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– Al -dijo en voz baja-. Tengo un regalo para ti. Mira, no quiero que te alarmes cuando veas lo que es, ¿vale? Porque lo normal es que te alarmes, ¿sabes? En circunstancias normales mirarías lo que estoy a punto de darte y te sentirías muy incómodo. Y no sería yo quien te culpara por ello. Pero cualquier idea creativa, si es realmente buena, siempre acarrea un cierto grado de improvisación. Como el buen jazz, ¿sabes? O como Jimi Hendrix.

– ¿Improvisación? -El ceño de Al se acentuó-. ¿Qué coño es esto? ¿De qué estás hablando… improvisación? ¿Tengo aspecto de ser el mierda de Lee Strasberg o algo así? Estamos dando un golpe, no apuntando las ideas de un jodido director.

Estaban de pie en el puente vacío mirando hacia abajo, hacia los difusos contornos de la flotilla cautiva de yates. Aparte de las dos luces en la popa del buque, todo estaba a oscuras. Dave asintió y dijo:

– Eso ha estado bien. Lee Strasberg está bien. Es un ejemplo mucho mejor que Jimi Hendrix porque vamos a tener que actuar un poco. ¿Has pensado alguna vez en ser actor, Al?

– Odio a los jodidos actores.

– Eso también está bien. Trata de no olvidarlo. Porque la mejor manera de manifestar tu desprecio por los actores sería demostrar lo fácil que es actuar.

– ¿Quieres ir al grano, hijo de la gran puta?

– De acuerdo, éste es tu papel -Dave sacó la placa de identificación de Kent Bowen y se la pasó. Confiaba que a la tenue luz del puente Al no reconociera a Bowen en la foto-. Te llamas Kent Bowen y eres un ASAC del FBI.

Al miró atentamente la tarjeta.

– ¿De dónde coño la has sacado?

– Eso no importa ahora. Ésta y la otra que tengo en el bolsillo nos van a ahorrar mucho ir arriba y abajo -Echó una ojeada al reloj. El cambio de planes parecía ahora esencial-. Mira esos barcos de ahí abajo y piénsalo: hemos de subir y bajar de ese montón de jodidos barcos en la oscuridad, y con esta mierda de tiempo va a ser bastante peligroso, aparte del tiempo que nos va a ocupar. ¿Verdad? Esta idea del FBI es sólo una manera de agilizar esta fase de la operación. ¿Lo coges?

Menos esfuerzo para los mismos beneficios; eso le iba a Al.

– Creo que sí -dijo.

Dave recuperó la cartera del FBI de Bowen y metió una mitad en la correa del chaleco de Al, de forma que la placa colgara delante.

– Ya está -dijo-, pareces el mismísimo Al Pacino. Bien, éste es el plan. Tú y yo no vamos a subir a esos barcos haciéndonos pasar por un par de federales. Les diremos que hemos tenido bajo vigilancia a uno de los barcos que hay aquí, bajo sospecha de contrabando de drogas. Sólo que ahora tenemos que actuar y arrestarlos antes de que transfieran la mercancía a otro barco. Por eso, pedimos a todo el mundo que se quede en sus camarotes por si acaso hay tiroteo y que no hagan ruido alguno. ¿Crees que puedes manejarlo?

Al miró la placa que llevaba y meneó la cabeza.

– Joder -dijo-, es una sensación rara. Claro que puedo manejar esta mierda, sí. Actuar; eso está chupado. Si Arnie Schwarzenegger puede hacerlo, entonces cualquiera puede. Soy Jack Webb, no hay problema. Cuando era un crío siempre veía Dragnet.

– Ahora te escucho -dijo Dave.

– Oye, dime otra vez quién se supone que soy -dijo Al y antes de que Dave pudiera desviar su atención, se había sacado la cartera del chaleco y estaba observando atentamente la tarjeta de identidad de Bowen-. Será mejor que me meta en el personaje.

– Te llamas Bowen -dijo Dave, confiando en distraer a Al, preocupado por como podría reaccionar ante la presencia de tres agentes federales auténticos a bordo del Duke-. Y eres lo que los federales llaman un ASAC.

– Saco de mierda, lo más seguro -murmuró Al-. ¿Sabes?, es una tarjeta bastante buena. Con unas credenciales así, yo podría…

– Sí, sí, vamos Al, en marcha.

– Eh, espera un minuto. Yo conozco esta jeta. Es el tipo que va en el bote de la tía ésa que te gusta. Esa tía que te has estado…

– Al, no hay tiempo para explicaciones.

– Lo es, ¿no? Es ahí donde he visto a este tipo. Y esta placa. Esto es Coca-Cola. Lo auténtico.

– Nada de esto importa.

– Y una mierda. Enséñame tu placa.

– Estas placas van a facilitarnos las cosas, Al, si dejas que lo hagan.

– Dámela, capullo.

Dave vio que no valía la pena discutir. Le dio la placa de Kate y observó cómo en la fea cara del hombretón aparecía un gesto de horror.

– Joder, ella también es una federal. Te has tirado a una federal, ¿eh? No me lo puedo creer. Te has tirado a una federal. ¿En qué leches pensabas? ¿No estabas nervioso ni nada?

– No sabía que era una agente cuando follé con ella -mintió Dave-. Estaba curioseando en el cajón de sus bragas y fue entonces cuando encontré la cartera.

– ¿Y el otro tipo? ¿El alto con gafas? ¿También es un federal?

– No, está con los guardacostas.

– ¿Te lo tiraste también? ¿O sólo te van los federales? -Al sacudió la cabeza, asombrado-. Joder, no puedo creerlo. ¿No te pone nervioso? Me vienen ganas de correr en busca de la teta de mamá.

– Relájate, ¿quieres? Todo va bien. No son una amenaza para nosotros, créeme. Para empezar, están en misión secreta; vigilando a Jellicoe. Sospechan que hace contrabando de drogas o armas o algo por el estilo. No tiene nada que ver con nosotros. Nada, ¿lo entiendes? Y, además, me llevé sus armas al mismo tiempo que sus papeles y las tiré por la borda, por si acaso.

Dave pensó que la historia de Jellicoe era mejor para la paz mental de Al que decirle que no tenía ni idea de quién era el objeto de vigilancia, o por qué, salvo que con seguridad no eran ellos dos.

– ¿Llevaban armas?

– Pues claro que llevaban armas. Son del FBI, no unos capullos Vigilantes de la Playa.

– Sigue sin gustarme.

– No tiene que gustarte, Al. Lo único que tienes que hacer es actuar, por los clavos de Cristo.

– ¿Y qué pasa con ellos? Con los federales. ¿Qué vas a hacer con ellos? -dijo Al, devolviéndole la placa de Kate.

– Tranquilo. Yo me encargo de eso.

– Una despedida romántica, ¿no?

– Algo así.

– Tío tengo que reconocértelo. Tirarse a una federal. Para cualquiera sería todo un trofeo, pero alguien como tú, además… Un ex presidiario que acaba de salir de una cárcel federal. Espera que se lo cuente a Tony. No se lo va a creer. Tú, Dave Delano. Mister Sang Freud. Es francés -explicó Al-. Significa que tienes serenidad. Como si tuvieras hielo en las venas.

Kate estaba en su camarote, tumbada en la cama que se mecía suavemente, dormitando. En la cabeza se le acumulaban grabados y retratos robot de vagas ideas; pero no podía concentrarse en ninguna de ellas. ¿Qué iba a hacer? No podía hacerle el vacío a Dave el resto del viaje. ¿Y si estuviera involucrado en la mafia de las drogas? ¿Sería eso mejor o peor que ser un ladrón de joyas? ¿Podía creerse algo de lo que Dave había dicho? Sí. La quería. Incluso quería casarse con ella. Hasta ahí lo creía. Y no porque quisiera creerlo, sino porque sabía que era la verdad. Y en ese caso, y dado que ella sentía lo mismo por él, ¿lo demás importaba? ¿Qué podía importar estar en el FBI y permanecer en Florida comparado con lo que sentía por él? ¿Acaso no era eso lo que había estado buscando? ¿Algo que se saliera de lo corriente? ¿Qué importaba que en realidad no supiera nada de él? Como Dave había dicho, cada día miles de personas que no se conocían, se enamoraban y se casaban. ¿Es que sus matrimonios tenían menos fortuna que los de los demás? El de Howard y ella, por ejemplo. Se habían conocido tres años antes de casarse. Y ya ves el resultado…