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– ¿Has estado antes aquí?

Jack sacudió la cabeza mientras leía el menú de varias páginas para saber si servían hamburguesa con patatas fritas. No figuraban. En aquel momento, Lord le arrancó el menú de las manos y se inclinó hacia él, el aliento fuerte y cargado de olor de alcohol.

– Entonces, ¿por qué no echas una ojeada?

Lord levantó un dedo para llamar al camarero y pidió un Dewar’s con agua, que le sirvieron casi al instante. Jack se echó hacia atrás en la silla, pero Lord se acercó más, como si quisiera tumbar la mesa.

– Aunque no te lo creas, Sandy, ya he estado antes en un restaurante.

– Pero no en uno como este, ¿me equivoco? ¿Ves a aquella damita de allá? -Los dedos muy delgados de Lord cortaron el aire. Jack se fijo en la joven enlace-. Me he follado a esa mujer cinco veces en los últimos seis meses-. Lord sonrió al ver la impresión que la joven causaba en Jack.

– Ahora te preguntarás por qué una criatura como ella acepta acostarse con un viejo gordo como yo.

– Quizá le das lástima. -Jack sonrió, pero a Lord no le hizo ninguna gracia.

– Si eso es lo que crees, entonces eres de un ingenuo rayano en la incompetencia. ¿De verdad crees que las mujeres en esta ciudad son más puras que los hombres? ¿Por qué iban a serlo? El hecho de que tengan tetas y vistan faldas no significa que no consigan lo que quieren y que no utilizarán todos los medios a su disposición para conseguirlo.

»Veras, hijo -continuó Lord-, es porque yo tengo lo que quiero, y no me refiero a cuando estamos en la cama. Ella lo sabe, yo lo sé. Puedo abrirle puertas en esta ciudad que sólo un puñado de hombres pueden abrir. La cuestión es que por eso deja que la folle. No es más que una transacción comercial entre dos personas inteligentes y muy sofisticadas. ¿Qué te parece?

– ¿Que me parece qué?

Lord se apartó, encendió otro cigarrillo, y sopló anillos de humo perfectos. Se tironeó del labio mientras se reía.

– ¿Algo gracioso, Sandy?

– Sólo pensaba en que, sin duda, te lo pasaste bomba en la facultad poniendo a parir a la gente como yo. Creías que nunca llegarías a ser como yo. Defenderías a los extranjeros ilegales que reclamaban asilo político o te encargarías de las apelaciones de los pobres hijos de puta condenados a muerte por asesinar a media docena de personas, con la justificación de que sus madres les pegaban cuando eran pequeños y se portaban mal. Dime la verdad, lo hacías, ¿no?

Jack se aflojó el nudo de la corbata, bebió un trago de cerveza. Había visto antes a Lord en acción. Se olía una encerrona.

– Tú eres uno de los mejores abogados que hay por aquí, Sandy, todos lo dicen.

– Mierda, hace años que no ejerzo.

– Pero lo que haces te funciona.

– ¿Y tú qué quieres hacer, Jack?

Jack notó un leve pero perceptible pinchazo en las tripas al escuchar su nombre en boca de Lord. Sugería un próxima intimidad que le sorprendió, aunque sabía que era inevitable. ¿Socio? Jack encogió los hombros.

– ¿Quién sabe lo que querrá ser de mayor?

– Ya eres mayor, Jack, ya tienes edad de pagar billete entero. Por lo tanto, ¿qué quieres hacer?

– No te entiendo.

Lord volvió a inclinarse, con los puños apretados, como un peso pesado en el cuerpo a cuerpo buscando la más mínima abertura. Por un momento, el ataque pareció inminente. Jack se puso tenso. -Crees que soy un crápula, ¿no es así?

– ¿Me recomiendas algún plato en especial? -replicó Jack otra vez con el menú en la mano.

– Venga, no te hagas el tonto. Crees que soy un crápula ambicioso y egocéntrico al que le importa un carajo todo aquello que no me reporte un beneficio. ¿No es así, Jack? -La voz de Lord sonaba cada vez más fuerte a medida que se erguía en la silla. Apartó el menú de Jack de un manotazo.

Jack miró nervioso a su alrededor, pero nadie parecía prestarles atención, prueba evidente de que todas las palabras de la discusión era escuchadas y analizadas. Los ojos enrojecidos de Lord miraron directamente a Jack.

– Lo soy, ¿sabes? Eso es exactamente lo que soy, Jack.

Lord se repatingó en la silla, triunfante. Sonrió. Jack le devolvió la sonrisa a pesar de la repulsión.

Jack se relajó un poco. Como si hubiese notado el pequeño cambio, Lord acercó la silla a la de Jack, hasta casi tocarlo. Por un momento, Jack consideró apartarlo de un puñetazo: todo tenía un límite.

– Así es, soy todas esas cosas, Jack, todas esas cosas y muchas, muchas más. Pero ¿sabes algo, Jack? Así soy,yo. No intento disfrazarlo ni explicarlo. Todos los hijos de puta que me han conocido saben exactamente quién y cómo soy. Creo en lo que hago. No voy por ahí engañando a la gente. -Lord inspiró con fuerza y soltó el aire poco a poco.

Jack sacudió la cabeza en un intento por despejarse.

– ¿Qué me dices de ti, Jack?

– ¿Qué pasa conmigo?

– ¿Quién eres, Jack? ¿En qué crees, si crees en algo?

– Pasé doce años en una escuela católica. Tengo que creer en algo.

– Me desilusionas. -Lord meneó la cabeza en un gesto de cansancio-. Me han dicho que eres un chico brillante. O mis informes mienten, o tú te limitas a sonreír como un tonto porque tienes miedo de lo que puedas decir.

Jack sujetó la muñeca de Lord con dedos de hierro.

– ¿Qué coño quieres de mí?

Lord sonrió y golpeó suavemente la mano de Jack hasta que él le soltó la muñeca.

– ¿Te gustan estos lugares? Con Baldwin como cliente comerás en sitios como éste hasta que tengas las arterias duras como la piedra. Dentro de unos cuarenta años, estirarás la pata en alguna trampa de arena en el Caribe y dejarás atrás a una joven y de pronto muy rica tercera esposa, pero morirás feliz, te lo juro.

– Me da lo mismo un lugar que otro.

Lord descargó un manotazo sobre la mesa. Esta vez unos cuantos les miraron. El maître les espió de reojo mientras intentaba disimular el nerviosismo detrás del mostacho y un discreto aire de competencia.

– Ahí está el problema, hijo, tu maldita ambivalencia. -Bajó la voz, pero insistió en inclinarse sobre Jack-. No da lo mismo un lugar que otro. Tú tienes la llave para entrar aquí. Tu llave es Baldwin y esa bonita hija suya. Ahora la pregunta es: ¿quieres o no abrir la puerta? Algo que nos lleva de vuelta a la pregunta original. ¿En qué crees, Jack? Porque si no crees en esto -Lord abrió los brazos de paren par-, si no quieres convertirte en el Sandy Lord de la próxima generación, si te despiertas por las noches y te ríes o maldices mis pequeñas idiosincrasias, de que sea un crápula, si de verdad crees que estás por encima de todo esto, si odias tirarte a la señorita Baldwin, y no ves en ese menú ni un solo plato que te apetezca, entonces ¿por qué no me mandas a la mierda? ¿Por qué no te levantas y sales por aquella puerta, con la cabeza alta, la conciencia limpia y las creencias intactas? Porque, francamente, este juego es demasiado importante para los que no se comprometen.

Lord se dejó caer contra el respaldo de la silla, con su masa proyectándose hacia el exterior hasta que ocupó todo el espacio.

Fuera del restaurante hacía un precioso día de otoño. Ni la lluvia ni el exceso de humedad habían empañado el azul puro del cielo; la brisa suave empujaba los periódicos abandonados. El ritmo tórrido de la ciudad parecía haber disminuido un poco. Calle abajo, en el parque LaFayette, los fanáticos del sol permanecían acostados en la hierba dispuestos a mantener el bronceado antes de la llegada del frío. Los mensajeros en bicicleta aprovechaban la pausa del mediodía para recorrer el parque atentos a disfrutar del espectáculo de piernas desnudas y escotes amplios.

En el interior del restaurante, Jack Graham y Sandy Lord se miraban a los ojos.

– Ya no peleas, ¿verdad?