»No permitiré que eso suceda y para evitarlo lucharé si es preciso con uñas y dientes, pero no exijas que tu acto provoque en mí la menor indignación. No olvides que la mía no es tampoco familia que pueda calificársela de moral. Mi padre, no obstante su atractivo, tenía sus ribetes de fullero y de bribón. Mi primo Carlos, ¡no digamos! Se trató de ocultar sus fechorías, y para evitar el escándalo hubo de enviársele precipitadamente a las colonias. Mi primo Gerald falsificó un cheque en Oxford, si bien más tarde logró rehabilitar su nombre alistándose en el ejército y logrando la póstuma y más alta condecoración de la Cruz de la Reina Victoria por su bravura frente al enemigo, devoción a sus hombres y resistencia casi sobrehumana. Lo que quiero decirte con todo esto, Jeremy, es que todos estamos hechos del mismo frágil barro y que no hay nadie que sea completamente bueno, ni completamente malo. Yo misma no puedo considerarme como una excepción, pero si soy como soy, es sin duda porque no he encontrado en la vida tentaciones suficientemente fuertes para hacerme vacilar. Lo que sí tengo, y de eso puedo vanagloriarme, es coraje y sobre todo una lealtad inquebrantable para los míos.
Sonrió al pronunciar estas últimas palabras.
Jeremy se levantó emocionado. Se dirigió a su esposa y besó reverentemente sus cabellos.
—Ya es hora —dijo la hija de lord Edward Trenton, con jovialidad—, hay que hacer algo para conseguir ese dinero.
Las facciones de Jeremy volvieron a endurecerse.
—Una hipoteca sobre esta casa. ¡Pero qué tonta soy! —se apresuró a añadir—. No me acordaba de que tiene ya una sobre sus espaldas. No habrá más remedio que recurrir al sablazo. ¿Pero a quién? Sólo existe una posibilidad. La viuda de Gordon. ¡Nuestra simpática Rosaleen!
Jeremy movió la cabeza en señal de duda.
—Tendría que ser una cantidad considerable..., y ésa no puede esperarse que venga del capital. El dinero le ha sido asignado sólo en calidad de usufructo y de por vida.
—No había pensado en ello. Creí que era de su absoluta pertenencia. ¿Y qué se hará de él cuando ella muera?
—Irá a parar al pariente o parientes más cercanos de Gordon. Es decir, que se dividirá por igual entre Lionel, Adela, Rowley, el hijo de Maurice y yo.
—¿Volvería a nosotros?
Algo pareció cruzar por la habitación, una ráfaga de hielo, la materialización de un pensamiento...
Y dijo Frances:
—Nunca te oí hablar de esto... Creí que el dinero era de ella y que podía hacer de él lo que le viniese en gana.
—No. Pero la situación legal que se derivaría de un ab intestato, como sucedía el año 1925...
Era dudoso que Frances prestase atención alguna a estas explicaciones. Cuando aquél hubo terminado de hablar, ésta dijo:
—Personalmente, nada de eso podría afectarnos. Estaríamos todos requetemuertos antes que ella hubiese alcanzado nuestra edad actual. ¿Qué edad tiene ahora? ¿Veinticinco, veintiséis? Con toda seguridad llegará a cumplir los sesenta.
Jeremy Cloade añadió, sin poner gran convencimiento en sus palabras:
—Podríamos solicitar un préstamo, basándolo en razones de carácter familiar. Quizá sea más generosa de lo que suponemos... ¡Sabemos tan poco de ella en realidad...!
—Y no creo que tenga queja de nuestro comportamiento. ¡Quién sabe...!
Su marido creyó prudente advertir:
—Es preciso no dar la sensación de..., vamos, de exagerado apremio.
—¡Claro que no! —contestó ella con impaciencia—. Lo malo es que no será con ella con quien tengamos que batallar, sino con ese hermano que parece tenerla completamente fascinada.
—Un joven bien repelente, por cierto —añadió Jeremy Cloade.
La sonrisa de Frances surgió de nuevo.
—¡Al contrario! —dijo—. Es simpático. ¡De lo más simpático que te puedas imaginar! Y un tanto falto de escrúpulos, por lo que he podido deducir. Pero no temas; también yo sé prescindir de ellos cuando llega la ocasión.
Su sonrisa se hizo dura y clavó una mirada en su marido.
—No te acobardes, Jeremy —le dijo—. Encontraré el modo de salir del apuro, aunque para lograr ese dinero me viese obligada a asaltar un Banco.
Capítulo III
—¡Dinero! —dijo Lynn.
Rowley Cloade asintió con la cabeza. Era un mocetón de anchas espaldas, piel tostada por el sol, profundos ojos azules y un cabello rubio como el oro. Todo en él respiraba una calma que no parecía ser congénita, sino más bien una resultante de su experiencia. Usaba de la reflexión donde otros se complacían con la rapidez en la réplica.
—Sí, sí —dijo—. Todo parece reducirse a eso en estos tiempos.
—Creí que los agricultores habían salido bien librados con la guerra.
—No digo lo contrario, aunque no tanto como vosotros os figuráis. Dentro de un año volveremos a estar donde estábamos, con la diferencia de que los jornales son más altos, los peones poco dispuestos y todo el mundo descontento, sin que nadie sepa dónde está su verdadero lugar. A menos, como es natural, que pudiese uno trabajar en gran escala. El tío Gordon lo sabía muy bien y estaba decidido a que así se hiciera.
—¿Y ahora...? —preguntó Lynn.
Rowley se sonrió sarcásticamente.
—Ahora —contestó— la viuda de Gordon irá a Londres a gastarse dos mil libras en un abrigo de pieles.
—¡Eso es criminal!
—¡Oh, no!
Calló unos instantes y después prosiguió:
—También a mí me gustaría regalarte un abrigo de pieles, Lynn.
—¿Qué tal es ella, Rowley?
Trataba, por lo visto, de obtener un juicio lo más reciente posible.
—La verás esta noche en la fiesta que dan el tío Lionel y la tía Kathie.
—Ya lo sé, pero me gustarla oír tu opinión. Mamy dice que es medio tonta.
Rowley meditó la respuesta.
—No diré que la intelectualidad sea su fuerte, pero creo que su aparente imbecilidad se debe más bien al espantoso cuidado que parece poner en todo.
—¿Qué clase de cuidado?
—Por lo que yo me imagino, unas veces por el de su acento, que es de un desesperante sabor irlandés; otras por el de los cubiertos apropiados que deben usarse y, otras, en fin, por el de cualquier alusión literaria que pudiese hacerse en su presencia.
—¿Quieres decir que es una ignorante?
—Al menos no es una señora, si eso es lo que has querido dar a entender. Tiene unos ojos preciosos y un cutis como la seda (supongo que sería esto lo que deslumbraría al tío Gordon), sin contar ese extraordinario candor que caracteriza todos sus actos y que a mi juicio no es fingido..., aunque muy bien pudiera serlo. Se limita siempre a permanecer como hipnotizada y dejar que David haga en todo sus veces.
—¿David?
—Sí, su hermano. Hombre por lo visto muy ducho en cierta clase de manipulaciones y no creo que sienta gran simpatía por ninguno de nosotros.
—¿Y por qué habría de sentirla? —replicó Lynn con acritud; y añadió al ver la expresión de sorpresa que Rowley puso en su mirada—: Quiero decir que me figuro que eres tú quien no parece simpatizar con él.
—No lo niego. Y espero que te sucederá a ti lo mismo cuando le conozcas. No es de nuestra clase.
—Tú no puedes prejuzgar mis reacciones, Rowley. He visto mucho mundo en estos últimos tres años y el concepto que hoy tengo de hombres y cosas ha variado considerablemente.
—Ya me figuro que habrás corrido más mundo que yo.
Estas palabras, pronunciadas con toda la sencillez, tuvieron la virtud de descomponer a Lynn, que le miró con cólera.
Un algo, semejante a un velado reproche, había vibrado en ellas.
Él devolvió la mirada sin mostrar la más insignificante señal de emoción. No había sido nunca fácil, recordaba bien Lynn, intentar bucear en el pensamiento de Rowley.
¡Qué mundo más inconsecuente!, debió pensar Lynn. Hubo un tiempo en que eran los hombres quienes iban a la guerra y las mujeres las que permanecían en sus hogares. Pero aquí los papeles parecían haberse trocado.