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Lo de la CSI y la ilegalidad me llamó la atención. Incliné la cabeza hacia ese cuerpo húmedo, jadeante.

Esas acciones van a llegar al cielo. ¿Por qué mierda no puedo comprar acciones de mi propia compañía? No es justo. Me pregunto si hay alguien más en el directorio que esté pensando en esto. Claro que sí. Seguro que todos tratan de buscarle la vuelta…

El monólogo se hacía más y más interesante y me esforcé por acercármele sin llamar la atención. Perdido en sus pensamientos de avaro y codicioso, Al no parecía consciente de mi existencia.

Veamos… El anuncio se hace mañana, a las dos de la tarde. Todos los analistas financieros y cientos de tenedores de acciones ven que el pobre Beacon Trust va aparar a las manos de la sólida Saxon Bancorp y todos y hasta la abuela van a querer comprar las acciones subvaluadas de Beacon. Vamos a ir de once y medio a cincuenta o sesenta en dos días. ¿ Y yo tengo que quedarme con los brazos cruzados? Tiene que haber una forma. Dios. Tal vez una amiguita rica de Catherine. Tal vez al tío se le ocurra alguien que no tenga nada que ver conmigo… comprar algo de Beacon mañana de mañana a nombre de otro y…

A mí me latía con fuerza el corazón. Había captado lo que sólo puede describirse como información confidencial y la última información disponible. Beacon Trust terminaría en manos de Saxon. El trato se anunciaría al día siguiente. Alan o Alvin era uno de los pocos ejecutivos y abogados de la compañía que lo sabían. Era obvio que las acciones subirían y cualquiera que lo supiera de antemano se volvería rico. Al estaba pensando en una forma de hacerlo para sí mismo sin atraer a los sabuesos de la CSI en su contra.

Yo podía hacerlo. No había forma de rastrear la conexión.

En cuestión de horas compraría acciones de Beacon Trust y esas acciones harían que mi medio millón de dólares perdido pareciera una estupidez.

Nadie podía relacionarme con Beacon Trust. Mi firma no tenía negocios con Beacon (no nos hubiéramos dignado a tenerlos). Y yo trataría de no decirle ni hola a Aclass="underline" sería mejor si no intercambiábamos ni una sola palabra.

¿Qué podían hacer los de la Comisión de Seguridad e Intercambio? ¿Llevarme a una corte, ponerme frente al jurado y acusarme de tratar de obtener provecho ilegalmente? El presidente de la CSI terminaría encerrado en una habitación de paredes blandas y blancas, con un chaleco de fuerza si presentaba la denuncia.

Me separé de la máquina, todo transpirado. Había hecho más de cuarenta minutos en esa máquina terrible y ni siquiera me había dado cuenta.

16

Veinte minutos después, oí que giraban dos llaves en los cerrojos de la puerta y la voz de Molly que me llamaba:

– ¿Ben?

– Llegas tarde -dije, fingiendo irritación-. Dime qué es más importante: la vida de un chico o mi cena…

Levanté la vista, nos sonreímos y la vi muy cansada.

– Ey -dije, acercándome para abrazarla-. ¿Qué pasa?

Ella sacudió la cabeza despacio, agotada.

– Mal día.

– Ah -dije-, pero ahora estás en casa. -La rodeé con mis brazos y la besé, un beso largo, pensado. Le puse las manos sobre las nalgas y me apreté contra ella.

Ella me deslizó las manos, secas y frías, por la espalda y más abajo, dentro de los pantalones cortos.

– Mmmm -dijo. Tenía el aliento cálido contra mi nuca.

Le pasé las manos dentro de la blusa, dentro del algodón blanco del corpiño, sentí los pezones tibios, erectos.

– Mmmm -repitió.

– ¿Arriba? -le pregunté.

Ella gimió un poco, después tembló.

…cocina… oí.

Me incliné hacia ella, le pasé el dedo índice sobre el seno derecho, toqué el pezón erguido.

…en la cocina, de pie, aquí mismo…

Me levanté, la tomé de los hombros y la llevé desde el comedor hacia la cocina, después la empujé contra la mesa de roble usada.

Sus pensamientos. Estaba mal, era una maldad, era vergonzoso, pero, arrastrado por el deseo, no podía detenerme…

Sí, sí…

Gimió con suavidad cuando le saqué la blusa.

…el otro seno, sí, sí. No pares. Los dos…

Obediente, le acaricié los dos senos con las palmas, después le chupé uno, y el otro.

No te muevas…Seguí haciéndolo mientras la empujaba hasta que quedó recostada contra la mesa, lejos de los boles. Nunca había visto El cartero llama dos veces pero me acordaba del afiche. ¿No habían hecho lo mismo Lana Turner y John Garfield?

Le toqué los muslos, despacio, con el pene erecto y cuando le bajaba la bombacha, oí:

No, todavía no.

Obedeciendo a sus deseos mudos, volví a concentrarme en los senos, y me quedé allí más tiempo de lo que lo hubiera hecho naturalmente.

Hicimos el amor sobre la mesa de la cocina, y perdimos un bol chino en el proceso. Ninguno de los dos notó el momento del estallido de la porcelana. Fue el sexo más intenso, más erótico, que yo hubiera tenido en mi vida, eso tengo que decirlo. Molly se entregó tanto que se olvidó de ponerse el diafragma. Tuvo orgasmos una y otra y otra vez, mientras le rodaban las lágrimas por las mejillas. Después, nos quedamos juntos, enredados uno en brazos del otro, húmedos de sudor y de los líquidos y los olores del amor, sobre el sillón del comedor.

Pero cuando terminamos, me sentí terriblemente culpable.

Dicen que todos los seres humanos sienten tristeza después del sexo. Yo creo que sólo los hombres la experimentan. Molly parecía feliz y desorientada, mientras me acariciaba el pene flaccido, enrojecido, seco.

– No te cuidaste -dije-. ¿Significa que cambiaste de idea sobre lo del bebé?

– No -dijo ella, la voz llena de sueño-. No estoy en la parte fértil del ciclo. No es muy peligroso. Y valió la pena.

Me sentí todavía más culpable, un depredador, un malvado. La había violado en un sentido fundamental. Al responder a cada uno de sus deseos, la había manipulado de una manera terrible, había cometido algo incorrecto, algo deshonesto.

Me sentía como la mierda.

– Sí -dije-. A mí también me gustó.

Molly y yo nos casamos en una hermosa casa antigua de las afueras de Boston. El día todavía aparece borroso para mí. Me acuerdo de haber recorrido el pueblo, buscando un traje y un par de medias negras para usar en la ocasión.

Antes de la ceremonia, Hal Sinclair se me acercó y me tomó por el codo. En su esmoquin, parecía más distinguido todavía: el cabello blanco le brillaba contra la cara tostada, larga,estrecha y hermosa. Tenía un mentón alto, labios finos, líneas de risa alrededor de los ojos y de la boca.

Parecía enojado, pero después me di cuenta de que lo que estaba expresando era severidad y nunca lo había visto así antes.

– Cuida a mi hija -dijo.

Yo lo miré. Esperaba una broma, pero él tenía un aspecto sombrío.

– ¿Me oyes?

Dije que lo oía. Claro que sí.

– Cuídala.

Y de pronto me golpeó, un puñetazo en el plexo solar. ¡Claro! A mi primera esposa la habían matado. Hal nunca me lo diría, pero de no ser por mi error en los procedimientos, Laura aún estaría viva. De no ser por mi apuro, mi impaciencia.

Mataste a tu primera esposa, parecía decirme. No mates a la segunda, Ben.

Sentí que estaba sonrojándome. Tenía ganas de decirle que se fuera a la mierda. Pero no podía, no a mi futuro suegro, no en el día de la boda.

Le contesté con toda la calidez que pude reunir: