– Como si alguien le hubiese dado un buen puñetazo. Uno de los molares casi le atravesó la mejilla.
– ¿La segunda bala?
– El daño producido me lleva a creer que era de gran calibre, lo mismo que la primera.
– ¿Alguna suposición respecto a la primera?
– No me hagas mucho caso, pero podría ser del calibre 357 o 41, incluso de 9 mm. Caray, tú viste la bala. Chata como un sello y la mitad dispersa en los sesos y los fluidos. Ni rastros de estrías. Incluso si encuentras el arma no podrás demostrar que disparó esa bala.
– Pero si encontramos la segunda, quizá sabríamos algo.
– Quizá no. El que sacó la bala de aquella pared sin duda estropeó las estrías. Los de balística no descubrirían nada.
– Sí, pero quizás en la punta encontrarían incrustados restos del pelo, sangre y piel. Esos serían unos restos que me encantaría tener.
– Eso es cierto. -El médico forense se rascó la barbilla-. Pero primero hay que encontrarlo.
– Cosa que no sucederá. -Frank sonrió.
– Nunca se sabe.
Los dos hombres intercambiaron una mirada, conscientes de que nunca encontrarían la bala. Incluso si la encontraban, no podrían situarla en la escena del crimen si no tenía ningún rastro de la víctima, o dieran con el arma que la había disparado y ubicaran el arma en el dormitorio. Algo a todas luces imposible.
– ¿Algún casquillo?
Frank respondió que no con la cabeza.
– Entonces tampoco tienes la marca del percutor, Seth. -El médico forense se refería a la huella que el percutor dejaba en la base del casquillo.
– Nunca dije que sería fácil. Por cierto, ¿los tipos del estado te dejan trabajar tranquilo en este caso? -preguntó Frank.
– No han dicho ni pío. -El médico forense sonrió-. Quizá si se hubiesen cargado a Walter Sullivan, ¿quién sabe? Ya envié una copia a Richmond.
Entonces Frank formuló la pregunta que le interesaba desde el principio.
– ¿Por qué dos disparos?
El médico forense dejó de arreglarse la cutícula, puso el bisturí sobre la mesa y miró a Frank.
– ¿Por qué no? -Entrecerró los párpados. Estaba en la poco envidiable situación de ser más que competente para las oportunidades ofrecidas en este pequeño condado. Entre los casi quinientos médicos forenses de la mancomunidad, era el único que tenía una consulta privada, pero sentía fascinación por las investigaciones policiales y la patología forense. Antes de instalarse en las comodidades de la vida rural de Virginia había sido delegado del juez instructor en el condado de Los Angeles durante casi veinte años, donde se cometían casi tantos homicidios como en la ciudad de Los Ángeles. Pero este era uno en los que podía hincar el diente.
– Era obvio que cualquiera de los disparos era mortal. Eso está claro -replicó Frank después de mirar al médico durante unos instantes-. Entonces ¿por qué disparar el segundo? Había muchas razones para no hacerlo. La primera el ruido. La segunda, si quería salir pitando, ¿por qué tomarse la molestia de disparar otra vez? Además, ¿por qué dejar otra bala que podría utilizarse para identificarlo? ¿La señora Sullivan los sorprendió? Si es así, ¿por qué los disparos se realizaron desde la puerta hacia el interior, y no a la inversa? ¿Por qué la línea de tiro es descendente? ¿La mujer estaba de rodillas? Tenía que estarlo a menos que el atacante fuera un gigante. Si estaba de rodillas, ¿por qué? ¿Una ejecución? Pero no había heridas de contacto. Y después están las marcas en el cuello. ¿Por qué intentar primero estrangularla, después desistir, coger un arma y volarle la cabeza? Y volársela otra vez. Se llevan una bala. ¿Por qué? ¿Una segunda arma? ¿Por qué tratar de ocultarlo? ¿Qué significa?
Frank se levantó y se paseó arriba y abajo con las manos en los bolsillos, una costumbre suya cuando se concentraba.
– Y la escena del crimen estaba tan limpia que todavía no me lo puedo creer. No quedaba nada, absolutamente nada. Me sorprende que no la operaran para sacar la otra bala. El tipo es un ladrón o quizás es lo que quiere aparentar. Pero vaciaron la caja fuerte. Se llevaron unos cuatro millones y medio de dólares. ¿Qué estaba haciendo allí la señora Sullivan? Se suponía que estaba tomando el sol en el Caribe. ¿Conocía al tipo? ¿Tenía un apaño? Si lo tenía, ¿los dos incidentes tienen alguna relación? ¿Por qué coño si entraron por la puerta principal y desconectaron el sistema de alarma, después se descolgaron por la ventana utilizando una soga? Me pregunto una cosa y en vez de conseguir una respuesta aparece otra. -Frank volvió a sentarse. Parecía un poco asombrado por el discurso.
El médico forense se balanceó en la silla, cogió el expediente del caso y lo leyó en menos de un minuto. Se quitó las gafas y las frotó contra la manga de la chaqueta, se tironeó el labio inferior con el pulgar y el índice.
– ¿Qué? -Las aletas nasales de Frank se movieron mientras miraba al médico forense.
– A mí también me llamó la atención que, como tú dices, no dejaran nada en la escena del crimen. Tienes razón. Estaba demasiado limpia. -El hombre se tomó su tiempo para encender un Pall Mall. Frank se fijó en que era sin filtro. No conocía ningún patólogo que no fumara. El médico forense lanzó unos cuantos anillos de humo mientras disfrutaba del cigarrillo-. Tenía las uñas demasiado limpias.
Frank le miró intrigado.
– Me refiero a que no había ninguna suciedad, ni laca de uñas, aunque las llevaba pintadas, rojo fuerte, ninguno de los residuos habituales que uno esperaba encontrar. Nada. Era como si se los hubieran quitado con una cuchara, ¿entiendes lo que quiero decir? -Hizo una pausa-. En cambio, encontré restos de una solución. -Otra pausa-.Algo parecido a un líquido limpiador.
– Por la mañana estuvo en un salón de belleza. Para que le hicieran la manicura y todo lo demás.
El médico forense meneó significativamente la cabeza ante la información.
– Entonces lo lógico hubiese sido encontrar más residuos, no menos, con todos los productos que usan.
– ¿Qué quieres decir? ¿Que alguien le limpió las uñas?
– Alguien muy escrupuloso para no dejar nada identificable.
– O sea unos paranoicos preocupados porque les pudieran identificar, de alguna manera, por las pruebas físicas.
– La mayoría de los asaltantes lo son, Seth.
– Hasta cierto punto. Pero limpiar las uñas de un cadáver y dejar el lugar tan limpio que la Evac no encontró nada es pasarse un poco. -Frank miró el informe-. ¿Encontraste rastros de aceite en las palmas de las manos?
El médico forense asintió sin apartar la mirada del detective.
– Un compuesto preservativo/reparador. Como los que emplean con los tapizados, el cuero, cosas así.
– Entonces, ¿tenía algo en las manos que le dejó el residuo?
– Sí. Aunque no podemos saber en qué momento el aceite llegó a las manos. -El hombre se puso las gafas-. ¿Piensas que conocía a la persona?
– No hay nada que apunte en ese sentido, a menos que ella le invitara a robar la casa.
– Quizás ella organizó el robo -propuso el médico llevado por una inspiración súbita-. Escucha. Se cansa del viejo, trae al amante para que saquee la caja fuerte y después largarse a correr mundo. Frank consideró la teoría y enseguida encontró las pegas. -Excepto que en cambio discutieron o alguien les traicionó, y ella se encontró en el lado malo de las pistolas.
– Los hechos encajan, Seth.
– Según todos a la difunta le encantaba ser la señora de Walter Sullivan -le rebatió el detective-. Más que el dinero, si entiendes lo que quiero decir. Le gustaba codearse, y quizá rozar algunas otras partes, con gente famosa de todo el mundo. Algo muy importante para alguien que cocinaba hamburguesas en un Burger King.
– No lo dirás en serio.