Seth Frank.
Lo descartó en el acto. No había ningún motivo. Por mucho que le diera vueltas, no podía imaginar al detective y a Christine Sullivan metidos en una aventura amorosa, porque ese era realmente el motivo. El amante de Sullivan la había matado y Luther lo había visto todo. No podía ser Seth Frank porque contaba con el hombre para salir de esta situación. Pero ¿qué pasaría si mañana Jack le entregaba a Frank el objeto que había estado buscando con tanta desesperación? Se le cae, abandona la habitación, Luther sale de la caja fuerte, lo recoge y escapa. Era posible. El lugar estaba tan limpio que sólo lo podía haber hecho un profesional. Un profesional. Un detective de homicidios con experiencia, que sabía cómo limpiar la escena del crimen.
Jack sacudió la cabeza. ¡No! ¡Maldita sea, no! Tenía que creer en algo, en alguien. Tenía que ser otra cosa. Otra persona. Ahora estaba cansado. Comenzaba a desvariar. Seth Frank no era un asesino.
Volvió a cerrar los ojos. Por ahora estaba a salvo. Al cabo de unos minutos se hundió en un sueño intranquilo.
El frío de la mañana era tonificante. La tormenta de la noche había barrido el aire viciado y húmedo.
Jack estaba despierto; había dormido vestido y las prendas lo evidenciaban. Se lavó la cara en el baño, se peinó un poco, apagó la luz y regresó al dormitorio. Se sentó en la cama y miró la hora. Frank no tardaría mucho en llegar a su oficina. Sacó la caja de debajo de la cama, la dejó a su lado. Tenía la sensación de estar sentado junto a una bomba de relojería.
Encendió el pequeño televisor de color que había en un rincón. Emitían el primer informativo de la mañana. La rubia vivaracha, sin duda con la ayuda de grandes cantidades de cafeína mientras esperaba su oportunidad en la hora de máxima audiencia, resumía los titulares.
Jack esperaba ver la letanía habitual de las crisis mundiales. Oriente Medio merecía un minuto cada mañana. Quizás un nuevo terremoto en el sur de California. La disputa del presidente con el congreso.
Pero hoy sólo había una noticia. Jack prestó toda su atención cuando apareció en la pantalla un lugar que conocía muy bien.
Patton, Shaw amp; Lord. El vestíbulo de PS amp;L. ¿Qué decía la mujer?¿Gente muerta? ¿Sandy Lord asesinado? ¿Muerto a tiros en su despacho? Jack cruzó la habitación de un salto y subió el volumen. Vio atónito cómo sacaban dos camillas del edificio. Un foto de Lord apareció en la esquina superior derecha de la pantalla. Ofrecieron un rápido resumen de su brillante carrera. Pero estaba muerto. Alguien le había asesinado en su oficina.
Jack volvió a sentarse en la cama. ¿Sandy había estado allí anoche? ¿Quién era la otra persona? ¿La que habían sacado cubierta conuna sábana? No lo sabía. No podía saberlo. Pero creía saber lo que había pasado. El hombre que le perseguía, el hombre con la pistola. Vaya a saber cómo, Lord se había tropezado con él. Ellos iban a por Jack y Lord se había cruzado en el camino.
Apagó el televisor, fue hasta el baño y se lavó la cara con agua fría. Le temblaban las manos, tenía la garganta seca. Todo lo ocurrido le resultaba inverosímil. Demasiado inesperado. No era culpa suya, pero se sentía culpable por la muerte de su socio. Culpable, como Kate. Era una emoción aplastante.
Cogió el teléfono y marcó el número.
Seth Frank llevaba en la oficina casi una hora. Un amigo en la sección de homicidios de la capital le había comunicado todo lo que sabían del doble asesinato en la firma de abogados. Frank no sabía si estaban relacionados con Sullivan. Pero había un denominador común. Un denominador común que le había provocado un dolor de cabeza tremendo, y apenas eran las siete de la mañana.
Sonó el teléfono directo. Atendió la llamada y en su rostro apareció una expresión incrédula.
– Jack, ¿dónde diablos está?
Había una dureza en el tono del detective que Jack no esperaba oír.
– Buenos días a usted también.
– Jack, ¿sabe lo que ha pasado?
– Acabo de verlo en la televisión. Yo estuve allí anoche, Seth. Me perseguían; no sé cómo pero Sandy debió cruzarse en su camino y ellos le mataron.
– ¿Quiénes? ¿Quiénes le mataron?
– ¡No lo sé! Yo estaba en la oficina, oí un ruido. Después un tipo armado con una pistola me persiguió por todo el edificio y tuve suerte de salir de allí con la cabeza intacta. ¿La policía tiene alguna pista?
Frank inspiró con fuerza. La historia sonaba fantástica. Creía en Jack, confiaba en él. Pero, ¿quién podía poner la mano en el fuego por nadie en estos tiempos?
– ¿Seth? ¿Seth?
Frank se mordió las uñas mientras pensaba a toda máquina. Según lo que hiciera a continuación podrían ocurrir dos cosas muy distintas. Por un momento pensó en Kate Whitney. En la trampa que le había tendido a ella y al padre. Todavía no lo había olvidado. Era un poli, pero también era un ser humano. Confiaba en que aún le quedara algo de decencia.
– Jack, la policía tiene una pista. De hecho, una pista muy buena. -De acuerdo. ¿Cuál es?
– Es usted, Jack -respondió Frank, tras una pausa-. Usted es la pista. El tipo que la policía de todo el distrito está buscando en este mismo momento por toda la ciudad.
A Jack se le cayó el auricular de la mano. Le pareció que la sangre no le circulaba por las venas.
– ¿Jack? Jack, maldita sea, hábleme. -Las palabras del detectiveno se registraron en la mente del abogado.
Jack miró a través de la ventana. Afuera había personas que querían matarle y otras que querían arrestarlo por asesinato.
– ¡Jack!
– Yo no maté a nadie, Seth -contestó por fin con un esfuerzo. Las palabras sonaron como si se derramaran por un desagüe, a punto de ser arrastradas.
Frank escuchó lo que deseaba escuchar con desesperación. No eran las palabras -la gente culpable siempre mentía- sino el tono con que fueron dichas. Desaliento, incredulidad, horror, una mezcla muy explosiva.
– Le creo, Jack -dijo Frank, en voz baja.
– ¿Qué demonios está pasando, Seth?
– Por lo que me han dicho, los polis le tienen grabado en una cinta entrando en el garaje a medianoche. Al parecer, Lord y una amiga ya se encontraban en el edificio.
– No los vi.
– No estoy muy seguro de que tuviera que verles. -Frank sacudió la cabeza y continuó-: Al parecer, les encontraron semidesnudos, sobre todo la mujer. Supongo que acababan de hacer lo que les había llevado allí.
– ¡Vaya!
– También aparece en el vídeo cuando sale del garaje después delos asesinatos.
– ¿Qué hay del arma? ¿Encontraron el arma?
– Sí. En un contenedor de basura en el garaje. -¿Y?
– Sus huellas estaban en el arma, Jack. Eran las únicas que había. Después de verle en el vídeo, los polis de Washington buscaron sus huellas en el archivo de abogados del estado de Virginia. Vieron que eran las mismas.
Jack se hundió en la silla.
– Nunca toqué ningún arma, Seth. Alguien intentó matarme y salí corriendo. Le pegué al tipo, con un pisapapeles que cogí de mi mesa. Eso es lo único que sé. -Hizo una pausa-. ¿Qué hago ahora?
Frank esperaba la pregunta. Honestamente, no sabía qué contestar. Desde un punto de vista técnico, al hombre le buscaban por asesinato. Su deber como agente de la ley estaba muy claro, pero se daba el caso de que no era así.
– Quiero que se quede donde está. Haré unas cuantas averiguaciones. Pero bajo ninguna circunstancia vaya a ninguna parte. Llámeme dentro de tres horas. ¿De acuerdo?
Jack colgó y pensó en su situación. La policía le buscaba por el asesinato de dos personas. Sus huellas dactilares aparecían en un arma que no había tocado. Era un fugitivo de la justicia. Y acababa de hablar con un policía. Frank no le había preguntado dónde estaba. Pero podían rastrear la llamada. Podían haberlo hecho con toda facilidad. Sólo que Frank no lo haría. Entonces Jack pensó en Kate.
Los polis nunca decían toda la verdad. El detective había engañado a Kate. Después lo había lamentado, o al menos había dicho que lo lamentaba.
Un sirena sonó en la calle y a Jack se le paró el corazón por un instante. Corrió a la ventana y miró, pero el coche de la policía siguió su camino hasta que las luces azules se perdieron de vista.
Pero quizás ya estaban de camino. Venían a buscarle ahora mismo. Cogió el abrigo y se lo puso. Entonces miró la cama.
La caja.
No le había dicho ni una palabra a Frank del objeto. Anoche había sido la cosa más importante de su vida, pero ahora había pasado a un segundo plano.
– ¿No tienes bastante trabajo en el campo? -Craig Miller era detective de homicidios en Washington con muchos años de servicio. Fornido, con una abundante cabellera negra y ondulada, y una cara que traicionaba su afición al buen whisky. Frank le conocía desde hacía años. Eran unos buenos amigos que compartían la creencia de que el crimen siempre debía ser castigado.