– Pensaron que los habíamos atrapado. Pensaron que era un arresto de verdad. Por eso trataron de coger las pistolas.
Pero a Al todo eso no le importaba. Estaba volviendo ya hacia el camarote, donde los dos cuerpos yacían en una postura grotesca, retorcidos en la cama manchada de sangre, para encaminarse escaleras arriba.
– ¿Qué coño importa eso ahora? -dijo-. Están muertos, ¿no? Para ellos fue un arresto de verdad. Estar muerto es el mayor arresto que hay.
Cuando subió y salió a la luz de la luna, Dave respiró hondo, aspirando el aire fresco de la noche. El Britannia parecía tan puro y blanco que era difícil relacionarlo con la sangrienta escena del camarote bajo cubierta. Pasaron un par de minutos antes de que se diera cuenta de que había pasado algo más.
– La tormenta ha amainado -dijo.
– Eso es lo que bajé a decirte -dijo Al-. Ha pasado así, sin más.
– Bueno, algo es algo.
– ¿Sigues queriendo hacerlo del modo difícil? -preguntó Al.
– ¿Qué quieres decir?
– Sin matar a nadie.
– Más que nunca.
– Estás siendo un pelín pejiguero, ¿no? Estos tíos no van a cooperar más que los tres que acabamos de cargarnos.
– Al, entiendo que eres un pistolero profesional. Pero yo, yo soy un aficionado del montón. Como te dije antes, no quería matar a nadie. Y ahora que he matado a dos personas -las dos primeras personas que he matado nunca- todavía tengo menos ganas de convertirme en un pistolero. Lo que he hecho antes hace que sienta ganas de vomitar.
– Ey, no dejes que te estropee la noche. Aquello fue en defensa propia. Eran ellos o tú, como tú dijiste. Es la intención lo que cuenta. Incluso la ley lo sabe. Un federal de verdad los habría despachado igual que hiciste tú. Así que si están muertos es culpa suya, no tuya. Fueron unos estúpidos de mierda. Tenían que ser estúpidos para pensar que podían sacar un arma contra alguien con la artillería que tú llevabas.
– Uno era una chica, Al.
– De eso me di cuenta. Y guapa; con buenas tetas. Pero una tía guapa con buenas tetas y una pistola. Eso lo cambia todo en este mundo, joder. Y del otro también, si me apuras -Al se encogió de hombros-. Sigo pensando que tendríamos que cargarnos a estos cabrones. Por eso llevamos silenciadores.
– Te diré lo que vamos a hacer, Al. Haré un trato contigo. Si podemos evitar más derramamiento de sangre, puedes quedarte con la mitad de mi parte.
Al lo pensó un momento. Dado que estaba planeando matar a Dave en cuanto viera acercarse al Ercolano al punto de encuentro y dado que Naked Tony ya le había prometido la parte de Dave de cualquier modo, el trato no parecía tan bueno. Pero no tenía más remedio que aceptar si no quería arriesgarse a despertar las sospechas de Dave. Era un tío agradable para estar muerto.
– De acuerdo, acepto el trato. La mitad de tu parte y no más tragedias humanas.
– Dispararemos sólo en defensa propia.
– De acuerdo -suspiró Al-. Pero no te me ablandes, Dave. Recuerda que es a mí a quien se le supone una conciencia, no a ti. El católico soy yo. Tú… tú eres ateo. Tú no crees en una puta mierda.
Al cayó en la cuenta de por qué no encontraron ninguna resistencia en el Baby Doc casi tan pronto como pusieron el pie dentro de la pestilente sala. El sucio interior del barco estaba lleno de botellas de vodka vacías y encima de la mesa del comedor había lo que parecía haber sido una partida de Monopoly en serio, especialmente porque la habían jugado con dinero de verdad. Había montones de dólares esparcidos por todas partes y a ojos de Dave era fácil entender lo que debía de haber pasado.
Primero, un montón de bebida. Aunque pocos, si alguno había, en la tripulación eran realmente rusos, parecía como si la idea de lo ruso hubiera ejercido un efecto tan poderoso sobre aquellos hombres que se hubieran sentido en la obligación de hacer honor a la fama de bebedores de que disfrutaban sus patronos. Segundo, la idea de jugar una última partida de Monopoly, con parte del dinero en billetes que se iba a entrar de contrabando en Rusia. Y tercero, mucha más cantidad de bebida. Uno de los tripulantes yacía inconsciente en el sofá y otro, en el suelo de uno de los baños. A un tercero lo encontraron borracho como una cuba en la timonera, acurrucado como un bebé en la silla del puente. El resto de las tres tripulaciones la estaba durmiendo en los camarotes del Baby Doc. En su mayoría estaban tan borrachos que incluso después de que Dave y Al los ataran con cuerdas de plástico siguieron durmiendo o inconscientes.
– Pero mira a estos hijos de puta borrachos -dijo Al riendo, después de atar al último hombre en su camarote-. Pasará un buen rato antes de que se enteren de que hemos estado y nos hemos ido. Joder, se han montado partida de Monopoly de la hostia ahí arriba. Debe de haber doscientos mil dólares en el tablero – Se puso de pie, comprobó los nudos y luego le dio una patada en el trasero al hombre atado, que gruñó y se dio tranquilamente media vuelta-. ¿Cuántos son con éste?
Dave estaba comprobando las tres tripulaciones con la lista de supernumerarios del buque. Asintió y dijo:
– Están todos.
– Apuesto a que querrías no haber hecho el trato, ¿eh? -dijo Al con aspereza-. Ha sido pan comido -Cogió una botella de vodka medio vacía, desenroscó el tapón y tomó un sorbo directamente de la botella-, ¿verdad?
Dave no dijo nada y fue entonces cuando Al observó la navaja que el más joven llevaba en la mano. La pistola de Al estaba en la mesa de café, a un par de metros. Tragó saliva nervioso pensando en el trato que había hecho y en lo fácilmente que parecían haber conseguido su objetivo. Puede que hubiera tentado demasiado la suerte. Le ofreció la botella a Dave.
– ¿Quieres?
Dave pensó que probablemente necesitara un trago. Desde que había matado a los dos de la cama, tenía el estómago revuelto, como si hubiera comido algo en mal estado. Quizás un poco de vodka ayudaría. Cogió la botella, echó un trago y se la devolvió a Al. Luego, tiró de la cama de un empujón al hombre que había atado, le echó el colchón encima y hundió la navaja en la costura del diván que había debajo. Arrancó la funda y dejó al descubierto dos metros cuadrados de algo ligeramente verde cubierto por una gruesa lámina de polietileno. La navaja atacó de nuevo y los dos hombres se quedaron mirando fijamente a una enorme cama de dinero envuelto en paquetes más pequeños, del tamaño de almohadas.
– ¿No te lo dije? -preguntó Dave sonriendo.
– Tenías razón.
– Joder, ¿no te lo dije?
– ¿Cuánto calculas que puede haber?
Dave cogió uno de los paquetes, cortó el filo de polietileno con la navaja y echó una ojeada a un paquete de usados billetes.
– Es difícil decirlo con exactitud. Están mezclados. Hay billetes de cien, de cincuenta y de veinte. Nada más pequeño. No sé, ¿quizás un par de millones?
– Hay cinco camarotes en el barco -musitó Al-. ¿Sabes cuánto es eso?
– ¿Cinco por dos? Estoy seguro de que puedes calcularlo, si lo intentas, Al.
Pero el espectáculo de tanto dinero había vuelto a Al impermeable al sarcasmo de Dave y, en lugar de soltar un juramento, dijo:
– Ese trato que hicimos… olvídalo -Lo último que quería ahora era que Dave se pusiera furioso con él. Si estaba furioso, podía ser un poco más difícil matarlo cuando llegara el momento-. Tú te quedas tu parte; te la has ganado.
– ¿No te lo dije? -repitió Dave. Ahora había un acento de triunfo en su voz.
– Voy a buscar los sacos -dijo Al-. Tú encuentra el resto del dinero.
Unos minutos después, Al volvió llevando sobre cada hombro un paquete plano de bolsas de deporte Nike compradas al por mayor. Dave ya había rasgado los otros cuatro divanes así como el tresillo de piel de la sala del Baby Doc.