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– No se preocupe, Hal. Pienso cuidarla.

– Tengo un cliente, Mol -le dije después mientras tomábamos vodka y tónica en la mesa de la cocina-. Un hombre normal, cuerdo…

– Si es cuerdo, ¿qué hace en Putnam amp; Stearns? -Tomó un trago del vaso congelado. -Excelente. Mucha lima, como me gusta.

Yo me reí.

– Este cliente, que parece totalmente normal, me preguntó si creo en la posibilidad de fenómenos extrasensoriales.

– fes.

– Dice que puede ver los pensamientos de otros, como leerlos.

– ¿Adonde quieres llegar?

– Lo intentó conmigo… y estoy convencido de que puede. Lo que quiero saber es si tú aceptas la posibilidad…

– No. Sí. ¿Qué sé yo, carajo? ¿Adonde quieres ir a parar con todo esto?

– ¿Oíste hablar de eso alguna vez?

– Claro. Seguramente hubo un episodio al respecto en La cuarta dimensión. Un chico en un libro de Stephen King. Pero escucha, Ben… Tenemos que hablar…-De acuerdo -dije, un poco preocupado.

– Hoy se me acercó un tipo en el hospital.

– ¿Qué tipo?

– "¿Qué tipo?" -Molly se burlaba de mí, imitándome con amargura. -Vamos, Ben, tú lo sabes, lo sabes perfectamente.

– ¿De qué estás hablando, Molly?

– Esta tarde. En el hospital. Dijo que le dijiste dónde encontrarme.

Yo apoyé el trago sobre la mesa.

– ¿Qué?

– ¿No hablaste con él?

– No tengo idea de qué se trata todo esto, te lo juro. ¿Alguien "se te acercó"?

– No digo que fuera agresivo. No. Había un tipo, un tipo sentado en la sala de espera de mi sección y supongo que le dijo a alguien que quería verme. Yo no lo conocía. Tenía un aspecto… no sé… oficial… traje gris, corbata azul, y todo eso.

– ¿Quién era?

– Bueno, ahí está el problema. No sé.

– No…

– Escucha -dijo ella, la voz aguda-. Tú escúchame a mí. Me preguntó si era Martha Sinclair, hija de Harrison Sinclair. Dije sí, ¿quién era él?, pero él me preguntó si podía hablarme unos minutos y acepté.

Me miró, los ojos rojos, cansados, y siguió contándome.

– Dijo que había hablado contigo, que era amigo de papá. Supuse que era un empleado de la Agencia, tenía el aspecto, y que quería hablarme y no me rehusé.

– ¿Y qué quería?

– Me preguntó si sabía algo de una cuenta de mi padre, una qué abrió antes de morir. Algo sobre un código de acceso o algo así. Yo no sabía de qué mierda me estaba hablando.

– ¿Qué?

– Entonces no habló contigo, ¿eh? -dijo ella, casi ahogando un sollozo-. Ben, es mentira, sí, tiene que ser mentira.

– ¿No te dijo cómo se llamaba?

– No le pregunté, estaba asustada, casi no podía caminar… Ni hablar.

– ¿Y cómo era?

– Alto. Piel blanca, casi albino. Cabello rubio, muy finito. Fuerte pero… no sé… como femenino. Dijo que hacía trabajos de inteligencia para la CIA -me contó Molly, con la voz aguda, débil-. Dijo que estaban investigando lo que llamó la "supuesta estafa" de papá y que quería saber si papá me había dejado papeles o me había dado información. Quería los códigos de acceso.

– ¿No le dijiste que se metiera las preguntas en el culo?

– Le contesté que había un error, ya sabes, le pregunté qué prueba tenían, todo eso. Y el tipo dijo que se mantendría en contacto, pero que mientras tanto tratara de acordarme de todo lo que había dicho mi padre. Y después dijo…

Tenía la voz quebrada y se cubrió los ojos con una mano.

– Sigue, Molly.

– Dijo que la estafa, seguramente, estaba conectada con el asesinato de papá. Sabía lo de la foto de… -Cerró los ojos.

– Sigue.

– Dijo que había mucha presión en la Agencia para hacerlo público, entregarlo a los diarios, y yo dije, no puede ser, no es justo, es mentira, van a arruinar su reputación. Y él dijo, a nosotros tampoco nos gusta, señora Sinclair. Lo único que queremos es su colaboración.

– Dios -dije con un gemido.

– ¿Tiene algo que ver con la Corporación, Ben? ¿Con lo que estás haciendo para Alex Truslow?

– Sí. Creo que sí.

17

A la mañana siguiente muy temprano -tiene que haber sido temprano porque Molly no se había levantado para ir a trabajar-, abrí los ojos, miré a mi alrededor como hago siempre y vi que no eran ni las seis.

Molly estaba dormida a mi lado, encogida en posición fetal, las manos unidas contra el pecho. Me gusta mirarla dormir. Me gusta la vulnerabilidad de nena que tiene, me gusta verle el cabello enredado y la cara desarreglada. Tiene la habilidad de dormir más profundamente que yo. A veces me parece que disfruta más del sueño que del sexo. Y generalmente se levanta de un humor hermoso, feliz y fresca, como si acabara de volver de unas breves y maravillosas vacaciones.

Yo, en cambio, me despierto dispéptico, confundido, gruñón. Esa vez me levanté, crucé el frío piso de madera para ir al baño, tratando de no hacer ruido. Ella estaba muy lejos, soñando, y no era fácil sacarla de ese sitio. Después, me acerqué a su lado de la cama, me senté en el borde e incliné la cabeza.

Me sorprendió "oír" algo.

No era nada coherente, nada de pensamientos ordenados y breves como los que había oído el día anterior.

Oí pedacitos casi musicales de sonido, algo tonal, algo que no sonaba a ningún idioma que yo hubiera oído. Era como si hubiera captado en la radio un programa en idioma extranjero. Y luego, un grupo de palabras con sentido. Computadora, oí, y después algo que sonaba a zorro y después, claramente un sueño de hospital, monitor, y Ben, y más de esos sonidos musicales.

Y después, de pronto, Molly estaba despierta. ¿Había sentido mi aliento en su cara? Abrió los ojos despacio, los puso en mí. Y se sentó, asustada.

– ¿Qué pasa, Ben? -preguntó ansiosa.

– Nada -dije.

– ¿Qué hora es? ¿Las siete?

– Las seis. -Dudé y después agregué: -Quiero hablarte.-Yo quiero dormir -dijo en un gruñido, y cerró los ojos-. Hablemos después. -Rodó de costado y se aferró a la almohada.

Yo le toqué el hombro.

– Mol, amor, tenemos que hablar.

Con los ojos cerrados, murmuró:

– De acuerdo.

Le toqué otra vez el hombro y volvió a abrir los ojos.

– ¿Qué pasa? -Se sentó otra vez, despacio.

Yo me metí en la cama. Me dejó lugar.

– Molly -empecé a decir y después me detuve. ¿Cómo se dice algo así? ¿Cómo se explica algo que no tiene sentido ni siquiera para uno mismo?

– ¿Mmmm?

– Mol, esto va a ser muy difícil de explicar. Creo que vas a tener que escucharme. No vas a creerme, supongo. Yo no lo creería, te aseguro, pero por ahora escucha, por favor.

Ella me miró un momento, con sospechas.

– ¿Tiene algo que ver con el tipo del hospital?

– Por favor, escucha. Sabes que vino ese hombre de la CIA y me pidió que me sometiera a un examen poligráfico en un generador de imágenes por resonancia magnética.

– ¿Y?

– Creo que la máquina le hizo algo… a mi cerebro…

Se le agrandaron los ojos, después levantó las cejas, preocupada.

– ¿Qué fue lo que pasó, Ben?

– No, escucha. Esto es difícil, te dije. ¿Crees al menos en la posibilidad de que algunos seres humanos posean percepción extrasensorial?