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– Soy yo.

– ¿Cómo va la vida?

– Mejor que la suya.

– ¿Cómo está Kate?

– Ha salido en libertad bajo fianza. Le han dejado salir bajo mi custodia.

– Estoy seguro de que ella está encantada.

– No me atrevería a decir tanto. Escuche, las cosas están que arden. Siga mi consejo y lárguese pitando. Está perdiendo un tiempo muy valioso que después lamentará haber malgastado.

– Pero Kate…

– Venga, Jack, sólo tienen el testimonio de un tipo que la acosaba para conseguir una exclusiva. Es su palabra contra la suya. Nadie más le vio a usted. Está bien claro que no pueden acusarla de nada. Hablé con el fiscal ayudante. Piensa desestimar el caso.

– No lo sé.

– Maldita sea, Jack. Kate saldrá mejor parada que usted de todo este asunto si no se involucra en su propio futuro. Tiene que largarse cuanto antes. No sólo es mi opinión. Ella está de acuerdo.

– ¿Kate?

– Hoy hablé con ella. No estamos de acuerdo en casi nada, pero en este punto no hay discusión.

– Está bien, ¿dónde voy y cómo salgo de aquí? -preguntó Jack, que suspiró mucho más tranquilo.

– Acabo el turno a las nueve. A las diez estaré en su habitación. Tenga las maletas preparadas. Yo me encargaré del resto. Mientras tanto, ni se le ocurra moverse.

Frank colgó el teléfono e intentó relajarse. Se estaba jugando la carrera. Más le valía no pensar en ello.

Jack miró la hora y echó una ojeada a la maleta que había sobrela cama. No necesitaba gran cosa para la huida. Miró el televisor colocado en una esquina, pero pensó que ninguno de los programas le entretendría. Le entró sed, sacó unas cuantas monedas del bolsillo, abrió la puerta de la habitación y asomó la cabeza. La máquina de bebidas estaba al final del pasillo. Se puso la gorra de béisbol, las gafas y salió al pasillo. No oyó que se abría la puerta de la escalera en el otro extremo del pasillo. También se olvidó de cerrar la puerta con llave.

Cuando volvió a entrar en la habitación, le sorprendió ver la luz apagada. La había dejado encendida. En el momento que tendía la mano hacia el interruptor, alguien cerró la puerta y lo arrojaron sobre la cama. Se levantó de un salto y se encontró ante la presencia de dos hombres. Esta vez no llevaban máscaras, algo muy significativo.

Jack intentó lanzarse sobre ellos pero se detuvo al ver las armas que le apuntaban. Se sentó en la cama mientras miraba sus rostros.

– Qué coincidencia. Tuve el placer de conocerles a cada uno de ustedes por separado. -Señaló a Collin-. Usted intentó volarme la cabeza. -Se volvió hacia Burton-. Y usted intentó engañarme. Admito que lo consiguió. Burton, ¿no? Bill Burton. Nunca olvido un nombre. -Miró a Collin-. Sin embargo, no sé el suyo.

Collin miró a su compañero y después otra vez a Jack.

– Agente del servicio secreto, Tim Collin. Tiene buen físico, Jack, y sabe usarlo. ¿Jugaba en el equipo de fútbol en la universidad?

– Sí, todavía me duele el hombro.

Burton se sentó en la cama junto a Jack, que le miró.

– Creía haber cubierto mi rastro bastante bien. Me sorprende que hayan podido encontrarme.

– Nos lo dijo un pajarito, Jack -contestó Burton que miró al techo.

– Escuchen -dijo Jack mirando a los dos agentes-, me voy de la ciudad y no tengo la intención de volver. No creo necesario que me añadan a la lista de cadáveres.

Burton miró la maleta sobre la cama, después se levantó y guardó el arma en la funda. Con un movimiento inesperado sujetó a Jack y lo lanzó contra la pared. El agente no dejó ni un lugar del cuerpo de Jack sin revisar. A continuación, Burton dedicó otros diez minutos a buscar aparatos de escuchas y otros objetos de interés por toda la habitación, y acabó con la maleta de Jack. Sacó el sobre con las fotos y las contó.

Satisfecho, Burton las guardó en el bolsillo interior de la chaqueta y le sonrió a Jack.

– Perdone, pero en mi trabajo la paranoia es algo habitual. -Volvió a sentarse en la cama-. Hay algo que quiero saber, Jack. ¿Por qué le envió aquella foto al presidente?

– Bueno, dado que aquí no tengo nada más que hacer -contestó Jack, que se encogió de hombros-, pensé que su jefe querría contribuir a mi fondo para el viaje. No les costaba nada enviarme una transferencia, como hicieron con Luther.

Collin sacudió la cabeza y sonrió divertido al oír la respuesta.

– El mundo no funciona así, Jack, lo lamento. Tendría que haber buscado otra solución a su problema.

– Quizá tendría que haber seguido su ejemplo -replicó Jack, con un tono mordaz-. ¿Tienes un problema? Mátalo.

La sonrisa de Collin desapareció como por ensalmo. Sus ojos dirigieron una mirada sombría al abogado.

Burton dejó la cama y comenzó a pasearse por la habitación. Sacó un cigarrillo, pero después lo aplastó con el puño y guardó los restos en el bolsillo. Se volvió hacia Jack.

– Tendría que haberse largado pitando, Jack -dijo en voz baja-. Quizás habría conseguido escabullirse.

– No con ustedes dos pisándome los talones

– Nunca se sabe. -Burton se encogió de hombros.

– ¿Cómo saben que no envié una de las fotos a la poli?

Burton sacó el sobre con las fotos y volvió a contarlas para que Jack lo viera.

– Cámara Polaroid. El rollo de película es de diez fotos. Whitney le envió dos a Russell. Usted le envió otra al presidente. Aquí quedan siete. Lo lamento, Jack, mala suerte.

– Quizá le conté a Seth Frank todo lo que sé.

– Si lo hubiera hecho mi pequeño pajarito me lo hubiese dicho. -Burton sacudió la cabeza-. Pero si le interesa insistir en el tema podemos esperar a que llegue el teniente y se una a la fiesta.

Jack se levantó de un salto y corrió hacia la puerta. Ya casi tenla la mano sobre el pomo, cuando un puño de hierro le golpeó en los riñones. Jack cayó al suelo. Un instante después, le levantaron para arrojarle otra vez sobre la cama.

Jack miró el rostro de Collin.

– Ahora estamos a mano, Jack -dijo el agente.

Jack soltó un gemido y se tendió de espaldas en la cama, mientras intentaba dominar las náuseas que le había provocado el golpe. Descansó un momento, y poco a poco recuperó el aliento a medida que disminuía el dolor.

Por fin consiguió levantar la cabeza y su mirada buscó el rostro del agente Burton. Sacudió la cabeza, con una expresión de incredulidad en el rostro.

– ¿Qué pasa? -le preguntó Burton que le devolvió la mirada.

– Creía que ustedes eran los buenos -respondió Jack en voz baja.

Burton permaneció en silencio durante un buen rato.

Collin agachó la cabeza y miró al suelo.

Burton respondió finalmente al comentario. Lo hizo con voz débil, como si tuviera algo que le molestara en la garganta.

– Yo también, Jack. Yo también. -Hizo una pausa, tragó con dificultad y añadió-: Por nada en el mundo hubiera deseado verme metido en este lío. Si Richmond hubiese sabido mantener la bragueta cerrada no hubiera ocurrido nada de todo esto. Pero ocurrió. Y nosotros tenemos que arreglarlo. -El agente se puso de pie, y miró su reloj-. Lo siento, Jack, lo lamento de todo corazón. Sé que le parecerá ridículo pero es lo que siento.

Miró a Collin y asintió. Collin le indicó a Jack que se tendiera en la cama.

– Espero que el presidente aprecie lo que hacen por él -dijo Jack con un tono de amargura.

– Digamos que lo espera, Jack. -Burton mostró una sonrisa triste-. Quizá todos lo hacen, de una manera u otra.

Jack se tendió en la cama sin dejar de mirar el cañón del arma que se acercaba cada vez más a su rostro. Olió el metal. Imaginó el humo, el proyectil saliendo del cañón a una velocidad que la mirada no podía seguir.

Entonces se sintió el ruido de un impacto tremendo contra la puerta. Collin se dio la vuelta. El segundo golpe echó la puerta abajo y media docena de policías entraron en la habitación con las armas en las manos.