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– Ed cree que usted debería estudiar abogacía -dijo Hal.

Yo escuché, pasivo. ¿Qué interés podía tener yo en la ley? La respuesta a esa importante pregunta, como descubrí después, era que no mucho, pero ¿qué importancia tenía esa respuesta? Se puede ser bueno en algo que no produce placer.

Yo quería hablarle a Hal de lo que había pasado, pero él no estaba interesado. Tenía el cartón lleno, pensaba que era mejor mantener la neutralidad, no quería volver sobre el pasado.

– Será usted un gran abogado -dijo.

Me contó un chiste muy sucio, muy bueno, sobre abogados.

Los dos nos reímos. Ese día salí del cuartel general de la CIA convencido de que lo hacía por última vez.

Pero me pasaría el resto de mi vida perseguido por el fantasma de la pesadilla de París.

9

La casa de fin de semana de Alex Truslow en New Hampshire estaba a menos de una hora de auto de Boston. Molly consiguió hacerse tiempo para venir, lo cual era un milagro. Creo que quería asegurarse de que Truslow era un buen tipo, de que yo no estaba cometiendo un error colosal al aceptar el trabajo para la Corporación.

La casa, una belleza antigua, colgada sobre un acantilado bajo que dominaba su propio lago, era mucho más grande de lo que yo esperaba. Era blanca, con persianas negras, elegante y familiar al mismo tiempo. Tal vez había nacido como granja humilde hacía ya cien años y, al parecer, se había expandido lentamente, hasta convertirse en una larga serpentina no demasiado agradable que flotaba sobre la cresta ondulante de la colina. Tenía algunos rincones en los que se le había descascarado la pintura.

Truslow estaba afuera, ocupándose del fuego, cuando llegamos. Estaba vestido de entrecasa una camisa de lana a cuadros, pantalones de corderoy color verde musgo, medias blancas, y mocasines Besó a Molly en la mejilla, me dio una palmada en la espalda y nos sirvió martinis con vodka. Por primera vez entendí conscientemente lo que siempre me había intrigado de Alexander Truslow. En algunas formas -la curva lúgubre de las cejas, la honestidad empecinada- me recordaba a mi propio padre, que había muerto de un ataque cuando yo tenia diecisiete años, el verano anterior a mi partida a la preparatoria.

Su esposa, Margaret, una mujer flaca y morena de unos sesenta años, salió de la casa mientras la puerta mosquitero sonaba detrás de ella.

– Lamento lo de su padre -le dijo a Molly- Lo extrañamos mucho Tanta gente lo extraña.

Molly sonrió y le agradeció.

– Este lugar es hermoso -dijo.

– ¿Si? -preguntó Margaret Truslow, acercándose a su esposo y tocándolo cariñosamente en la mejilla con el dorso de la mano- Yo lo odio. Desde que Alex se retiró de la CIA me hace pasar aquí casi todos los fines de semana y todos los veranos Lo aguanto porque no tengo mas remedio -La expresión, levemente divertida e irritada, era la que se usa con un chico amado pero travieso.

– Margaret prefiere Louisbourg Square -dijo Truslow Hablaba de un lugar muy exclusivo y pequeño sobre Beacon Hill, donde tenía una casa.

– Ustedes viven en la ciudad, ¿,verdad?

– Back Bay -dijo Molly- Si vio alguna vez unos carteles de Hombres Trabajando y pilas de materiales de construcción por ahí, seguramente eran nuestros.

Truslow rió.

– Reformas, ¿eh?

Apenas si Molly pudo empezar a decir algo, cuando dos chicos salieron de la casa, una nenita de tres años, perseguida por un chico un poco mayor.

– ¡ Elias! -llamó la señora Truslow.

– Basta -interrumpió Alex, tomando a la nena entre sus brazos -Elias, no atormentes a tu hermana Zoé, ven a conocer a Ben y a Molly.

La nenita nos miró, preocupada, la cara manchada de lágrimas Después, hundió la cabeza en el pecho de Truslow.

– Es tímida -explicó Truslow- Elias, dale la mano a Ben Ellison y a Molly Sinclair -El chico, rubio y gordinflón, extendió una manito gorda a cada uno y después salió corriendo.

– Mi hija… -empezó a decir Margaret Truslow.

– Mi hija, que parece estar siempre en la ruina, -interrumpió Truslow- y su marido, todo un adicto al trabajo, están en un concierto sinfónico Es decir que los pobres chicos tienen que cenar con sus abuelitos, que son la mar de aburridos ¿No es cierto, Zoé? -Le hizo cosquillas con una mano mientras la sostenía con la otra Ella rió, como si no quisiera hacerlo, y después siguió llorando.

– Nuestra Zoé tiene dolor de oído -dijo Margaret- Hace siglos que llora No para desde que llegó.

– Veamos -dijo Molly- Seguramente no tienen amoxicilina, ¿no?

– ¿Amoxi qué? -dijo Margaret.

– Sí, sí, creo que tengo un frasco de 150 centímetros cúbicos en el auto.

– ¡Parece una visita a domicilio! -exclamó Margaret Truslow.

– Y sin cargo. -dijo Molly.

La cena fue una típica cena norteamericana… pollo asado, papas al horno y una ensalada. El pollo estaba delicioso Truslow nos dio la receta con todo orgullo.

– Ya sabe lo que dicen -comentó mientras llenaba nuestros platos de helado- Para cuando los más jóvenes aprenden a dejar la casa en orden, aparecen los primeros nietos dispuestos a deshacerlo todo ¿No es cierto, Elias?

– No -dijo Elias.

– ¿Ustedes tienen hijos? -preguntó Margaret Truslow.

– Todavía no -respondí.

– Yo creo que a los chicos no debería oírselos ni vérselos -dijo Molly- Nunca

Margaret la miró, escandalizada, hasta que se dio cuenta de que era una broma

– cUsted es pediatra? -dijo para burlarse a su vez.

– Tener hijos es lo mejor que hice en mi vida -dijo Truslow.

– ¿No hay un libro que se llama “Los nietos son tan divertidos…debería haberlos tenido primero ? -preguntó Margaret.

Los dos se rieron.

– Hay algo de verdad en eso -dijo Alex.

– Va a tener que dejar todo esto si va a Washington-dijo Molly

– Lo sé No crea que no lo estoy pensando.

– Ni siquiera te lo pidieron -le recordó su esposa.

– Cierto -dijo Truslow- Y para ser honesto, reemplazar a su padre me parece bastante riesgoso.

Molly asintió.

– Pocas cosas más difíciles de tolerar que seguir el buen ejemplo -interrumpí.

– Y ahora -anuncio el dueño de casa-, espero que las hermosas mujeres no se molesten si Ben y yo nos vamos a dar una vuelta y a charlar de trabajo.

– De acuerdo -dijo su esposa, el tono un poco áspero- Molly puede ayudarme con los chicos. Si es que está dispuesta a aguantarlos, quiero decir.

– Hace unas semanas -empezó a decir Truslow-, la Agencia apresó a un potencial asesino. Un rumano. Seguridad

– Nos sentamos en una habitación con piso de piedra, que parecía ser su estudio, frente a una mesa de madera. El mobiliario era viejo y estaba gastado, la única nota discordante era la unidad moderna de teléfono digital sobre el escritorio -Lo interrogaron. El tipo era duro.

Yo no sabía a qué apuntaba, así que me quedé callado.

– Después de varias sesiones, se quebró. Pero no sabía mucho Un trabajo muy profesional de compartimentación de la información Dijo que tenía algo que ofrecernos Algo sobre la muerte de Harrison Sinclair -Dejó que su voz se apagara.

– Y antes de que pudiera decírnoslo, murió -Uno de esos casos de interrogatorio un poco duro, supongo -No infiltraron el sistema para matarlo, para sacarlo de en

Medio. Es impresionante hasta dónde pueden llegar.

– ¿Y quiénes son ellos?