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No estaba dormida cuando despertó; fue más bien como si volviera de la inconsciencia. Como si algo la hubiera perturbado; algo distinto de la tormenta que seguía azotando el ojo de buey. Como si alguien hubiera entrado en el camarote. Kate se dio la vuelta en la cama para encender la luz y se encontró con una mano que le tapaba la boca antes de que pudiera alcanzar el interruptor.

– Soy yo, Dave. No chilles -Y al momento siguiente apartaba la mano y la sustituía por los labios.

Durante uno o dos minutos Kate se entregó a su beso, relegando todas sus dudas al fondo de su mente. Él estaba allí, con ella, y eso era lo único que contaba. Rodeándolo con sus brazos, trató de atraerlo encima de ella, deseando que le hiciera el amor, sin tener en cuenta lo que ahora sabía de él.

– Dios, Dave -murmuró-, estás completamente mojado. ¿Pasa algo en el barco?

– No.

– Me alegro de que hayas venido.

– Kate, tengo que hablar contigo.

– Te he estado evitando, lo siento. Me arrastrabas. No sabía cómo reaccionar… ¿Cómo vas vestido? Déjame que encienda la luz.

Pero Dave le impidió moverse y, percibiendo que él no quería luz, empezó a pensar que algo iba mal.

– Quiero que sepas que todo lo que dije lo dije de verdad, lo de que te quería, y que quería casarme contigo.

– Lo sé, lo sé.

– ¿Y?

– ¿No podemos hablar de esto después de hacer el amor?

Él suspiró y se apartó de ella en la oscuridad.

– Me gustaría, de verdad que me gustaría. Pero, verás, me voy del barco. Esta noche.

– ¿Que te vas? Dave, ¿de qué estás hablando? ¿Qué está pasando?

– Escúchame atentamente. Dos cosas.

Kate estiró el brazo y encendió la luz. De una mirada abarcó el chaleco antibalas, la automática del 45, la metralleta, las miras nocturnas y el walkie-talkie. Parecía una especie de comando. O quizás algo peor.

– Por todos los santos.

Dave se encogió de hombros como disculpándose y dijo:

– Bueno, esto es la primera cosa.

– ¿Qué coño está pasando?

Dave empezó a responder, pero ella lo silenció con igual rapidez. Con la boca convertida en una línea de desaprobación, dijo:

– No, no me lo cuentes. Me parece que puedo adivinarlo. Es piratería, ¿no?

– ¿Estás segura de que no quieres cambiar de opinión y venir conmigo? -preguntó Dave.

Kate se rió con desprecio. Sólo que el desprecio no era hacia él sino hacia sí misma. Que se hubiera demostrado que se había equivocado con este hombre, el hombre que amaba, y que lo hubiera demostrado nada menos que Kent Bowen. Nunca le permitiría olvidarlo, el hijo de puta. Se oyó a sí misma diciendo:

– ¿Yo, fugándome con un pirata, un ladrón de droga? Creo que no.

– Lo siento -dijo Dave. Así que había tenido razón al pensar que había drogas escondidas en algún lugar del buque. Y eso era lo que ella creía que él planeaba robar-. Lo siento, porque fui sincero en cada palabra que dije.

– Sí, eso ya lo dijiste -sonrió con amargura-; dijiste muchas cosas que ahora no significan nada. ¿Y yo? Me tragué toda la historia del millonario ¿eh? Y luego toda esa basura del caballero ladrón de joyas. Me hiciste bailar al son que quisiste… ¡y cómo!

– De acuerdo, soy un embustero -admitió Dave-. En este mundo todos pretendemos ser lo que no somos -Se detuvo, esperando que también ella le desvelara su engaño.

– ¿Así de fácil? -dijo ella-. No te engañes, Dave, si es que ese es tu nombre. Tú eres sólo otro reincidente de Homestead – Kate sonrió ante la cara de sorpresa de Dave-. Sí, lo sé todo.

Dave trató de deducir cómo habría averiguado que era un ex presidiario. Seguía sin estar segura de su nombre pero, de algún modo, podía relacionarlo con Homestead.

– Tienes que tener más cuidado con los libros que robas.

O sea que era eso. Debía haber algo en uno de sus libros. Un ex libris o algo así. Tendría que haber sido más cuidadoso. Dave comprendió que la había subestimado.

– Supongo que crees que has calculado todas las eventualidades -Kate bajó lentamente de la cama y se puso de pie-. Bueno, no voy a desearte suerte. A la gente como tú no le interesa dejar las cosas a la suerte. Necesitáis algo seguro. Pero hay algo que me gustaría darte, como recuerdo. Algo que haga que te acuerdes de mí; cuando estés encerrado otra vez.

Dave la observó mientras levantaba la colcha con calma, admirando la forma en que mantenía el control. Allí estaba él, armado hasta los dientes, y ella, en pijama, pero todavía buscando la pistola, impertérrita, pensando que aún contaba con una oportunidad de detenerlo; resistiéndose a admitir el fracaso. No cabía duda alguna. Había escogido a alguien realmente especiaclass="underline" Kate Furey era toda una mujer.

Lentamente, Kate sacó el cajón de debajo de la cama y dijo:

– Un pequeño recuerdo de nuestro amor. Así siempre sabrás exactamente lo que te perdiste cuando destruíste mi buena opinión de ti, Dave.

Sonriendo, Kate rebuscó en el cajón, metiendo la mano hasta el fondo, donde guardaba su placa y la Ladysmith 38. Había que ver cómo permanecía allí sentado, con las piernas abiertas, los brazos cruzados, como si ya tuviera el botín en el bolsillo. Lo último que esperaría era que una agente federal bien entrenada sacara un arma y le apuntara directamente a las pelotas.

Dave observaba cómo su búsqueda se iba haciendo cada vez más frenética y cómo la sonrisita astuta desaparecía rápidamente de su cara.

– Parece que te falta algo -dijo. Y sacando la placa del bolsillo de su chaleco de cazador, la abrió con el índice-. ¿Es esto lo que está buscando agente Furey?

Kate se abalanzó tratando de arrebatarle la cartera.

– Tsé, tsé -dijo Dave, y volvió a meter la cartera en el bolsillo-. Esto y la pistola que lo acompañaba. ¿Qué habrías hecho si lo hubieras encontrado? ¿De verdad me habrías disparado?

Kate volvió a sentarse y cruzó los brazos con calma.

– Nunca lo sabremos, ¿verdad?

– Agente Furey. Prefiero ese nombre. Te sienta mucho mejor que Parmenter. Agente Furey suena a algo que el ejército podría haber utilizado en Vietnam. Quizás un defoliante. No cabe duda de que sacudiste a fondo las hojas de mi árbol; no me importa reconocerlo. Y ahora están esparcidas por toda la hierba.

– Parmenter es mi nombre de casada.

– ¿Esa parte era verdad; lo de que te estabas divorciando?

– Sí.

– ¿Él es también del FBI?

– No, es abogado.

Dave asintió con la cabeza.

– ¿Cuándo lo descubriste? -preguntó Kate.

– Yo podría hacerte la misma pregunta. Pero me temo que no tenemos tiempo -Dave sacó un par de esposas de su chaleco y las tiró al suelo-. Sólo una muñeca, por favor, si no te importa.

– ¿Y si me niego a complacerte? ¿Crees que podrías disparar contra mí?

– No. Ni siquiera podría apuntar con una pistola al contenido de tu cajón. Pero apuesto a que podría hacerle un bonito agujero en la cabeza a ese jefe tuyo, Kent Bowen.

– Ya somos dos.

– Y Al, bueno, Al es capaz de casi cualquier cosa cuando se trata de los federales.

– Me lo imagino -Kate cerró una esposa en torno a su muñeca. Por mucho que le desagradara Kent Bowen, en realidad no tenía estómago para ver cómo sufría daño alguno.

– Por si te lo estabas preguntando, Bowen y el otro tipo están esposados en sus lujosos camarotes.

Kate levantó la mano donde llevaba la esposa.

– ¿Puedes conseguirme unos pendientes a juego?

Dave señaló el cuarto de baño.

– Entra ahí, por favor.