– No, no, teniente. No tenga tanta prisa.
Frank vio el rostro de Laura Simon. La sonrisa de la mujer no alcanzaba a disimular del todo las arrugas de preocupación alrededor de los ojos. Su suspiro de alivio sonó con toda claridad.
– Su esposa acaba de marcharse para atender a los niños. Pasó aquí toda la noche. Le dije que en cuanto se fuera usted se despertaría.
– ¿Donde estoy?
En el hospital George Washington. Veo que tuvo la precaución de buscar un lugar cercano a un hospital para que le rompieran el craneo. -Simon se inclinó sobre la cama para que Frank no tuviera que mover la cabeza. Él la miró-. Seth, ¿recuerda lo que pasó?
Frank pensó en la noche pasada. ¿Era la noche pasada?
– ¿Qué día es hoy?
– Jueves.
– Entonces ocurrió anoche.
– Alrededor de las once. Esa fue la hora en que le encontraron. Y también al otro tipo.
– ¿El otro tipo? -Frank hizo un movimiento brusco y sintió un dolor intenso en el cuello.
– Tranquilo, Seth. -Laura acomodó una almohada debajo de la cabeza del teniente-. Había otro tipo. Un mendigo. Todavía no le han identificado. El mismo tipo de golpe en la nuca. Murió en el acto. Usted tuvo suerte.
Frank se tocó las sienes con mucha precaución. No se sentía tan afortunado.
– ¿Alguien más?
– ¿Qué?
– ¿Si encontraron a alguien más?
– Ah, no. Pero no se creerá lo que le voy a decir. ¿Recuerda al abogado que vio la cinta de vídeo con nosotros?
– Sí. Jack Graham. -Frank se puso tenso.
– El mismo. El tipo mató a dos personas en la firma donde trabaja y después le vieron salir corriendo de la estación del metro a la misma hora en que le aporrearon a usted y al otro tipo. Es una pesadilla ambulante. Pensar que parecía míster América.
– ¿Le han encontrado? ¿A Jack? ¿Están seguros de que escapó?
– Salió de la estación del metro si es lo que pregunta. -Laura le miró intrigada-. Pero sólo es una cuestión de tiempo. -Miró a través de la ventana y cogió su bolso-. Los polis de Washington quieren hablar con usted cuanto antes.
– No creo que pueda ayudarles mucho. No recuerdo gran cosa, Laura.
– Amnesia temporal. No tardará en recordarlo todo. -Se puso la chaqueta-. Alguien tiene que vigilar el condado de Middleton para que los ricos y famosos vivan tranquilos mientras usted se da la gran vida. -Sonrió-. No se acostumbre a esto, Seth. Nos molestaría mucho tener que contratar a un nuevo detective.
– ¿Dónde encontrarán a alguien tan agradable como yo?
– Su esposa volverá dentro de unas horas -contestó Laura, que rió con ganas-. Necesita descansar. -Caminaba hacia la puerta cuando se dio la vuelta para hacerle otra pregunta-: Por cierto, Seth,¿qué hacía en la estación de Farragut West a esa hora de la noche?
Frank tardó en responder. No tenía amnesia. Recordaba los sucesos de la noche con toda claridad.
– ¿Seth?
– No estoy seguro, Laura. -Cerró los ojos por un momento-. Sencillamente, no lo recuerdo.
– No se preocupe, recuperará la memoria. Mientras tanto, ellos cogerán a Graham. Eso permitirá aclararlo todo.
Laura se marchó, pero el teniente no aprovechó la soledad para descansar. Jack estaba ahí fuera. Con toda seguridad, al principio habría pensado que Frank le había tendido una trampa, aunque si Jack había leído los periódicos ya sabría que el detective había caído en la trampa preparada para el abogado.
Ahora ellos tenían el abrecartas. Eso era lo que contenía la caja. No podía ser otra cosa. Y, sin esa prueba, ¿cómo pillarían a esa gente?
Frank repitió el intento de levantarse. Tenía la aguja del suero insertada en un brazo. La presión en la cabeza le obligó a tenderse en el acto. Tenía que salir del hospital, ponerse en contacto con Jack. En estos momentos no sabía cómo conseguir ninguna de las dos cosas.
– Dijiste que necesitabas mi ayuda. ¿Qué puedo hacer? -Kate miró a Jack a la cara. No había ninguna reserva en su semblante.
Jack se sentó en la cama junto a la joven. Parecía preocupado.
– Tengo mis serias dudas respecto a meterte en este asunto. Me preguntó si fue sensato llamarte.
– Jack, he estado rodeada de violadores, asaltantes y asesinos durante los últimos cuatro años.
– Lo sé. Pero al menos sabías quiénes eran. Esta vez puede ser cualquiera. Están matando gente a diestro y siniestro, Kate. Esto es muy serio.
– No voy a marcharme a menos que me permitas ayudarte. Jack vaciló, sus ojos miraron a otra parte.
– Jack, si no confías en mí, te entregaré. Creo que estarás más seguro en manos de la poli.
– Serías capaz de hacerlo, ¿verdad?
– Claro que sí. Estoy quebrantando no sé cuántas leyes al estar aquí. Si dejas que te ayude, olvidaré este encuentro. Pero si no lo haces…
Había una mirada en sus ojos que, a pesar de todas las horribles amenazas que le acechaban, le hizo sentirse afortunado de estar con ella.
– De acuerdo. Serás mi contacto con Seth. Aparte de ti, él es la única persona en la que puedo confiar.
– Pero perdiste el paquete. ¿Cómo te puede ayudar? -Kate no pudo disimular su desagrado hacia el detective.
Jack se levantó para pasearse por la habitación. Por fin se detuvo y miró a la joven.
– ¿Recuerdas lo maniático que era tu padre con el control? ¿Que nunca se olvidaba de preparar un plan de emergencia?
– Lo recuerdo -contestó Kate, en un tono seco.
– Pues ahora estoy pensando en esa virtud.
– ¿De qué hablas?
– Que Luther tenía un plan de emergencia para este caso. Ella le miró, boquiabierta.
– Señora Broome.
La puerta se abrió un poco más mientras Edwina espiaba a su visitante.
– Me llamo Kate Whitney. Luther Whitney era mi padre. Kate se tranquilizó al ver que la anciana la saludaba con una sonrisa.
– Sabía que le había visto antes. Luther siempre me mostraba fotos suyas. Es mucho más bonita que en las fotos.
– Muchas gracias.
– No sé en qué estoy pensando -dijo la anciana al tiempo que abría la puerta-. Debe estar muerta de frío. Por favor, pase.
Edwina la guió hasta una pequeña sala de estar donde un trío de gatos dormían en diversos muebles.
– Acabo de preparar té. ¿Quiere una taza?
Kate vaciló. Tenía poco tiempo. Entonces miró el reducido confín de la casa. En un rincón había un viejo piano vertical cubierto de polvo. Kate se fijó en los ojos cansados de la mujer; ya no podía disfrutar del pasatiempo musical. Su marido había muerto hacía años, su hija se había suicidado. ¿Cuántos venían a visitarla?
– Sí, muchas gracias.
Las dos mujeres se instalaron en el viejo pero cómodo sofá. Kate probó el té fuerte y comenzó a animarse. Se apartó el pelo de la cara y miró a la anciana que la observaba con una expresión de pena.
– Lamento mucho lo de su padre, Kate. Se lo juro. Sé que ustedes dos tenían sus diferencias. Pero Luther era el hombre más bueno que conocí en toda mi vida.
– Muchas gracias.
La mirada de Edwina se posó en una mesa pequeña junto a la ventana. Kate siguió la mirada. Sobre la mesa había muchas fotos de Wanda Broome que formaban un relicario; la mostraban en sus momentos más felices. Se parecía mucho a la madre.
Un relicario. Sorprendida, Kate recordó la colección de fotos de sus triunfos que había guardado Luther.
– Señora Broome, lamento ser brusca pero no dispongo de mucho tiempo -dijo Kate mientras dejaba la taza.
– Se trata de la muerte de Luther y de mi hija, ¿no es así? -preguntó Edwina que adelantó expectante el cuerpo.
– ¿Por qué lo dice? -replicó Kate, sorprendida.
Edwina se inclinó todavía más, su voz se convirtió en un susurro. -Porque sé que Luther no mató a la señora Sullivan. Lo sé como si lo hubiera visto con mis propios ojos.
– ¿Tiene usted alguna idea…? -comenzó a preguntar Kate intrigada, pero se interrumpió al ver que Edwina sacudía la cabeza.
– No, no la tengo.
– Entonces, ¿cómo sabe que mi padre no lo hizo?
Esta vez la anciana hizo una pausa para pensar. Se apoyó en el respaldo y cerró los ojos. Cuando los abrió, Kate seguía sin mover un músculo.
– Es la hija de Luther y creo que tiene derecho a saber la verdad. -Bebió un trago de té y se secó los labios con una servilleta. Un gato persa negro saltó sobre su falda y en un segundo se quedó dormido.
– Conocía a su padre. Me refiero a su pasado. Él y Wanda se conocieron. Ella se metió en problemas hace años y Luther la ayudó, la ayudó a recuperarse y a llevar una vida decente. Le estaré agradecida por el resto de mi vida. Cada vez que Wanda o yo necesitábamos algo, él estaba disponible. El hecho es, Kate, que su padre no habría puesto el pie en aquella casa de no haber sido por Wanda.