La dispersión de las salpicaduras reforzaba la conclusión de que la víctima miraba hacia la cama cuando murió. Si era así, ¿qué diablos miraba? Lo más lógico era que una persona a la que iban a disparar mirara en dirección al atacante, rogara por su vida. Frank estaba seguro de que Christine Sullivan habría rogado. El detective miró el lujoso dormitorio. Ella tenía mucho por qué vivir.
Observó la alfombra con mucha atención, con el rostro a unos centímetros de la superficie. La dispersión de las salpicaduras era irregular, como si hubiese habido algo tendido delante o al costado de la muerta. Esto podía ser importante. Se había escrito mucho sobre la dispersión de las salpicaduras. Frank comprendía su utilidad, aunque intentaba no ver en ellas cosas que quizá no estaban. Pero si algo había protegido parcialmente la alfombra de la sangre, quería saber qué era. Además, la ausencia de manchas en el vestido le intrigaba. Era un detalle que no debía olvidar; quizá también significaba alguna cosa.
Simon abrió su maletín y, con la ayuda de Frank, tomó muestras de la vagina. A continuación revisaron el pelo de la cabeza y el vellopúbico en busca de sustancias extrañas. Después guardaron en una bolsa las ropas de la víctima.
Frank examinó el cuerpo centímetro a centímetro. Miró a Simon. Ella le leyó el pensamiento.
– No habrá ninguna, Seth.
– Por favor, Laurie.
Simon cogió el equipo de huellas dactilares y espolvoreó las muñecas, los senos, el cuello, y la cara interior de los brazos. Al cabo de unos segundos miró a Frank y le dijo que no con la cabeza. Guardó lo que habían encontrado.
Él contempló cómo envolvían el cadáver en una sábana, lo metían en una bolsa,y se lo llevaban hasta la ambulancia que transportaría a Christine Sullivan a un lugar donde todo el mundo rezaba para no ir.
Después estudió la caja fuerte, se fijó en el sillón y el mando a distancia. El polvo del suelo de la cámara estaba removido. Simon ya había cubierto el sector. Había una mancha de polvo en el asiento del sillón. Sin embargo habían forzado la puerta; había marcas en ella y en la pared donde estaba la cerradura. Cortarían el trozo para ver si conseguían una huella de la herramienta. Frank miró a través de la puerta de la caja y sacudió la cabeza. Un espejo de una sola dirección. Muy bonito. Nada menos que en el dormitorio. Cada vez tenía más ganas de conocer al hombre de la casa.
Volvió al dormitorio, miró la foto sobre el velador. Miró a Simon.
– Ya lo hice, Seth -le informó ella. Frank asintió y recogió la foto. Una mujer hermosa, pensó, muy hermosa, con una expresión de ven-y-fóllame. La foto la habían tomado en esta habitación, con la difunta sentada en un sillón junto a la cama. Entonces advirtió la marca en la pared. La habitación tenía paredes enlucidas de verdad en lugar del típico cartón yeso, pero la marca era profunda. También vio que la mesa de noche estaba fuera de su sitio; los pelos de la alfombra señalaban la posición original. Se volvió hacia Magruder
– Al parecer alguien chocó contra esto.
– Quizá durante la pelea.
– Quizá.
– ¿Han encontrado la bala?
– Una todavía la tiene ella, Seth.
– Me refiero a la otra, Sam. -Frank meneó la cabeza impaciente. Magruder señaló la pared junto a la cama, donde había un pequeño orificio apenas visible. Frank asintió-. Corta el trozo,y deja que los chicos del laboratorio la saquen. No intentes sacarla tú.
El año pasado en dos ocasiones las pruebas de balística no habían servido para nada porque un agente llevado por el entusiasmo había escarbado las balas de la pared y estropeado las estrías.
– ¿Algún casquillo?
– Nada. Si el arma asesina expulsó los casquillos, los recogieron.-Magruder se dirigió a Simon-. ¿ La Evac ha encontrado algún tesoro?
La aspiradora de evidencias era una máquina muy potente, dotada de una serie de filtros, que se utilizaba para aspirar de las alfombras y otros materiales, pelos, fibras y otros objetos pequeños que muchas veces daban buenos resultados, porque como los malhechores no los veían, no los quitaban.
– Ojalá mi alfombra estuviese tan limpia -bromeó Magruder.
– ¿Habéis encontrado algo, gente? -preguntó Frank a los miembros de la unidad criminal. Todos se miraron sin saber si Frank pretendía hacer un chiste. Todavía se lo preguntaban cuando él salió del dormitorio para ir a la planta baja.
Un representante de la compañía de seguridad conversaba con un agente en la puerta de la casa. Un técnico de la unidad guardaba la tapa y los cables del control de la alarma en bolsas de plástico. El técnico le mostró a Frank el punto minúsculo donde estaba saltada la pintura y una viruta casi microscópica, pruebas de que habían quitado la tapa. En los cables había unas muescas como dientes. El representante contempló admirado el trabajo del ladrón. Magruder se sumó al grupo; ya no estaba tan pálido.
– Sí, es probable que utilizaran un contador -comentó el representante-. Es lo que parece.
– ¿A qué se refiere? -le preguntó Seth.
– Un método asistido por ordenador para cargar un número masivo de combinaciones en la memoria del sistema hasta dar con la combinación correcta. Es muy parecido a lo que hacen para romper las claves de acceso a los ordenadores.
Frank miró el control destripado y después al hombre.
– Me sorprende que una casa como esta no tenga un sistema más sofisticado.
– Es un sistema sofisticado -afirmó rápidamente el representante a la defensiva.
– Muchos ladrones utilizan ordenadores en estos tiempos.
– Sí, pero la cuestión es que este juguete tiene una base de quince dígitos, y un tiempo de espera de cuarenta y tres segundos. Si no la acierta, se arma la de Dios es Cristo.
Frank se rascó la nariz. Tendría que volver a su casa y ducharse. El olor a muerto calentado durante varios días en una habitación cálida dejaba un rastro indeleble en la ropa, el pelo, y la piel. También en la nariz.
– ¿Y? -preguntó Frank.
– Verá, los modelos portátiles que podría usar en un trabajo como este no pueden procesar el número suficiente de combinaciones en sólo treinta segundos. Mierda, en una configuración basada en quince dígitos hay un billón de combinaciones posibles. No creo que el tipo cargara con un ordenador normal.
– ¿Por qué treinta segundos? -quiso saber Magruder.
– Necesitaba unos segundos para quitar la tapa, Sam -contestó Frank. Miró al hombre de seguridad-. ¿Decía?
– Digo que si el tipo abrió el sistema con un portátil es que debió eliminar varios de los dígitos posibles. Quizá la mitad, o más. Esto significa que se puede conseguir un sistema que lo haga bien, o que se inventaron algo capaz de romper el sistema. Pero no hablamos de ordenadores baratos, ni de unos rateros de la calle que entran en una tienda y salen con una calculadora. Cada día hacen los ordenadores más pequeños y más rápidos pero debe comprender que la velocidad del ordenador no resuelve el problema. Tiene que contar con la velocidad de respuesta del ordenador del sistema de seguridad a la entrada de todas las combinaciones. Es muy probable que sea mucho más lenta que la de su equipo. Y entonces se encuentra metido en un buen follón. Si yo fuera uno de esos tipos querría un margen cómodo. ¿Sabe lo que quiero decir? En su trabajo no hay segundas oportunidades.
Frank miró el uniforme del hombre y después el panel. Si el tipo estaba en lo cierto, él ya sabía lo que significaba. Ya había pensado en esa posibilidad cuando vio que la puerta principal no había sido forzada.
– Me refiero que podemos eliminar esa posibilidad -añadió el representante-. Tenemos sistemas que se niegan a reaccionar hasta la introducción masiva de combinaciones. Dejan de funcionar. El problema con estos sistemas tan sensibles a las interferencias es que también se disparaban cuando los dueños no recordaban los números al primer o segundo intento. Joder, recibíamos tantas falsas alarmas que los departamentos de policía comenzaron a multarnos.
Frank le dio las gracias,y se fue a recorrer la casa. El autor de este crimen sabía muy bien lo que hacía. No iba a ser fácil resolver el caso. Una buena planificación previa significaba un buen plan posterior. Pero no habían contado con matar a la señora de la casa.
Frank se apoyó en el marco de una puerta y pensó en la palabra utilizada por su amigo el médico forense: heridas.