no pasó mucho tiempo antes de que se corriera la voz de que Nudelli estaba implicado y que Dave Delano había sido el último en hablar con Cecchino antes de que se lo cargaran. El Estado trató de instruir una causa contra Naked Tony y no lo consiguió, y fue entonces cuando los federales, tratando de conseguir un caso al estilo Rico contra Nudelli, enviaron una orden de comparecencia a Dave para que declarara ante un Gran Jurado. Sólo unas pocas semanas después de que Dave fuera condenado a cinco años por desacato al tribunal, Naked Tony se hizo cargo de la lista de deudores de Benny Cecchino. Tres meses después Nicky Rosen fue encontrado muerto en un astillero de Cabo Dinner. Alguien le había abierto la cabeza con una botella rota.

No era que Jimmy Figaro creyera que Dave estaba planeando traicionar a Nudelli o algo así. No tenía ni idea de cuál era el negocio en el que él y Dave andaban metidos; sólo sabía que Dave y Al Cornaro estaban en algún sitio, fuera de la ciudad. En realidad no pensaba que fuera una noticia tan mala. Pero dada la paranoia con que Nudelli había recibido la noticia de la salida de prisión de Dave, no creía que su cliente fuera a tratar esta nueva revelación con ecuanimidad. Así que se había asegurado de llevarle, también, una buena noticia.

Impasible como una piedra, Nudelli escuchó mientras Figaro le contaba toda la historia y luego se estiró las mejillas por encima de los huesos mientras meditaba sobre lo que acababa de oír. Finalmente dijo:

– ¿Y con qué vas a endulzarme esa pildora llena de mierda que me acabas de traer, Jimmy?

– Con esto -dijo Figaro sonriendo, cambiando, exaltado, de posición en el sofá de piel. Ése era el momento que había estado esperando-: El Tribunal de Apelaciones ha ratificado la decisión del Tribunal de Primera Instancia rechazando la impugnación a la participación de capital público en la financiación de nuestro hotel. Eso significa que la ciudad actuó correctamente al crear una zona de reurbanización para financiar su parte del proyecto.

– Eso son buenas noticias, Jimmy.

– ¿No es estupendo? -Figaro sonrió y pensó que había manejado bien la situación.

– Así que, ¿cuándo pueden empezar los albañiles? -preguntó Nudelli.

– Tan pronto como les des la entrega inicial, Tony.

Nudelli permaneció en silencio.

– No hay ningún problema con el dinero, ¿verdad? Veinticinco millones en efectivo. Son un montón de billetes verdes. Pero sin ellos…

– El dinero está en camino. Llegará un día de éstos. Tan pronto como Al vuelva a Miami. Así que no te preocupes por nada. Ahora veamos, ¿cuándo crees que podremos abrir el hotel?

– A principios del 98.

– Entonces me parece que esto exige una botella de champaña -Nudelli tocó un botón de su escritorio para llamar a Miggy, el mayordomo-. No sabes lo feliz que me has hecho, Jimmy.

– Me alegro. Me siento aliviado. Para ser sincero, estaba un poco preocupado por cómo te tomarías lo otro; lo de Dave Delano.

– Te agradezco tu preocupación, Jimmy. Puede que ahora me comprendas un poco mejor, ¿eh? Me olía algo raro sobre ese chico, ¿te acuerdas? -Apuntó con el dedo a Figaro-. Y tú pensabas que actuaba como un paranoico.

Jimmy Figaro empezó a protestar, pero Nudelli no estaba dispuesto a que lo contradijera sobre aquel punto.

– No me discutas, joder, es verdad -Pero Nudelli lo decía riendo, sin dejar de mover el dedo, admonitorio-. Lo he visto en tus ojos. Lo pensabas, aunque no lo dijeras. Bueno, es que tengo instinto para estas cosas. Puede que por eso esté donde estoy. No por la educación universitaria, que no tengo, ni por el padre rico, que tampoco he tenido, ni por haberme casado con alguna tía con clase. He llegado a estar donde estoy confiando en mi puto instinto, ¿sabes? Igual que sabía que podríamos superar toda esa mierda de la zona de reurbanización.

Nudelli se dio unos golpecitos con el dedo al lado de la nariz y luego al lado de las sienes. Soltó una risa cacareante diciendo:

– Es un instinto básico; como el coño de Sharon Stone. Se ve una sola vez, sólo un segundo, pero siempre está ahí; esperando para entrar en acción.

Figaro sonrió también y sacudió la cabeza con visible admiración.

– Tengo que admitirlo, Tony, tenías razón, desde el principio.

Eso era todo lo que Nudelli quería de Jimmy Figaro. Su reconocimiento.

– ¿Y qué va a pasar ahora? -preguntó Figaro-. ¿Con Delano?

– ¿Qué quieres decir?

– Tenía la impresión de que habíais ultimado algún tipo de acuerdo comercial.

Nudelli levantó la mirada hacia el reloj de pie apoyado en la pared de su estudio. Un control del tiempo por valor de veinte mil dólares. Era inglés. Una larga caja de madera de nogal Jorge II, alta como un jugador de baloncesto. Tan alta como la pila de dinero que esperaba que Al trajera de su golpe en el Atlántico.

– ¿Ultimado? Sí -Tony Nudelli se rió-. Dentro de sólo unas pocas horas así es como estará; ultimado.

20

Dave estaba sin aliento. Eso es lo que podía resultar de darse un paseo hasta el bloque de alojamientos por el estrecho flanco del buque por la noche y con un mar embravecido. Varias veces Al y él habían tenido que detenerse y agarrarse a la barandilla hasta que hubo pasado el oleaje y pudieron volver a moverse. Por lo general, se tardaba cinco minutos en recorrer el camino. Esta vez les llevó más de veinte. Y cuando finalmente alcanzaron su objetivo, ambos estaban empapados hasta los huesos. Por un momento un pensamiento pasó por su cabeza: «¿Qué coño estoy haciendo aquí?». Luego se dominó y dejó la pregunta sin respuesta no fuera que Al se ofendiera. Conscientes de la magnitud de la tarea que habían iniciado, se separaron en silencio por miedo a expresar las dudas que cada uno sentía. Dave se encaminó a la sala de la radio y Al bajó a hacerse con el control de la sala de máquinas.

Dave aplicó la oreja a la puerta de la sala de radio, escuchando atentamente durante un rato, para asegurarse de que no había nadie. Igual que Rashkolnikov (el protagonista de Crimen y castigo), listo para aplastarle la cabeza a la vieja. No es que planeara matar a nadie, y mucho menos a Jock. Pero aunque eran más de las doce, allí había alguien. Oía el sonido de una máquina en marcha. Si Jock estaba dentro, Dave confiaba en que el escocés tuviera el buen sentido de no resistirse. Luego, mirando su Breitling, comprendió que no podía esperar más. Estaban trabajando con una sincronización muy ajustada. La tormenta tenía la culpa. No habría tiempo para errores. Dave contaba con sólo un minuto o dos para cerrar con llave la sala de radio y luego tomar el puente antes de que Al entrara en acción allá abajo.

Abrió la puerta y vio que todo estaba a oscuras, salvo una pequeña luz verde, como un único ojo de algún animal nocturno. La sala de radio estaba vacía y vio que el ruido procedía de la máquina, de fax que iba arrojando un largo rollo de papel al suelo. Encendió la linterna para ver de qué información se trataba, por si afectaba a su cita, y vio que sólo eran los resultados de los partidos de fútbol jugados a mitad de semana en Inglaterra. Y el Arsenal, fuera quien fuera, había vuelto a perder. Dave echó la llave por fuera, se la metió en el bolsillo del chaleco de cazador que llevaba encima del antibalas y se dirigió al puente.