Выбрать главу

– Le convendría entregarse voluntariamente, señora Whitney. Si se encuentra con uno de esos polis a los que les gusta apretar el gatillo… -El agente enarcó las cejas en un gesto muy expresivo.

– No sé dónde está, señor Burton. Mi padre y yo… llevábamos distanciados… mucho tiempo.

– Pero ahora está aquí y sabía dónde guardaba una llave auxiliar.

– Esta es la primera vez que pongo los pies en esta casa -replicó Kate, con la voz un poco más aguda.

Burton observó la expresión y comprendió que decía la verdad. El desconocimiento de la casa era una prueba de la afirmación y también de que estaban distanciados.

– ¿Tiene manera de ponerse en contacto con él?

– ¿Por qué? No quiero verme involucrada en esto, señor Burton. -Bueno, creo que, hasta cierto punto, ya lo está. Le convendría colaborar.

Kate se levantó y cogió el bolso.

– Escuche, agente Burton, no me venga con faroles. Llevo muchos años en este negocio. Si la policía quiere perder su tiempo interrogándome, figuro en la guía telefónica. En las páginas de abogados de la mancomunidad. Hasta la vista.

Caminó hacia la puerta.

– ¿Señora Whitney?

Ella dio media vuelta, preparada para la discusión. Perteneciera o no al servicio secreto no pensaba aguantar más tonterías de este tipo.

– Si su padre cometió un asesinato, entonces tendría que ser juzgado por un jurado y condenado. Si es inocente saldrá libre. Así es como funciona el sistema. Lo sabe mejor que yo.

Kate estaba a punto de responder cuando miró las fotos. Su primer día en los juzgados. Le pareció que había pasado un siglo desde entonces y con más cosas de las que estaba dispuesta a admitir. Aquella sonrisa, los sueños del principio, la perfección como única meta. Hacía mucho tiempo que había vuelto a la realidad.

La réplica cortante que iba a darle al agente se perdió en la sonrisa de una mujer joven con toda una vida por delante.

Bill Burton la observó marcharse en silencio. Miró por un segundo las fotos y después el umbral vacío.

17

– Joder, Bill, no tendría que haberlo hecho. Dijo que no se entrometería en la investigación. Coño, tendría que meterlo en la cárcel. Eso le haría quedar de maravilla con su jefe. -Seth Frank cerró el cajón de un golpe y se levantó, furioso con el hombretón que tenía delante.

Bill Burton dejó de pasearse arriba y abajo y se sentó. Ya esperaba la bronca.

– Tiene razón, Seth. Pero, caray, fui poli durante mucho tiempo. Usted no estaba disponible. Me acerqué hasta allí sólo para echar una ojeada. Vi a una tía que entraba. ¿Usted qué hubiese hecho?

Frank no respondió.

– Mire, Frank, puede darme una patada en el culo, pero se lo digo, compañero, esta mujer es nuestro comodín. Con ella cogeremos al tipo.

La expresión de Frank se relajó, poco a poco se calmó su furia.

– ¿De qué habla?

– La chica es la hija. Su adorada hija. De hecho la única hija. Luther Whitney ha estado tres veces en la cárcel, es un ladrón profesional que al parecer mejoró con los años. La esposa acabó por divorciarse de él, no le soportaba más. Cuando comenzaba a rehacer su vida, se murió de cáncer.

Hizo una pausa.

– Continúe -le pidió Seth Frank que ahora era todo oídos.

– Kate Whitney se sintió destrozada por la muerte d la madre. A su modo de ver resultado de la traición del padre. Se sintió tan destrozada que rompió toda relación con su padre. No sólo eso, sino que se licenció en abogacía y después entró a trabajar como una de las fiscales de la mancomunidad, donde disfruta de la fama de ser implacable, sobre todo en los delitos contra la propiedad: robos, hurtos. Siempre pide la máxima para esos tipos. Y por lo general lo consigue.

– ¿De dónde diablos consiguió toda esta información?

– Unas cuantas llamadas a las personas adecuadas. A la gente le gusta hablar de las desgracias ajenas, les hace sentir que sus propias vidas no son tan malas cuando en realidad no es así.

– ¿Y de qué nos sirve todo este follón familiar?

– Seth, piense en las posibilidades. La chica odia a su viejo. Lo odia con O mayúscula y subrayada.

– Lo que propone es utilizarla de cebo. Pero, ¿cómo lo hacemos si no tienen ningún trato?

– Ahí está la trampa. Según todas las versiones, el odio y el rencor son algo exclusivamente de ella. No de él. El padre la adora. La quiere más que nada en el mundo. Hasta tiene un maldito relicario de fotos de ella en el dormitorio. Se lo digo, el tipo está a punto para esto.

– Sí, y para mí es un sí muy grande, si ella está dispuesta a cooperar, ¿cómo se pondrá en contacto con él? Desde luego, el tipo no va a estar pegado al teléfono de su casa esperando que le llamen.

– No, pero me juego la cabeza que escucha los mensajes. Tendría que ver la casa. El tipo es muy ordenado, todo está en su lugar, incluso debe pagar las facturas por anticipado. Y no tiene ni puñetera idea de que vamos a por él. Al menos por ahora. Seguro que escuchalos mensajes una o dos veces al día. Como una medida de precaución.

– ¿Así que ella le deja un mensaje, concerta un encuentro y nosotros le pillamos?

Burton se levantó, sacó dos cigarrillos del paquete y le dio uno al detective. Se tomaron un momento para encenderlos.

– Yo lo veo así, Seth. A menos que usted tenga una idea mejor. -Todavía tenemos que convencerla. Por lo que dice, ella no parece estar muy dispuesta.

– Pienso que debe hablar con ella. Sin que yo esté presente. Quizá fui demasiado duro. Tengo tendencia a propasarme.

– Lo haré mañana por la mañana. -Frank se puso el abrigo y el sombrero-. Escuche, Bill, no pretendía meterle una bronca.

– Claro que sí -replicó Burton, con una sonrisa-. Yo, en su lugar, hubiese hecho lo mismo.

– Le agradezco la ayuda.

– A mandar.

Seth se dirigió a la salida.

– Eh, Seth, un pequeño favor para un ex poli plasta.

– ¿De qué se trata?

– Invíteme al arresto. Quiero verle la cara cuando le pillen.

– Hecho. Le llamaré después de hablar con ella. Este poli se va a casa con la familia. Le recomiendo que haga lo mismo, Bill.

– En cuanto acabe de fumar me largo.

Frank se marchó. Burton acabó de fumar sin darse ninguna prisa y apagó la colilla en el resto de café que quedaba en el vaso de plástico.

Podía haber ocultado el nombre de Whitney. Decirle a Frank que el fbi no había podido identificar la huella. Pero hubiese sido una jugada peligrosa. Si Frank se enteraba, y el detective podía saberlo a través de un centenar de fuentes, Burton quedaría al descubierto. Sólo la verdad podría explicar el engaño, y eso era algo que no era posible. Además, Burton necesitaba a Frank para conocer la identidad de Whitney. El plan del agente secreto se basaba en que el policía encontrara al ex convicto. Encontrarlo, sí; arrestarlo, no.

Burton se puso el abrigo. Luther Whitney. El lugar equivocado, el momento equivocado, la gente equivocada. Bueno, al menos no se enteraría. Ni siquiera oiría el disparo. Habría muerto antes de que las sinapsis se lo avisaran al cerebro. Así estaban las cosas. Unas veces a favor y otras en contra. Ahora, si se le ocurría cómo dejar segura la posición del presidente y de la jefa de gabinete podría irse a dormir tranquilo. Pero eso estaba fuera de su alcance.

Collin aparcó el coche calle abajo. Las pocas hojas multicolores que quedaban en los árboles cayeron suavemente sobre él arrastradas por la brisa. Iba vestido de modo informaclass="underline" vaqueros, jersey de algodón y una cazadora de cuero. No había ningún bulto debajo de la cazadora. El pelo húmedo de la ducha. Los zapatos sin calcetines. Tenía el aspecto de un estudiante que va a la biblioteca para quedarse a estudiar hasta tarde, o dispuesto a irse de discotecas después de jugar el partido del sábado por la tarde.