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Me sentía inquieto, como si fuera a estallar en cualquier momento. Bill Stearns, a la cabeza de la mesa de reuniones con su forma de sarcófago, parecía estar mirándome demasiado. ¿O era que yo estaba paranoico? ¿Lo sabría él también?

No, la verdadera pregunta era: ¿cuánto sabía?

Tuve ganas de ponerme a oír los pensamientos de mis colegas mientras hablaban o callaban pero a decir verdad, era difícil. Tantos estaban nerviosos, irritados, furiosos, que el murmullo incesante subía como una gran pared de sonido, o una pila de charlas confusas, de la cual apenas si podía separar los pensamientos de uno de las palabras de otro. Sí, ya describí la diferencia cualitativa -en timbre- entre los pensamientos que recibía y las voces habladas. Pero la diferencia es sutil y cuando había demasiado ruido en el aire al mismo tiempo, me confundía y me irritaba y no conseguía nada.

Pero no podía dejar de recibir algún pensamiento que otro, al azar. Y así, en un momento, oí a Todd Richlin, el genio financiero de la firma, que mientras discutía letras y activos y disponibles, pensaba en un frenesí de angustia: Stearns levantó las cejas, ¿qué mierda quiere decir eso? y Kinney está tratando de decir algo que me deje en ridículo, ese hijo de puta… Y por encima de eso, las interjecciones de Thorne y Quigley, algo sobre pagarle a un asesor externo para entrenar a nuestros asociados casi iletrados en el arte de hablar y escribir, y después las voces de esos asociados con sus pensamientos por encima. Así que terminé rodeado por un laberinto de voces, que gradualmente me llevó a la distracción total.

Y cada vez que miraba a la cabecera de la mesa, Bill Stearns parecía estar mirándome.

Pronto, la reunión empezó a desarrollar ese ritmo alocado que indica que queda menos de media hora. Richlin y Kinney estaban trabados en una especie de lucha de gladiadores en cuanto al curso del litigio de corporaciones relacionado con Viacorp, una gran firma en Boston, y yo trataba de aclarar mi cabeza cuando oí que Stearns daba por terminada la sesión, se levantaba del asiento y salía de la habitación.

Corrí para alcanzarlo, pero él siguió andando rápido hacia el vestíbulo.

– Bill -lo llamé.

El se volvió para mirarme, los ojos duros como el acero, y no se detuvo. Deliberadamente (o así me pareció) trataba de mantener una buena distancia física entre los dos. El jovial Bill ya no estaba allí, se había convertido en un hombre de cara severa, casi aterrorizante.

¿Él también sabía?

– Ahora no, Ben -dijo en una voz extraña, perentoria, que nunca había usado conmigo.Unos minutos después, en mi oficina, me pasaron una llamada de Alexander Truslow

– Por Dios, Ben, ¿es importante? -Su voz tenía el tono chato, extraño, de los telefonos portátiles

– Sí, Alex, muy importante -respondí- ¿La línea es estéril?

– Si Por suerte pensé en traer esto conmigo

– Espero no haberlo llamado en medio de una reunión con el Presidente, o algo así

– No, no Se esta viendo con un par de miembros de su gabinete sobre algo que tiene que ver con la crisis en Alemania, asi que estoy aquí, esperando ¿Qué pasa?

Le resumí lo que había pasado en "Laboratorios de Investigación y Desarrollo" y le dije lo que ahora era capaz de hacer, con el tono mas tranquilo que pude.

Hubo una larga, larga pausa El silencio parecía infinito ¿Pensaba que yo había perdido la razón? ¿Iba a colgarme?

Cuando habló, su voz era casi un susurro

– El Proyecto Oráculo -dijo

– Mi Dios. Me contaron algo si… pero pensar…

– ¿Sabe algo de esto?

– Por Dios, Ben, conozco a ese tipo, Rossi, y estaba metido en eso. Pense… Dios, me dijeron que habían tenido algo de éxito, que funcionó con una persona, pero por lo que supe Stan Turner terminó con todo eso, hace tiempo. Asi que de eso se trata. Debería haberme dado cuenta de que Rossi andaba en algo.

– ¿No le informaron?

– ¿Informarme? Me dijeron que era un detector de mentiras ¿Ve? Eso quería decir cuando le dije a usted que algo anda mal. La Compañía esta fuera de control Mierda, no se en quien puedo confiar.

– Alex -dije- Voy a cortar todas mis conexiones con usted Por completo

– Ben, ¿esta seguro? -pregunto con tono de protesta

– Lo lamento. Por mi seguridad y la de Molly, y la suya, voy a quedarme a la sombra. Que no me vean. Cortar todo contacto con usted o con cualquiera que tenga que ver con la CIA

– Ben escúcheme, me siento responsable. Yo soy el que lo metió en todo esto Respeto su decisión, sea cual sea. En parte, quiero presionarlo para que me ayude a ver que quieren esos vaqueros. En parte, creo que debería decirle que se vaya a sucasa de fin de semana y se quede ahí por un tiempo. No sé qué decirle.

– No sé lo que me pasó. No lo entiendo todavía. No sé si alguna vez voy a entenderlo. Pero…

– No tengo derecho a decirle qué hacer. Está en sus manos. Tal vez quiera usted hablar con Rossi, sacarle qué quiere de nosotros. Tal vez eso es peligroso. Tal vez él está haciendo lo que debe. Siga su propio juicio en esto, Ben. Es lo único que puedo decirle.

– De acuerdo -dije- Lo pensaré.

– Mientras tanto, si hay algo que pueda hacer…

– No, Alex. Nada. Nadie puede hacer nada ahora.

Cuando colgué, entró otra llamada.

– Un hombre Se llama Charles Rossi -anunció Darlene por el intercomunicador

Levanté el teléfono.

– Rossi -dije.

– Señor Ellison Voy a tener que pedirle que venga lo más pronto posible y…

– No -dije- No tengo ningún arreglo con la CIA. Mi arreglo era con Alexander Truslow. Y desde hace dos minutos, ya no existe.

– Ey, ey, espere un minuto.

Pero yo ya le había colgado.

19

John Matera, mi corredor, estaba tan entusiasmado que apenas si podía pronunciar las palabras.

– Dios -dijo-. ¿Ya lo sabes?

Hablábamos en la línea de Shearson, intervenida por supuesto, así que dije, con inocencia:

– ¿Que si sé qué?

– Beacon… lo que pasó con Beacon… Que Saxon la compró…

– Maravilloso -dije, fingiendo entusiasmo-. ¿Qué significa eso para las acciones?

– ¿Que qué significa?Ya tiene treinta puntos más, carajo. Tienes… tienes el triple de lo que pusiste, y todavía no se terminó el día… Ya hiciste más de sesenta mil dólares; no está mal para un par de horas…

– Vende, John.

– ¿Qué mierda…?

– Vende, John. Ahora.

Por alguna razón, no me sentía feliz. Tenía un miedo lento, ácido, que se me revolcaba en el estómago. Podía descartar todo lo demás, todo lo que me había pasado, como imaginario, una terrible ilusión… Pero había leído la mente de un ser humano, había conseguido información que no hubiera podido alcanzar de otra forma y allí estaba la prueba.

No sólo para mí, para cualquiera que pudiera estar mirándome. Sabía que había un riesgo serio de que la CSI sospechara de una operación como esa, pero necesitaba el dinero y había dejado que eso pesara más en mi conciencia.

Di instrucciones a John sobre dónde poner el dinero, en qué cuenta, y después colgué. Llamé a Edmund Moore en Washington.

El teléfono sonó y sonó y sonó. No había contestador automático. Ed siempre había pensado que esos aparatos eran la torpeza personificada. Estaba a punto de colgar cuando me contestó una voz masculina.-¿Sí?