Lo mínimo que podía hacer era retardar su partida. Pero, ¿cómo iba a hacerlo sin armas? Quizás pudiera embestir el barco de Dave. Hundirlo. Y hundirse ella al mismo tiempo. Hundir a Dave quizás habría sido menos arriesgado si hubiera un barco con algún tipo de arma, como las ametralladoras de 25 milímetros que había a bordo de una de las lanchas patrulleras de los guardacostas que capitaneaba Sam Brockman. No es que ahora Sam le fuera de ninguna utilidad. Ni Kent Bowen. No quedaba tiempo para averiguar el resto de la combinación de la caja fuerte a bordo del Juarista para sacar las llaves de las esposas y soltarlos a los dos. De todos modos, Bowen no sería más que un estorbo. Cuanto más lo pensaba, más convencida estaba de que era mejor que Bowen no estuviera por medio. Las cosas no podían ponerse peor de lo que estaban para su futuro en el FBI. Encontrar la tripulación y liberarla parecía una apuesta mejor.
Kate se arrastró hasta la cubierta, subió por el flanco del muelle y corrió hasta el bloque de alojamientos. A sus espaldas oyó un sonido que le hizo pensar que quizás contara con un poco más de tiempo del que creía. Parecían tener problemas para poner en marcha las máquinas del Britannia. Habían petardeado y luego habían quedado mudas. El ruido le recordó los dos cañones de Jellicoe y, de repente, le pareció ver una forma de volver a participar en el juego. ¿No había alardeado el capitán de disparar los cañones una vez al año para celebrar el nacimiento de Nelson? La excentricidad de Jellicoe podía proporcionarle lo que necesitaba para detener a Dave. Si conseguía liberar al capitán y a su tripulación a tiempo, claro.
– ¿Por qué no arranca? -preguntó Al.
Dave hizo un gesto.
– Que me aspen si lo sé.
Giró de nuevo la llave de contacto, escuchando atentamente el sonido que hacía y luego miró el indicador de combustible. Si la aguja no hubiera señalado que llevaban los depósitos llenos, habría dicho que se habían quedado sin combustible. Exasperado, sacudió la cabeza y probó de nuevo. Nada.
– Puede que una bala perdida diera contra algo -sugirió Al-. Una calibre 44 atraviesa directamente a la gente. Debe de haber agujereado algo importante.
– Puede. Voy abajo a echar una mirada.
– Date prisa.
La sala de máquinas estaba a popa, separada del camarote principal donde estaban los dos cuerpos por una mampara hermética. Por suerte, Dave no tenía que atravesar el camarote para llegar hasta allí; sólo bajar por unas estrechas escaleras y abrir las dobles puertas. Una vez dentro de la sala de máquinas, se arrodilló al lado de uno de los motores Detroit diesel. Un examen rápido de la tubería por la que llegaba el combustible le reveló que no había combustible alguno. Dave abrió el tanque e iluminó su interior con la linterna. Estaba lleno.
– Tiene que haber algo que bloquea el conducto -dijo cuando Al apareció en el umbral. Comprobó la conducción del segundo motor y frunció el ceño-. No es posible que los dos estén bloqueados. La bomba de combustible debe de haberse estropeado.
– Mierda -dijo Al golpeando rabioso con el puño en la pared-. Mierda.
De repente a Dave le pareció recordar algo que Kate había dicho en la fiesta. Algo sobre los impulsores. Si se estropeaban también se estropeaban la bomba y el motor. Salvo que había dos motores, dos bombas y dos conjuntos de impulsores. ¿Qué probabilidades había de que los dos impulsores se averiaran a un tiempo? Dos de cada cosa, salvo el depósito de combustible. Había un único depósito. El problema tenía que estar allí.
– Me parece que será mejor que nos hagamos con otro barco -dijo Al-. Y yo que pensaba que ya nunca más tendría que acarrear bultos durante el resto de mi vida.
– Un momento -dijo Dave-. Se me ocurre una idea.
Subió de nuevo a la cubierta y volvió al cabo de poco con un bichero.
– Es sólo una posibilidad -explicó, metiendo el extremo del mango en el depósito y removiéndolo -, pero podría resultar – Inmediatamente el dorado combustible empezó a llenar los dos tubos de plástico transparente. Dave sonrió-… Hijo de puta.
– ¿Qué?
– Hay algo escondido en el depósito. Lo noto al final del palo. Algo blando y pastoso. No es duro como el fondo. Parece una especie de trapo. O puede que una bolsa -De repente supo qué podía ser lo que había al extremo del bichero-. Claro. Estos depósitos deben de estar llenos de narcóticos. Por eso estaban tan nerviosos, Al. Éste es el barco que vigilaban los federales.
– ¿No habías dicho que vigilaban al capitán Jellicoe?
– Él también debe de estar metido en esto -dijo Dave, improvisando-. Lo más probable es que una de las bolsas se soltara durante la tormenta y bloqueara la salida de combustible. Mira, lo mejor será que te quedes aquí con el bichero por si vuelve a pasar. Si el motor se para, mueve el palo así, pero no demasiado fuerte. Si la bolsa se rompe el motor recibirá un chute de lo que sea esta mierda. Cocaína, probablemente. Y eso será como una sobredosis. No hay inyección de adrenalina que pueda remediar esa clase de viaje.
– De acuerdo -dijo Al-. Bueno, ¿podemos largarnos de aquí de una puta vez?
– Allá vamos.
Kate no había bajado nunca a la sala de máquinas del Duke, pero se imaginaba que ése era el mejor lugar para buscar el taller.
Al decirle dónde había encerrado a la tripulación, Dave le había ahorrado algo de tiempo. Si, como le había dicho, la tripulación podía liberarse en sólo un par de horas, entonces quizás no hubiera tomado ninguna precaución para evitar que alguien los soltara desde fuera.
Aun antes de llegar al final de las escaleras oyó que alguien golpeaba una puerta. Tenía que ser la tripulación. Al llegar a la puerta del taller, cogió una llave inglesa, golpeó por su parte y chilló:
– Capitán Jellicoe. FBI. Voy a tratar de sacarlos de ahí.
Escuchó durante unos segundos y oyó la voz de Jellicoe. Cuando él acabó de hablar, tiró la llave inglesa y, riendo, miró arriba y abajo de la puerta de acero.
Sólo estaba cerrada con el cerrojo.
De vuelta en la timonera del Britannia, Dave le dio al contacto. Al momento los dos motores rugieron volviendo a la vida. Puso en marcha el propulsor de proa y, al cabo de un par de minutos, estaban cabeceando en la estela del Grand Duke. Esperó todavía unos segundos para dejar que el barco se apartara lentamente del buque antes de acelerar los motores y dirigirse hacia estribor. Entonces fijó las coordenadas en el ordenador y empezó a emitir su posición en la frecuencia acordada. Era más fácil sin Al en el puente. No tener que explicar cada cosa que hacía: cuándo llegarían al punto de encuentro y todo eso.
Cuando los motores empezaron a acelerar y el Britannia ganó velocidad, Dave echó una ojeada al Duke, pensando en el Carrera con Kate todavía a bordo y lamentando amargamente la forma en que la había tenido que dejar. Así que se quedó un tanto sorprendido cuando la vio en la cubierta de proa, al lado del capitán Jellicoe y de un par de oficiales y tripulantes. Pero todavía se sorprendió más cuando vio aparecer una nube de humo en la boca de uno de los cañones de bronce de Jellicoe y oyó una fuerte explosión, seguida del sibilante rugido de un proyectil que les pasó por encima.
Al salió a toda velocidad de la sala de máquinas en el momento en que la bala de cañón caía al mar sin causar daño alguno.
– ¿Has visto eso? Ese lunático hijo de puta se cree que es el jodido pirata rojo -dijo con voz entrecortada.
Haciendo girar el volante, Dave dio un brusco cambio a estribor y aceleró a toda máquina, tratando de poner la máxima distancia entre el barco y el cañón del buque.