»Era ésta su carta de triunfo: la falta de motivo. Como ya le dije, este caso ha estado lleno desde su principio de paradojas y contradicciones.
Se abrió la puerta y entró el superintendente Spence.
—Eh bien? —preguntó con ansia Poirot.
—Ya está encerrado —contestó aquél.
—¿Dijo algo... algo? —inquirió Lynn con voz apagada.
—Nada. Que había pasado muy buenos ratos y que para lo que le había costado, no podía quejarse.
—Es curioso —añadió el superintendente— cómo acaban por hablar, y siempre en el momento más oportuno. Y no es que yo no se lo advirtiera, pero me contestó: «Déjese de monsergas. Soy un jugador y sé cuándo he perdido la última apuesta.»
Poirot murmuró:
—«Hay una marea en la vida de los hombres cuya pleamar puede conducirlos a la fortuna...» Sí, unas veces la marea sube... pero otras baja..., y esta última puede transportarnos de nuevo al mar.
Capítulo XVII
Fue un domingo por la mañana cuando Rowley Cloade, contestando a una llamada en la puerta de su granja, se encontró cara a cara con Lynn.
—¡Lynn! —exclamó sorprendido.
—¿Puedo entrar, Rowley?
Se echó hacia atrás para que pasara y juntos se dirigieron a la cocina. Había estado en la iglesia y lucía un sencillo sombrero. Pausadamente, con aire casi de ritual, levantó los brazos, se lo quitó y lo puso sobre la repisa de la ventana.
—Vuelvo a mi casa, Rowley.
—¿Qué es lo que quieres decir?
—Sólo lo que has oído. Que he vuelto a mi casa. Mi casa es ésta, contigo. He sido una loca en no haberlo sabido antes, en no haber comprendido que había llegado ya el momento de poner fin a todas mis locuras. ¿Comprendes ahora, Rowley? ¡Mi casa está aquí!
—No sabes lo que dices, Lynn. Recuerda que he intentado matarte...
—Lo sé —dijo pasando una mano alrededor de su cuello y frotándoselo suavemente—. Fue precisamente en aquel momento cuando me di cuenta de todo lo ciega que había sido.
—Vuelvo a repetirte que no te comprendo.
—No seas estúpido, Rowley. Siempre fue mi idea casarme contigo. Después, nos distanciamos. Me parecías tan sumiso, tan... tan manso, que pensé que la vida a tu lado sería de una monotonía insoportable. Me infatué con David porque me pareció peligroso y atrayente, y si te he de decir la verdad, por el conocimiento que demostraba tener de la mujer. Pero nada de esto fue real. Cuando me cogiste del cuello y me dijiste que de no ser tuya tampoco lo sería de otro, fue cuando comprendí la verdad de tus palabras. Me sentí tuya, Rowley. Desgraciadamente parecía ya tarde para comprenderlo... cuando acertó a presentarse Hércules Poirot, salvándote de que consumaras un crimen que te hubiera arruinado material y moralmente para todo el resto de tu vida. Tú eres mi hombre, querido Rowley.
Este movió la cabeza repetidas veces.
—Eso es imposible, Lynn. He matado dos hombres, los he asesinado...
—¡Paparruchas! —gritó Lynn—. ¡No te sientas melodramático! Si tienes una pelea con un hombrachón, le pegas, cae y se da con la cabeza contra el borde de un guardafuegos, ¿cómo vas a llamar a eso un asesinato?
—Homicidio, al menos, y éste se paga con prisión.
—Es posible. Pero si es así yo estaré en la puerta de la cárcel esperándote.
—Además, tenemos el caso de Porter. Yo soy, moralmente, el responsable de su muerte.
—Eso no es cierto. Tenía años suficientes para haber rechazado, si hubiera querido, tu proposición. Nadie puede culpar a otro de errores que él haya cometido con ojos bien abiertos. Tú le sugieres algo que no es ciertamente honroso, eso hay que admitirlo, y que él acepta. Luego se arrepiente y escoge el suicidio como único medio de escapar a la situación que sólo su debilidad de carácter había creado. ¿De dónde sacas que puedas tú ser responsable de su muerte?
Rowley siguió moviendo obstinadamente la cabeza.
—No, no, no. Tú no puedes casarte con un posible candidato a la horca.
—¿Pero qué locuras estás diciendo? Si eso fuese verdad, hace tiempo que habrías tenido un policía pegado a ti como la sombra al cuerpo.
—Pero, ¿y el homicidio...? ¿Y el soborno de Porter...?
—¿Qué es lo que te hace suponer que la policía se figure algo de lo que acabas de decir?
—Ese Poirot, al menos, lo sabe.
—Poirot no es ningún policía. Yo te diré lo que éste cree. Desde el momento en que sabe que David Hunter estuvo en Warmsley Vale aquella noche, sospecha que fue él quien mató, no solamente a Arden, sino también a Rosaleen. No le acusarán del primero, en parte por creerlo innecesario, y en parte porque no se puede juzgar a una persona dos veces por el mismo delito. Pero mientras sospechen de él, no se preocuparán de buscar por otra parte.
—Pero ese Poirot...
—Poirot aseguró a Spence que se trataba de un accidente y éste se rió en sus barbas. No temas que salga ni una sola palabra de sus labios. Poirot es un verdadero encanto de hombre.
—No, Lynn, no puedo permitir que corras ese riesgo. Además..., ¿cómo te diré...? He perdido la confianza en mí, y ya no podrás nunca considerarte segura a mi lado.
—Quizá no. Pero te quiero, Rowley; veo lo mucho que has sufrido, y si te he de ser franca, tampoco he tenido nunca gran apego a eso que tú llamas seguridad.
Notas
[1] Poona: Capital del distrito del mismo nombre en Deccan, India. Cuartel general del ejército inglés de bombay. (N del T.)
[2] Ritos de magia muy frecuentes en las tribus africanas.
[3] Hombres dotados, al decir, de la extraña facultad de poder hacer trabajar a los muertos.
[4] Women's Royal Naval Service. Servicio Femenino de la Armada Real. (N. del T.)
[5] W.A.A.F.: Women's Auxiliary Air Force. Cuerpo Auxiliar Femenino de las Fuerzas Aéreas. (N. del T.)
[6] Pukkas: genuino, reaclass="underline" por extensión darse importancia.
[7] Chota hazris: desayuno temprano.
[8] Tiffins: comida ligera.
[9] Chela: discípulo de un gurú.
[10] Gurú: instructor espiritual.
Table of Contents
Pleamares de la vida
Guía del Lector
Prólogo
1
2
LIBRO PRIMERO
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
LIBRO SEGUNDO
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Notas