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– Es cierto -dijo Kate-, pero estos dos hombres son ciudadanos de Estados Unidos y, como tales, tienen que ser juzgados por sus delitos en un tribunal de Estados Unidos.

– Si me devuelven a Estados Unidos me enfrento a una larga condena de prisión. Como he dicho antes, adelante, dispara. Me harás un favor.

– ¿Es otra de tus bromas? -preguntó Kate, furiosa.

– No, no es ninguna broma.

– Entonces, ¿por qué coño te estás riendo?

Dave se encogió de hombros y se miró la muñeca donde antes llevaba el reloj.

– Estamos lejos de la jurisdicción estadounidense -dijo el primer oficial-. ¿Puedo recordarle que estamos en aguas internacionales?

No es que Kate quisiera a los dos hombres como prisioneros, pero había algo en los modales de Luzhin que la impulsaba a querer ganar aquella discusión.

– Con todo y eso -dijo-, insisto en que estos dos hombres sean puestos bajo mi custodia. Permanecerán a bordo del Duke hasta que lleguemos a Mallorca, desde donde serán inmediatamente extraditados a Estados Unidos.

– ¿Inmediatamente? -El primer oficial se echó a reír de nuevo-. No lo creo. Estas cosas llevan tiempo.

– ¿De verdad me harías eso, Kate? -preguntó Dave-. ¿Después de todo lo que ha habido entre nosotros?

– Entre nosotros no ha habido nada. Y será mejor que tengas la boca cerrada si no quieres pasarte el resto del viaje esposado.

– Kate. Sé justa. ¿Cómo quieres que no hable de ello? Después de todo, soy yo el que puede que vuelva a la cárcel.

– Tendrías que haberlo pensado antes de hacer esta tontería.

– ¿Y ésa es tu última palabra sobre este asunto?

– La última palabra. Punto final. -Y añadió entre dientes, pero lo bastante alto como para que Dave la oyera-: ¿Cómo pude enamorarme de un asqueroso ladrón de drogas? Es algo que no entenderé nunca.

– Todo esto nunca ha tenido nada que ver con las drogas -dijo Dave, sin dejar de sonreír, como si no tuviera preocupación alguna.

– Es verdad -dijo Al-. Íbamos tras el dinero de los otros barcos.

– No te metas en esto -dijo Kate con brusquedad.

De nuevo Dave hizo el gesto de mirar su reloj. Luego se inclinó hacia el primer oficial y cogiéndole tranquilamente el brazo miró qué hora era en su reloj. Como si fueran viejos amigotes. Y al francés no pareció importarle lo más mínimo. Luego Dave dijo algo a Luzhin que Kate no llegó a oír. O quizás no comprendió.

– Lo lamento, pero no puedo acceder a su petición -dijo Luzhin dirigiéndose a Kate-. Pero le diré qué podemos hacer – señaló con un gesto de la cabeza a Al-. Puede quedarse con ése, con el feo. Y nosotros nos llevaremos al otro. Es justo, ¿no? Como el juicio de Salomón, ¿eh? La mitad cada uno, como si dijéramos.

Hizo un gesto a uno de sus marineros. Inmediatamente el hombre tiró el cigarrillo, entró en el puente de mando y volvió a poner en marcha las máquinas del Britannia.

– Es la idea más demencial que he oído nunca -dijo Kate-. Si ésta es la manera como los franceses hacen las cosas…

Esta vez captó la mirada que cruzaron Dave y el primer oficial y pensó que olía a gato encerrado. Como si Dave hubiera hecho algún trato por su cuenta. Puede que incluso hubiera sobornado a aquel tipo.

– Eh, un minuto -dijo-. ¿Qué está pasando aquí? Ustedes los franceses…

– ¿Quién ha hablado de franceses? -dijo el primer oficial, encogiéndose de hombros y lanzando el cigarrillo al mar por encima del hombro de Kate-. Yo no.

– Pero, si no son de la Armada francesa, entonces ¿a qué coño de armada pertenecen?

Instintivamente inició el gesto de sacar la Glock de debajo del cinturón, pero el primer oficial, sonriendo, le cogió la muñeca con su fuerte mano. Y sin dejar de sonreír cortésmente, dijo:

– Pazhalsta -y le quitó la pistola.

24

El Britannia fue avanzando hacia el submarino, arrastrando suavemente el barco de Calgary Stanford a su lado. Desde el puesto de control en lo alto de la torreta, otro oficial le gritó algo a un marinero que estaba de pie en la cubierta de proa. El marinero abrió una escotilla y lanzó un cabo al Britannia. Tan pronto como estuvo amarrado al submarino, los marineros a bordo del yate empezaron a lanzar las bolsas Nike de deporte al hombre que estaba de pie en la cubierta de proa, quien las dejaba caer rápidamente por la escotilla.

Cuando Kate se volvió en busca de Jellicoe y Stanford, vio que otro marinero había subido a bordo del Comanche y los había desarmado. Para entonces ya estaba claro que Dave estaba confabulado con los hombres del submarino. Estaba siguiendo atentamente la carga de las bolsas y, de vez en cuando, hacía algún comentario claramente amistoso a los otros marineros, en ruso.

– Maldita sea, usted es ruso -le dijo Kate al primer oficial.

– Sí, ruso -respondió él, con una sonrisa-. Así que es verdad lo que dicen, eso de que el FBI siempre acaba por descubrirlo todo.

Cuando la última bolsa hubo pasado a través de la escotilla, otro hombre subió a cubierta y saludó a Dave como si fuera su mejor amigo. Luego bajó por la corta escala de gato que colgaba del lado del negro casco del submarino y se dejó caer en el Britannia.

Kate observó que incluso Al pareció sorprendido cuando el hombre del submarino abrazó a Dave afectuosamente. Pensó que parecían dos personajes de Tolstoi. No entendió ni una palabra de lo que decían, pero estaba claro que Al tampoco estaba enterado de lo que estaba sucediendo. Y también era evidente que estaba furioso. Rechinando los dientes, Al se preparó para saltar encima de Dave, pero luego recordó la metralleta que seguía apuntándole a la espalda.

– Tú, hijo de puta traidor -dijo-. No estamos cerca de la posición del Ercolano, ¿verdad? Tú planeaste esto con los rusos desde el principio.

– Ahora empiezas a entenderlo -dijo Dave.

Esta vez Al ni se preocupó de la metralleta. Era fuerte, pero no muy rápido; ciertamente, no tan rápido como Dave, que esquivó sin problemas el puñetazo y luego golpeó con la mano izquierda el costado de Al, por detrás del chaleco a prueba de balas que éste llevaba todavía, y justo por encima del riñón. Al se dobló de dolor, dejando que Dave lo alcanzara con un directo limpio a su mandíbula azulada, que lo tumbó en la cubierta a los mismísimos pies de Kate.

Dave sacudió la mano con un gesto de dolor y, mirando a su antiguo socio, dijo:

– Hay un antiguo proverbio ruso que dice aproximadamente: «Estás jodido tío».

Einstein Gergiev besó a Dave en la mejilla otra vez más y le palmeó con cariño en la espalda.

– Kak pazhitaye ti -dijo Dave con una amplia sonrisa-. Pazdrav lya yem.

Los dos hablaban en ruso. A diferencia del inglés, es una lengua que tiene dos formas de tratamiento: formal y familiar. Al hablar con el teniente o con cualquiera de sus hombres, Dave había utilizado el más formal vi; pero ahora, al hablar con Gergiev, usaba el informal ti, la forma adecuada para alguien a quien se conoce muy bien. Por ejemplo, un hombre con el que has compartido una celda en la prisión durante cuatro años. El acento de Dave era casi perfecto.

– Lo hemos hecho -estaba diciendo.

– Quieres decir que tú lo has hecho, Dave. Lo único que yo he tenido que hacer ha sido convencer al comandante de la Flota del Norte para que me prestara un submarino.

– ¿Sólo eso? -dijo Dave riendo-. Tienes razón, no es mucho. Sólo que te prestaran un submarino.