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– No lo canceles Me va a hacer bien salir un poco.

Gracias a Dios no hubo tiempo para pensar en nada esa tarde. Mi cliente de las cuatro llegó puntualmente: el señor Mel Kornstein era un hombre robusto de cincuenta años que usaba ropas italianas demasiado lujosas, carísimas y lentes estilo aviador siempre un poco torcidos. Tenia la mirada de los genios, distraída, fuera de foco, y yo realmente creo que era un genio. Había hecho una fortuna con la invención de un juego de computadora llamado SpaceTron, del que seguramente usted ha oído hablar. Por si acaso no lo conoce, se trata de un juego de caza en el cual, el jugador, piloto de una pequeña nave espacial, tiene que eludir las naves malvadas que quieren destruirlo y salvar así al planeta Tierra. Tal vez parezca una tontería pero el juego es una maravilla de tecnología. Es tridimensional y es tan realista que uno se convence de que está ahí, siente cómo lo rozan al pasar los cometas y meteoros y se le hace un nudo en la garganta cuando lo atacan los enemigos espaciales. La base es un programa de software muy ingenioso, patentado por Kornstein, un verdadero avance en el campo. Eso, más un simulador de voz, también patentado, que ladra órdenes como "!Muy a la izquierda! " o "!Está demasiado cerca! ", y lo que se consigue es una explosión de color y sonido en la computadora. La compañía de Kornstein tiene ganancias por algo más de cien millones de dólares por año.

Pero ahora había surgido otra compañía de software con un producto similar y las ganancias del SpaceTron habían caído en picada. Obviamente, quería hacer algo al respecto.

Se hundió en la silla junto a mi escritorio, irradiando una desesperación oscura. Charlamos unos momentos pero él no estaba de buen humor. Me entregó una caja con el juego rival, que se llamaba SpaceTime. Yo la dejé caer sobre mi escritorio de computación, la abrí y me quedé de una pieza al ver los innumerables detalles copiados.

– Estos tipos ni siquiera trataron de ser originales, ¿no es cierto? -dije.

Kornstein se saco los anteojos y los limpió con la camisa.

– Quiero acabar con esos hijos de puta -murmuró.

– Ey, más despacio por favor -lo interrumpí- Voy a tener que mandar hacer un examen imparcial sobre el tema para ver si realmente hay infracción de patente.

– Lo que yo quiero es aplastarlos -repitió.

– Todo a su tiempo. Vamos a tener que tomar los puntos de la patente, uno por uno y analizarlos.

– Es idéntico -dijo Kornstein, mientras volvía a ponerse los anteojos, todavía torcidos- ¿Le parece que tengo un caso, o no?

– Bueno, los juegos de computadora se patentan sobre los mismos principios que los juegos de tablero, digamos Lo que usted hace es patentar la relación entre los elementos físicos y los conceptos que los sustentan, la forma en que interactúan.

– Lo único que quiero es aplastarlos.

Asentí.

– Haremos todo lo posible -dije.

Focaccia era uno de esos restaurantes del norte de Italia, siempre sofisticados, vagamente ofensivos y bien caros, que frecuentan los yuppies en el Back Bay y donde sirven mucha arugula y radicchio, y las camareras son jóvenes y hermosas y trabajan de modelos en otro horario. Con el ruido de las voces y la música rap, el sitio era realmente para aturdirse, ésa también parece ser otra característica necesaria de los restaurantes italianos pretenciosos en Estados Unidos.

Molly llegó tarde, pero mi mejor amigo, Ike, y su esposa, Linda, ya estaban sentados frente a frente a una mesa. Se gritaban en lo que parecía una terrible discusión familiar y era sólo un intento de comunicación. Isaac Cowan y yo habíamos ido juntos a la universidad, donde el se especializó en derrotarme en partidos de tenis Ahora tiene un trabajo corporativo tan pero tan aburrido que ni siquiera él consigue describirlo, aunque yo sé que tiene algo que ver con los seguros. Linda, que en ese momento estaba embarazada de siete meses, es sicóloga de niños. Los dos son altos, pecosos y pelirrojos, terriblemente similares físicamente Para mí es especialmente agradable estar con ellos.

Estaban diciendo algo acerca de que la madre de Isaac iba a venir a visitarlos. Después, Ike se volvió hacia mí y me mencionó un juego al que había ido la semana anterior. Hablamos un poco de trabajo, del embarazo de Linda (ella quería preguntarle algo a Molly sobre un análisis que le había pedido el obstetra), sobre mi revés (prácticamente inexistente) y finalmente, sobre el padre de Molly.

Ike y Linda siempre se habían sentido un poco incómodos cuando hablábamos del famoso padre de Molly, nunca estaban seguros de si estaban demostrando demasiada curiosidad y no querían hacerlo. Ike sabía algo de mi trabajo para la CIA, aunque yo le había dicho claramente que no quería hablar de eso con él. También sabía que yo había estado casado antes, que mi primera esposa había muerto en un accidente, y no mucho más. Naturalmente, eso limitaba los temas de conversación. Ambos expresaron sus condolencias por Hal Sinclair y me preguntaron cómo andaba Molly Yo sabía que no podía decirles nada sobre lo que me estaba preocupando, ciertamente nada sobre el asesinato.

Molly llegó, toda disculpas, cuando terminábamos las entradas (por principio, nadie pedía focaccia)

– ¿Cómo te fue? -me preguntó cuando me besó. Me miró tal vez uno o dos segundos de más, y supe que estaba preguntándome sobre Truslow.

– Muy bien -dije

Besó a Ike y a Linda, se sentó y dijo:

– No creo que pueda seguir aguantando todo esto.

– ¿La medicina? -preguntó Linda

– Los premas -contestó ella, una palabra de la jerga médica para los bebés prematuros- Hoy recibí mellizos y otro bebé, y los tres juntos pesaban menos de cinco kilos. Me la pasé cuidándolos y el estado era crítico, pobres cositas, todo el día tratando de colocarle catéteres en la arteria umbilical, y manejando a familias muy estresadas y enloquecidas.

Ike y Linda sacudieron la cabeza.

– Chicos con sida -siguió diciendo Molly- O infecciones bacterianas en el cerebro y como estoy de guardia cada tres noches.

Yo la interrumpí.

– Dejemos esto por un rato, ¿eh?

Ella se volvió hacia mí, los ojos abiertos.

¿Dejarlo?

– De acuerdo, Mol -le dije con tranquilidad. Ike y Linda se concentraron en sus ensaladas, incómodos.

– Lo lamento -dijo ella Le tomé la mano por debajo de la mesa.A veces el trabajo la afectaba de esa forma, pero yo sabía que en realidad todavía no se había recuperado de la imagen de la fotografía.

En toda la cena estuvo distante, asintió y sonrió, pero sus pensamientos estaban en otra parte, de eso no había duda Ike y Linda atribuyeron todo eso a la muerte de su padre, lo cual era básicamente cierto.

En el taxi de vuelta a casa discutimos en susurros feroces sobre Truslow y la Corporación y la CIA, todo lo que ella me había hecho prometer que dejaría para siempre.

– Mierda -susurró-, vas a empezar a trabajar con Truslow y ya no vas a querer salir de ese maldito juego.

– Molly -empecé a decir, pero ella no iba a dejar que yo la interrumpiera

– El que se acuesta con niños, amanece meado. Mierda, me prometiste que no ibas a volver a eso.

– No voy a volver, Mol -dije.

Ella se quedó callada un momento.

– Le hablaste de la muerte de papá, ¿no es cierto?

– No, claro que no -Una mentira piadosa, pero no quería contarle nada sobre la supuesta malversación de fondos ni sobre las audiencias del Senado.

– No sé lo que quiere de ti pero, sea lo que sea, tiene que ver con eso, ¿verdad?