– Decidimos seguir caminos separados -contestó Jack en voz queda y con la mirada baja.
– Ah. Siempre pensé que formaban una buena pareja.
Jack le miró, se humedeció los labios y después cerró los ojos por un momento antes de responder.
– Bueno, a veces las apariencias engañan
– ¿Estás seguro?
– Sí.
Después de comer y acabar con parte del trabajo atrasado, Jack devolvió la mitad de las llamadas telefónicas y decidió dejar el resto para el día siguiente. Mientras miraba a través de la ventana volvió sus pensamiento hacia Luther Whitney. Era una adivinanza saber en qué estaba involucrado. Estaba desconcertado porque Luther era un solitario en la vida privada y en el trabajo. Jack, en su etapa de defensor público, había comprobado los antecedentes de Luther. Trabajaba solo. Incluso en los casos en que no le habían arrestado pero sí interrogado, nunca se habían mencionado cómplices. Entonces, ¿quiénes eran estas otras personas? ¿Una barrera que Luther había saltado? Pero Luther llevaba demasiado tiempo en el negocio como para hacer algo así. No valía la pena. ¿Quizá la víctima? Tal vez no podían probar que Luther había cometido el delito pero de todos modos habían jurado vengarse. Sin embargo, ¿quién era capaz de hacer algo así sólo por haber sido víctima de un robo? Jack podía comprenderlo si alguien había resultado muerto o herido, pero Luther no era capaz de hacerlo.
Se sentó delante de la pequeña mesa de conferencias y recordó lo sucedido la noche antes con Kate. Había sido la experiencia más dolorosa de toda su vida, incluso más que cuando Kate le había dejado. Pero él había dicho lo que debía decir.
Se frotó los ojos. En este momento de su vida los Whitney no eran bienvenidos. Pero se lo había prometido a Luther. ¿Por qué lo había hecho? Se aflojó la corbata. En algún momento tendría que marcar un límite, o cortar la cuerda, aunque sólo fuera por su salud mental. Ahora deseaba no tener que cumplir la promesa.
Fue a la cocina a buscar una gaseosa, volvió al despacho y acabó las facturas del mes anterior. La firma le estaba facturando a empresas Baldwin unos trescientos mil dólares mensuales y el trabajo iba en aumento. Durante la ausencia de Jack, Jennifer había enviado otros dos asuntos que mantendrían ocupada a una legión de asociados durante unos seis meses. Jack calculó el monto de sus beneficios, alrededor de una cuarta parte de la facturación, y silbó por lo bajo al ver la cifra. Era casi demasiado fácil.
Las cosas iban cada vez mejor entre Jennifer y él. La cabeza le decía que no metiera la pata. El órgano en el centro de su pecho no opinaba lo mismo, pero ya era hora de que la cabeza se hiciera cargo de gobernar su vida. No se trataba de ningún cambio en la relación, sino un cambio en sus expectativas. ¿Era esto un compromiso por su parte? Quizá. Pero, ¿quién había dicho que se podía vivir sin compromisos? Kate Whitney lo había intentado y así le había ido.
Llamó al despacho de Jennifer. No estaba. No volvería hasta mañana. Miró la hora. Las cinco y media. Si no estaba de viaje, Jennifer Baldwin casi nunca dejaba el despacho antes de las ocho. Jack consultó el calendario: Jennifer estaría en la ciudad toda la semana. Sin embargo, anoche la había llamado desde el aeropuerto y no había dado con ella. Ojalá no pasara nada serio.
Mientras pensaba en dejar la oficina e ir a verla a su casa, Dan Kirksen asomó la cabeza.
– ¿Tienes un minuto, Jack?
Jack vaciló. El hombre y sus pajaritas le irritaban, y sabía muy bien por qué. Cortés hasta lo absurdo, Kirksen le habría tratado como basura si no fuera porque él tenía un cliente que aportaba millones en trabajo. Además, Jack sabía que Kirksen deseaba con toda el alma tratarle como si fuera basura, y esperaba ansioso tener la oportunidad.
– Ya me iba. Desde hace un tiempo que no paro.
– Lo sé. -Kirksen sonrió-. No se habla de otra cosa en esta casa. Sandy tendrá que andarse con ojo. Por lo que se ve, Walter Sullivan está loco por ti.
Jack sonrió para sí mismo. Lord era la única persona a la que Kirksen deseaba darle la patada más que a Jack. Lord sin Sullivan sería vulnerable. Jack leyó los pensamientos del socio gerente de la firma con toda claridad.
– No creo que Sandy tenga ningún motivo de preocupación.
– Desde luego que no. Sólo será un par de minutos. Sala de conferencias número uno. -Kirksen se marchó tan deprisa como había aparecido.
¿Qué diablos pasa ahora?, se preguntó Jack. Recogió el abrigo y mientras atravesaba el vestíbulo se cruzó con un par de asociados que le miraron de reojo. Su curiosidad fue en aumento.
Las puertas corredizas de la sala de conferencias estaban cerradas, algo poco habitual a menos que hubiera alguna reunión. Jack deslizó una de las puertas. La sala a oscuras se iluminó de pronto, y Jack miró asombrado al encontrarse con una fiesta en marcha. La pancarta en la pared más lejana decía: ¡felicidades, socio!
Lord oficiaba de anfitrión delante de la mesa cubierta de bebidas y platos exquisitos. Jennifer estaba allí en compañía de sus padres.
– Estoy orgullosa de ti, cariño. -La joven ya había consumido varias copas. La mirada tierna y las caricias le avisaron a Jack que esta noche seria de fábula.
– Tenemos que estar agradecidos a tu padre por esto.
– Ah, ah, amor mío. Si no estuvieses haciendo un buen trabajo, papá ya te habría dado puerta. Acepta tus méritos. ¿Crees que Sandy Lord y Walter Sullivan son fáciles de conformar? Cariño, has encantado a Sullivan, incluso sorprendido, y sólo hay un puñado de abogados que lo han hecho.
Jack acabó la copa y pensó en la afirmación. Parecía creíble. Se había marcado un tanto con Sullivan, y ¿quién podía decir que Ransome Baldwin no se hubiese llevado sus asuntos a otra parte si Jack no hubiese dado la talla?
– Quizá tengas razón.
– Desde luego que tengo razón. Si esta firma fuese un equipo de fútbol te habrían elegido el mejor jugador del año. -Jennifer cogió otra copa y rodeó la cintura de Jack con el brazo-. Y además, ahora podrás pagar el estilo de vida que estoy acostumbrada a llevar. -Le pellizcó el brazo.
– Acostumbrada. ¡Genial! Vives así desde que naciste. -Se dieron un beso fugaz.
– Anda y alterna, machote. -Jennifer fue en busca de sus padres.
Jack echó una mirada a la sala. Todos los presentes eran millonarios. Él era el más pobre, pero sus perspectivas superaban las de todos ellos. Su sueldo base acababa de cuadruplicarse. La participación en los beneficios anuales duplicaría esa cantidad. Pensó que ahora él también era, técnicamente, un millonario. ¿Quién lo hubiese dicho, cuando cuatro años atrás pensaba que un millón de dólares era más dinero del que podía existir en el mundo?
No se había hecho abogado para hacerse rico. Había trabajado más que nunca durante años por calderilla. Pero tenía derecho, ¿no? Este era el típico sueño americano, ¿verdad? Entonces, ¿qué tenía de malo este sueño que te hacía sentir mal cuando lo conseguías?
Sintió que un brazo pesado le rodeaba los hombros. Se volvió y se encontró ante Sandy Lord, que le miraba con los ojos enrojecidos.
– ¿Te sorprendimos, eh?
Jack asintió. El aliento de Sandy olía a una mezcla de alcohol y rosbif. Le recordó el primer encuentro que tuvieron en Fillmore’s, un recuerdo poco agradable. Se distanció sutilmente del socio borracho.
– Mira esta sala, Jack. No hay ni una sola persona, con la posible excepción del que habla, que no desee estar en tus zapatos.
– Resulta un tanto sorprendente. Todo ocurrió tan de prisa… -Jack hablaba más para sí mismo que para Lord.
– Coño, estas cosas siempre son así. Pero unos pocos afortunados, van de la nada a la gloria en cuestión de segundos. El éxito inesperado es sólo eso: inesperado. Pero por ello es tan satisfactorio. Por cierto, deja que te estreche la mano por cuidar tan bien de Walter Sullivan.