El reloj acababa de marcar la medianoche cuando el tercer oficial fue relevado por el segundo oficial, Niven. Normalmente, ésta era la más tranquila de todas las guardias, y duraba hasta las 4 de la mañana, cuando a Niven lo relevaba el primer oficial. Pero el tiempo había dado a la tripulación de guardia mucho que hacer, vigilando el programa de abordaje y colisión. Esto entrañaba tomar el rumbo y la demora del radar con el ARPA del buque, para conseguir el cálculo vectorial de otros barcos que pudieran estar en la zona. El Duke iba a 105 revoluciones por minuto. Niven acababa de oír decir al timoneclass="underline" «A babor, un grado», y comprobaba el ajuste del timón en un grado, hecho por el ordenador, cuando se encontró frente al cañón con silenciador de la metralleta de Dave. La luz roja que surgía del dispositivo de mira por láser que había debajo del cañón del arma confirmaba que el portador de la misma iba en serio.
Dave confiaba en que los hombres que estaban en el inestable suelo del puente oyeran lo que tenía que decir por encima de los latidos de su corazón.
– Ordene avante lo más lento posible.
Niven no vaciló, comprendiendo que sólo en las películas se le ocurría a nadie discutir con un tipo que te apuntaba con un arma. Cogió el teléfono de la sala de máquinas, transmitió la orden de Dave y esperó hasta que le fue confirmada por el segundo oficial. Todavía con el teléfono en la mano dijo:
– Despacio avante.
– Fije el giroscopio para pilotaje automático -ordenó Dave.
– Ya está fijado. Puede comprobarlo si quiere.
Dave sonrió.
– ¿Por qué iba a mentir? -dijo.
Niven tragó saliva. Dave señaló hacia la ventana del puente con la metralleta.
– ¿Hay tripulantes a popa?
– No con este tiempo.
Dave cogió el teléfono de la temblorosa mano de Niven y le hizo un gesto para que se apartara.
– Quiero hablar con el hombre de la metralleta -dijo.
Después de una corta pausa, oyó la voz de Aclass="underline"
– Sala de máquinas controlada.
– Puente controlado -dijo Dave-. Vamos a bajar.
Le lanzó el teléfono a Niven, quien debido al miedo, manoteó y luego lo dejó caer al suelo.
– Lo siento -dijo, recuperándolo lentamente y volviéndolo a colocar en el soporte.
– Mantenga la calma y todo irá bien -aconsejó Dave-. A partir de ahora todo depende de su actitud. Tener la actitud equivocada puede ser poco sano. ¿Me sigue?
– Como a Moisés los judíos.
– Buen chico -dijo Dave-. De acuerdo, vamos abajo.
– Perdone, pero ¿qué pasa con el timón? -preguntó Niven.
– Está en automático -dijo Dave-. El ordenador vigilará el ARPA.
– Sí, pero de cualquier modo… Con este tiempo, siempre es mejor no perder de vista las cosas.
Dave no tenía tiempo para discutir. En silencio, movió el arma hacia el ala del puente y las escaleras que llevaban abajo. Los dos hombres miraron a Dave y su arma con cautela y atención y luego cruzaron la puerta. Pocos minutos después ellos y el hombre que antes estaba en la sala de máquinas entraban dócilmente en el taller. Dave observó que Al empujaba al jefe de máquinas con brusquedad con el cañón de su metralleta y luego corría el cerrojo de la puerta.
– ¿Te ha causado problemas?
– Está vivo, ¿no? -respondió Al en tono inquietante.
– No te pongas en plan de jodido tío duro. Vamos de Smith & Jones, ¿de acuerdo?
Al se encogió de hombros y fue entonces cuando Dave observó que en una de las cadenas de oro que llevaba al cuello había un crucifijo. Al llevaba un montón de oro, pero ésta era la primera vez que Dave le había visto un crucifijo. Cogiéndolo en su mano con medio guante, le dijo:
– ¿Qué es esto?
Al le quitó el pequeño crucifijo de las manos y lo metió dentro del duro frontal de su chaleco a prueba de balas.
– ¿De verdad crees que Dios va a protegerte cuando llevas una metralleta en la mano? -dijo Dave riendo.
– ¿Y tú quién eres? ¿El mierda de Billy Graham? ¿Qué coño te importa lo que yo crea?
– Creo que un hombre tiene que confiar sólo en sí mismo, eso es todo. No me gusta la idea de que hay segundas oportunidades en la vida. Hace que la gente se descuide. El único que está vigilando tu culo por aquí soy yo, Al. No Dios. Procura no olvidarlo.
– Tú cuídate de tu propia mierda y deja que yo me encargue de la mía. Puedo controlar las notas discordantes de mi sistema. No me afectan las contradicciones inherentes a mi situación. ¿Entiendes lo que digo? Así que saca la nariz de mi jodida conciencia y vamos a dar unas cuantas patadas en el culo de alguien.
Con tres hombres encerrados, eso dejaba otros catorce de quienes dar cuenta. Todas las dependencias de los oficiales y tripulantes estaban en la misma cubierta. La mayoría dormían y unos cuantos estaban borrachos. Ninguno ofreció resistencia. Con excepción de Jellicoe. Fue el último en ser sacado bruscamente de su cama a punta de pistola. Ver al resto de sus hombres esperando dócilmente de pie en el pasillo bajo la vigilancia armada de Dave pareció hacer brotar en él la tradición de orgullosa resistencia de su país.
– Saben qué es esto, ¿no? -dijo con severidad.
– Cierre la jodida boca.
– Es piratería, eso es lo que es -persistió Jellicoe-. Es un delito contra la ley de las naciones, eso es lo que es. Verán, fuera de la jurisdicción normal de un estado, aquí yo soy la ley. Y les juro que no se saldrán con la suya, hijos de puta. Sea cual sea su nacionalidad o su domicilio, pueden estar seguros de que les perseguiré, les arrestaré y les castigaré, ya que tengo el poder de hacerlo bajo las leyes interna…
Al metió el cañón recortado de su escopeta debajo de la nariz de Jellicoe y quitó el seguro, lo que tuvo el efecto inmediato de silenciarlo. Luego, con una expresión de intensa irritación, Al miró a Dave como si le hiciera personalmente responsable y dijo:
– Vale, acepto toda esa mierda de Smith & Jones. Pero si me viene otra vez con esta basura, voy a meterle un tiro por cada jodida ventana de la nariz.
– Haga lo que dicen esos cabrones, señor -dijo uno de los tripulantes de Jellicoe-. Por los clavos de Cristo. Si no, hará que nos maten.
Al volvió su malévola mirada a Jellicoe y dijo:
– ¿Lo has oído, maricón de mierda? Es un buen consejo. Otro comentario tuyo y te envío a perseguir al Octubre Rojo, como que hay Dios. ¿Lo entiendes?
Antes de echar la llave a la puerta del taller, Dave se llevó aparte a Jock.
– Siento todo esto, Jock. Mira, en el suelo hay algunas herramientas y otras cosas que os ayudarán a escapar. Pero te recomiendo que no empecéis hasta alrededor de las seis. Al se va a poner nervioso si oye que dais golpes y cuando está nervioso se lía a disparar a la más mínima. Ya sabes qué quiero decir. El barco va avante a marcha lenta con el piloto automático, así que no tienes que preocuparte de nada en ese aspecto. Una cosa más. En el Carrera encontrarás a algunas personas esposadas. Las llaves de las esposas así como la llave de la sala de radio están en la caja fuerte de mi barco. Es una combinación de cuatro cifras. Ya os he tecleado el primer número. Sólo tenéis que encontrar los otros entre 999 posibilidades. No os tendría que llevar más de un par de horas. Lo sé. Lo he probado yo mismo. ¿Lo entiendes?
– Sí, creo que sí -dijo Jock frunciendo el ceño-. ¿Puedes decirme de qué va todo esto?
– Es lo que tú dijiste, Jock. Cada uno tiene que arreglárselas como puede.
Vaciar el bloque de alojamientos y encerrar a la tripulación era la parte más fácil de todo el plan. Pero trepar de un yate a otro y trasladar a propietarios y tripulaciones desde sus barcos y a lo largo del flanco del buque de noche siempre había parecido más problemático. Ahora, con mar gruesa, parecía imposible. Como Dave y Al habían descubierto en su recorrido hasta los alojamientos, hubiera sido facilísimo que alguien se cayera por la borda, ahogándose sin duda alguna. Pero Dave era de lo más flexible a la hora de abordar su plan y, cuando tropezó con las placas y tarjetas de identidad del FBI, se le ocurrió una idea para ahorrar un tiempo y un esfuerzo cruciales. Y en cuanto los oficiales y tripulantes del buque estuvieron a buen recaudo, Dave le contó a Al el cambio de planes.