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Volvió al dormitorio, miró la foto sobre el velador. Miró a Simon.

– Ya lo hice, Seth -le informó ella. Frank asintió y recogió la foto. Una mujer hermosa, pensó, muy hermosa, con una expresión de ven-y-fóllame. La foto la habían tomado en esta habitación, con la difunta sentada en un sillón junto a la cama. Entonces advirtió la marca en la pared. La habitación tenía paredes enlucidas de verdad en lugar del típico cartón yeso, pero la marca era profunda. También vio que la mesa de noche estaba fuera de su sitio; los pelos de la alfombra señalaban la posición original. Se volvió hacia Magruder

– Al parecer alguien chocó contra esto.

– Quizá durante la pelea.

– Quizá.

– ¿Han encontrado la bala?

– Una todavía la tiene ella, Seth.

– Me refiero a la otra, Sam. -Frank meneó la cabeza impaciente. Magruder señaló la pared junto a la cama, donde había un pequeño orificio apenas visible. Frank asintió-. Corta el trozo,y deja que los chicos del laboratorio la saquen. No intentes sacarla tú.

El año pasado en dos ocasiones las pruebas de balística no habían servido para nada porque un agente llevado por el entusiasmo había escarbado las balas de la pared y estropeado las estrías.

– ¿Algún casquillo?

– Nada. Si el arma asesina expulsó los casquillos, los recogieron.-Magruder se dirigió a Simon-. ¿ La Evac ha encontrado algún tesoro?

La aspiradora de evidencias era una máquina muy potente, dotada de una serie de filtros, que se utilizaba para aspirar de las alfombras y otros materiales, pelos, fibras y otros objetos pequeños que muchas veces daban buenos resultados, porque como los malhechores no los veían, no los quitaban.

– Ojalá mi alfombra estuviese tan limpia -bromeó Magruder.

– ¿Habéis encontrado algo, gente? -preguntó Frank a los miembros de la unidad criminal. Todos se miraron sin saber si Frank pretendía hacer un chiste. Todavía se lo preguntaban cuando él salió del dormitorio para ir a la planta baja.

Un representante de la compañía de seguridad conversaba con un agente en la puerta de la casa. Un técnico de la unidad guardaba la tapa y los cables del control de la alarma en bolsas de plástico. El técnico le mostró a Frank el punto minúsculo donde estaba saltada la pintura y una viruta casi microscópica, pruebas de que habían quitado la tapa. En los cables había unas muescas como dientes. El representante contempló admirado el trabajo del ladrón. Magruder se sumó al grupo; ya no estaba tan pálido.

– Sí, es probable que utilizaran un contador -comentó el representante-. Es lo que parece.

– ¿A qué se refiere? -le preguntó Seth.

– Un método asistido por ordenador para cargar un número masivo de combinaciones en la memoria del sistema hasta dar con la combinación correcta. Es muy parecido a lo que hacen para romper las claves de acceso a los ordenadores.

Frank miró el control destripado y después al hombre.

– Me sorprende que una casa como esta no tenga un sistema más sofisticado.

– Es un sistema sofisticado -afirmó rápidamente el representante a la defensiva.

– Muchos ladrones utilizan ordenadores en estos tiempos.

– Sí, pero la cuestión es que este juguete tiene una base de quince dígitos, y un tiempo de espera de cuarenta y tres segundos. Si no la acierta, se arma la de Dios es Cristo.

Frank se rascó la nariz. Tendría que volver a su casa y ducharse. El olor a muerto calentado durante varios días en una habitación cálida dejaba un rastro indeleble en la ropa, el pelo, y la piel. También en la nariz.

– ¿Y? -preguntó Frank.

– Verá, los modelos portátiles que podría usar en un trabajo como este no pueden procesar el número suficiente de combinaciones en sólo treinta segundos. Mierda, en una configuración basada en quince dígitos hay un billón de combinaciones posibles. No creo que el tipo cargara con un ordenador normal.

– ¿Por qué treinta segundos? -quiso saber Magruder.

– Necesitaba unos segundos para quitar la tapa, Sam -contestó Frank. Miró al hombre de seguridad-. ¿Decía?

– Digo que si el tipo abrió el sistema con un portátil es que debió eliminar varios de los dígitos posibles. Quizá la mitad, o más. Esto significa que se puede conseguir un sistema que lo haga bien, o que se inventaron algo capaz de romper el sistema. Pero no hablamos de ordenadores baratos, ni de unos rateros de la calle que entran en una tienda y salen con una calculadora. Cada día hacen los ordenadores más pequeños y más rápidos pero debe comprender que la velocidad del ordenador no resuelve el problema. Tiene que contar con la velocidad de respuesta del ordenador del sistema de seguridad a la entrada de todas las combinaciones. Es muy probable que sea mucho más lenta que la de su equipo. Y entonces se encuentra metido en un buen follón. Si yo fuera uno de esos tipos querría un margen cómodo. ¿Sabe lo que quiero decir? En su trabajo no hay segundas oportunidades.

Frank miró el uniforme del hombre y después el panel. Si el tipo estaba en lo cierto, él ya sabía lo que significaba. Ya había pensado en esa posibilidad cuando vio que la puerta principal no había sido forzada.

– Me refiero que podemos eliminar esa posibilidad -añadió el representante-. Tenemos sistemas que se niegan a reaccionar hasta la introducción masiva de combinaciones. Dejan de funcionar. El problema con estos sistemas tan sensibles a las interferencias es que también se disparaban cuando los dueños no recordaban los números al primer o segundo intento. Joder, recibíamos tantas falsas alarmas que los departamentos de policía comenzaron a multarnos.

Frank le dio las gracias,y se fue a recorrer la casa. El autor de este crimen sabía muy bien lo que hacía. No iba a ser fácil resolver el caso. Una buena planificación previa significaba un buen plan posterior. Pero no habían contado con matar a la señora de la casa.

Frank se apoyó en el marco de una puerta y pensó en la palabra utilizada por su amigo el médico forense: heridas.

8

Jack llegó temprano. Sobre la una y media. Se había tomado el día libre, y dedicado casi toda la mañana a decidir qué se pondría; algo que nunca le había preocupado antes, pero que ahora le parecía de una importancia vital.

Se arregló la americana gris, cosió un botón de la camisa de algodón blanca y se ajustó el nudo de la corbata por enésima vez.

Caminó por el muelle y observó a los marineros baldear la cubierta del Cherry Blossom, una nave de recreo que imitaba los viejos barcos del Mississippi. Kate y Jack habían navegado en él durante su primer año en Washington, en una de las pocas tardes que no habían tenido que trabajar. Intentaban disfrutar de todas las atracciones turísticas. Había sido un día templado como el de hoy, pero más despejado. Ahora llegaban los nubarrones por el oeste; en esta época del año llovía casi todas las tardes.

Se sentó en un banco cerca de la pequeña casilla del capitán del muelle y se entretuvo contemplando el vuelo lento de las gaviotas sobre las aguas revueltas. Desde esta posición privilegiada se veía el Capitolio. La estatua de la Libertad, despojada de la capa de mugre acumulada durante ciento treinta años de vivir al aire libre gracias a una reciente limpieza, se erguía majestuosa en lo más alto de la famosa cúpula. La gente de esta ciudad vivía cubierta de mugre, pensó Jack, venía dada por el lugar.

Los pensamientos de Jack se volvieron hacia Sandy Lord, el más prolífico cuerno de la abundancia, y el ego más grande de Patton, Shaw. Sandy era toda una institución en los círculos legales y políticos de la capital. Los otros socios pronunciaban su nombre como si, en aquel mismo momento, acabara de bajar del Sinaí con su propia versión de los diez mandamientos. El primero decía: «Harás que los socios de Patton, Shaw y LORD ganen todo el dinero posible».

Resultaba irónico, pero Sandy Lord había sido parte del atractivo cuando Ransome Baldwin le mencionó la firma. Lord era uno de los mejores, si no el más destacado ejemplo de los abogados del poder que había en la ciudad, y aquí los había por docenas. Las posibilidades de Jack eran ilimitadas. Si estas posibilidades incluían la felicidad personal, eso estaba todavía por verse.