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Tal vez el mejor, un hombre que había hecho trabajos ocasionales para la CIA (y para una larga lista de estrellas de cine y televisión y líderes políticos y religiosos de primera línea), se había jubilado y vivía en Florida, según averigüé. Finalmente, después de varias llamadas telefónicas a compañías de disfraces y de teatro en Boston, obtuve el número de un viejo, un húngaro llamado Balog que había hecho trabajos para el fbi y conocía los requisitos. Su trabajo le había permitido a un funcionario del fbi infiltrarse en una familia de la Mafia en Providence no una sino dos veces, me dijeron. Eso era suficiente para mí. Trabajaba en un viejo edificio de oficinas de Boston, como socio de una compañía de maquillaje teatral. Lo conseguí poco antes del mediodía.

Como no había tiempo para ir hasta Boston y volver, arreglé que se encontrara conmigo en un Holiday Inn, en Worcester, donde yo había reservado una habitación. Para hacerme tiempo, tendría que abandonar a sus clientes el resto del día. Le dije que valdría la pena.

– Tenemos que separarnos -le dije a Molly cuando llegamos al Holiday Inn-. Tú haz los arreglos de vuelo. Y ven a verme cuando termines.

Ivo Balog era un hombre de cerca de setenta años, rasgos rudos y piel roja de bebedor, pero yo me di cuenta enseguida de que fueran cuales fuesen sus defectos personales, Balog era un mago.

Meticuloso y muy inteligente, se pasó un cuarto de hora inspeccionándome la cara antes de abrir la caja de maquillaje.

– ¿Quién quiere ser exactamente? -me preguntó.

Mi respuesta, que yo había supuesto perfectamente razonada, no lo satisfizo.

– ¿De qué vive la persona que usted quiere personificar? -preguntó-. ¿Dónde vive? ¿Tiene dinero o no? ¿Fuma? ¿Está casado?

Conversamos unos minutos, fabricando la biografía falsa.Varias veces, objetó mis sugerencias, diciendo una y otra vez el mantra de su profesión, en su inglés muy extranjero:

– No, la esencia del diseño es la simplicidad.

Finalmente, me destiñó el color oscuro del cabello castaño y las cejas y después lo convirtió en un gris plateado.

– Puedo agregarle diez, tal vez quince años -me advirtió-, más es peligroso.

Él no tenía idea de la razón por la que yo estaba pidiéndole todo eso pero no había duda de que sentía la tensión. Y yo apreciaba su cuidado, su meticulosidad.

Aplicó una loción química para tostarme la cara y la distribuyó con cuidado para evitar líneas blancas que pudieran desenmascararme.

– Esto puede llevar dos horas -dijo él-. Supongo que tenemos ese tiempo.

– Sí -dije.

– Bien. Déjeme ver la ropa que se va a poner.

Inspeccionó el traje y los zapatos negros muy brillantes, y asintió. Estaba de acuerdo.

Luego pensó en algo.

– Pero… ¿y la protección antibala?

– Aquí está -dije, levantando la Safariland Cool Max, una remera de fibra de Spectra ultraliviana que según había dicho Seeger es diez veces más fuerte que el acero.

– Linda -dijo Balog, con admiración-. Delgada.

Para cuando la crema se secó, Balog ya me había aplicado una pintura para oscurecerme los dientes y me había fabricado una barba realista bien cortada y un par de anteojos de marco de carey.

Cuando Molly volvió a la habitación, se quedó fría, la mano en la cara.

– Mi Dios -dijo-. ¡Me engañaste por un momento!

– Un segundo no basta -dije y luego me volví para mirarme por primera vez en el espejo del hotel. Yo también me quedé de una pieza. La transformación era extraordinaria.

– La silla está en el baúl -dijo ella-. Vas a tener que inspeccionarla. Escucha… -Miró al artista del maquillaje con preocupación. Yo lo miré también y le pedí que se fuera al vestíbulo durante unos momentos.

– ¿Qué pasa?

– Había un problema con la audiencia -dijo ella-. Generalmente, las audiencias son públicas y abiertas, excepto las secretas. Pero esta vez, no sé por qué, tal vez porque se televisa, admiten sólo prensa e invitados especiales.

Yo le contesté con calma; no quería dejarme dominar por el pánico.-Dijiste que había un problema; había, dijiste…

Ella tenía una sonrisa tensa: algo seguía preocupándola.

– Llamé a la oficina del senador del Commonwealth de Massachusetts… -dijo ella-. Le dije que era asistente administrativa de un tal doctor Charles Lloyd de Weston, Massachusetts, que está en Washington y quiere ver una audiencia en vivo y en directo. La gente del senador siempre está encantada cuando puede hacerle un favor a un votante. Hay un pase esperándote en la sala.

Se inclinó y me besó la frente.

– Gracias -dije-. Pero no tengo identificación con ese nombre y no hay tiempo para…

– No van a pedir identificación. Ya pregunté. Les dije que te habían robado la billetera y entonces me sugirieron que llamaras a la policía. De todos modos, nunca piden identificación en las audiencias públicas… En general, no piden pases tampoco.

– ¿Y si controlan y descubren que ese médico no existe?

– No van a controlar, pero si lo hacen, sí que existe. Charlie Lloyd es el jefe de cirugía del Hospital General de Massachusetts. Siempre pasa todo este mes en el sur de Francia. Ahora, está de vacaciones con su esposa en Iles d'Hyéres, en la costa de Toulon, Costa Azul, claro. Pero el servicio de mensajería dice solamente que está fuera de la ciudad. A nadie le gusta saber que su cirujano está en Provenza o algún lugar así.

– Eres genial.

Ella se inclinó con modestia.

– Gracias, pero en cuanto al vuelo…

Yo sentí inmediatamente, por su tono de voz, que algo no andaba bien.

– No, Molly. No hay líos con el vuelo, ¿no es cierto?

Ella contestó al borde de la histeria.

– Llamé a todas las compañías de charters de cien kilómetros a la redonda. Sólo una tenía un avión disponible con tan poca anticipación. Todo el mundo está completo por el resto de la semana…

– Y lo alquilaste, ¿no?

Ella dudó.

– Sí, sí… Pero no es cerca. Están en el Aeropuerto Logan.

– ¡Eso es a una hora de camino! -rugí. Miré el reloj: eran más de las tres de la tarde. Teníamos que estar en el Senado antes de las siete. ¡Cuatro horas! -Diles que lleven el avión a Hanscom. Paga lo que te pidan. ¡Pero hazlo!

– Ya lo hice -espetó ella-. ¡Lo hice, mierda! Les ofrecí el doble, el triple… Pero el único avión que tienen, un Cessna 303 dos motores, no va a estar listo hasta el mediodía, ydespués, todavía tienen que revisarlo y lo que ha…

– ¡Mierda, Molly, mierda! Tenemos que estar en Washington a las seis, a más tardar… ¡Tu maldito padre…!

– ¡Eso ya lo sé! -Ella levantó la voz casi hasta el alarido; le corrían las lágrimas por las mejillas. -¿Crees que no me doy cuenta, carajo? El avión va a estar en Hanscom en media hora.

– Eso no nos da tiempo, mierda… El vuelo es de dos horas y media…

– Hay un vuelo comercial desde Boston cada media hora, por Dios…

– No. No podemos tomar vuelos comerciales. Sería una locura. ¿En este punto del plan? Es demasiado arriesgado aunque más no fuera por las armas… -Una vez más miré mi reloj y calculé mentalmente. -Si nos vamos ahora, apenas si llegamos al Senado.

Dejé entrar a Balog, le pagué, le agradecí su ayuda y lo acompañé a la salida.

– Vamonos ya, carajo -dije.

Eran las tres y diez.

68

Unos minutos después de las tres y media, estábamos en el aire.