Levantó el receptor y apretó varios números. Conté: once dígitos, tal vez larga distancia; después, otros tres. Un código de acceso, probablemente. Dos más. Escuchó sin cambiar de expresión durante un rato y después dijo:
– Noventa y tres. -Escuchó de nuevo y me entregó el teléfono.
Antes de que pudiera decir nada, oí la voz de Molly, aguda, angustiada.
– ¿Ben? ¿Dios, eres tú?
– Estoy aquí, Molly -dije con toda la tranquilidad que pude.
– ¿Estás bien? ¡Dios mío!
– Estoy… estoy bien, Molly. ¿Y tú cómo…?
– Bien, bien. ¿Adonde te llevaron?
– A un refugio en Virginia -dije, mirando a Toby. El asintió, como para confirmarlo. -¿Dónde estás tú?
– No sé, Ben. Algo… un hotel o algo así, un departamento. Creo. En las afueras de Boston. No muy lejos.
Sentí que me enfurecía de nuevo.
Mirando a Toby dije:
– ¿Dónde está?
Toby no dijo nada.-Custodia de protección. Suburbios de Boston -respondió finalmente.
– ¡Ben! -La voz de Molly salía por el auricular, desesperada. -Dime quiénes son, por favor…
– No hay problema, Molly. Por lo que sé. Mañana voy a saber más…
– Tiene que ver con… -susurró-, con…
– Lo saben -dije.
– Por favor, Ben. ¿Qué diablos pasa, en qué estoy metida? ¡No pueden hacernos esto! ¿Es legal? ¿Pueden…?
– Ben -dijo Toby-. Voy a tener que desconectar la llamada, lo lamento…
– Te amo, Mol -dije-. No te preocupes.
– ¿Que no me preocupe! -La voz parecía incrédula.
– Todo estará bien pronto -dije sin creerlo.
– Te amo, Ben.
– Lo sé -dije y de pronto, estaba oyendo el tono.
Puse el receptor en su lugar.
– No creo que tengan derecho a asustar a Molly de ese modo -dije a Toby.
– Es para protegerla, Ben.
– Ya veo. Como me protegen a mí.
– Correcto -dijo, pasando por alto el sarcasmo.
– Máxima seguridad -insistí-. Estamos tan seguros como dos prisioneros.
– Vamos, Ben. Mañana, después de que hablemos, cuando nos escuches, si quieres irte, te prometo que no voy a impedírtelo.
Con un ruidito eléctrico guió la silla a través de la larga alfombra persa hacia la puerta.
– Buenas noches. Ya van a mostrarte tu habitación.
En ese momento, se me ocurrió la idea, y mientras la pensaba, seguí a los dos guardias hacia la escalera principal.
26
La habitación que me habían dado era cómoda y tranquila, amueblada al estilo de una hostería campestre de Vermont: pocas cosas pero mucha elegancia. Había una cama mullida de dos plazas y media por lo menos, envuelta en una colcha blanca y colocada contra una pared. Parecía muy acogedora después de ese día largo, agotador, interminable, pero yo no podía irme a dormir todavía. Noté que los muebles estaban fijos, como ajustados al suelo. El baño era elegante y espacioso, con piso de mármol verde, paredes revestidas con cerámicas blancas y negras más o menos de los años 30.
El piso, que crujía como para dar confianza a los que caminaban sobre él, estaba cubierto de una alfombra de pared a pared. Había algunas pocas pinturas, de buen gusto: óleos de temas náuticos en un estilo indefinido. Estaban clavadas directamente a la pared como para que nadie pudiera moverlas. Era como si hubieran esperado la presencia de un animal salvaje que podía ponerse a tirar cosas por el aire en cualquier momento.
Había unas cortinas pesadas que llegaban hasta el piso, color castaño y oro, detrás de las cuales se escondían unas ventanas adornadas. Estaban reforzadas por una malla de metal casi invisible por lo fina: probablemente imposibles de romper y con alarma electrónica.
Me tenían prisionero.
Me di cuenta de que esta habitación particular en este "refugio" se usaba probablemente para mantener a otros agentes o desertores con quienes toda precaución era poca. Evidentemente yo estaba incluido en la categoría.
A pesar de lo que decían, era un rehén, sí, a pesar de la retórica suave de Toby. Me habían atrapado y encerrado allí, como a un espécimen exótico de laboratorio para hacerme pasar por una serie de pruebas completas y luego presionarme para que entrara en su servicio.
Pero todo tenía la marca de la improvisación. Generalmente, cuando se planea una operación por anticipado, se cubren todos los ángulos, uno por uno, todos los detalles, a veceshasta la ridiculez más absoluta. Muchas veces, las cosas salen mal de todos modos -esas cosas pasan dicen las calcomanías de los autos-, pero nunca es por falta de planificación. Sin embargo, yo me daba cuenta de que aquí los arreglos habían sido súbitos, apresurados, ad hoc, y eso me daba esperanzas.
Tenían a Molly con ellos. Yo sabía que podría negociar su liberación con mucha más facilidad desde la libertad. Tenía que ponerme en marcha inmediatamente.
Mientras me sacaba el traje desgarrado, sucio (una baja del tiroteo en la calle Marlborough), sentía que Molly estaría bien. Era bastante posible que la estuvieran protegiendo, además de lo cual, claro está, la mantenían lejos de mí para persuadirme. Algo así como atar a la muchacha a las vías del tren para que uno cambie de idea, ¿no? Bueno, no habría trenes expresos y lo peor que podía pasar era que Molly sometiera a sus captores a la tortura de su lengua hasta volverlos locos. Yo conocía las presiones de la Agencia.
En cuanto a mí, en cambio… bueno, ésa era otra historia. Desde que había adquirido ese extraordinario talento, mi vida estaba en peligro. Y ahora tenía una opción, o cooperaba o…
¿O qué?
¿No había dicho la verdad Toby en cuanto a por qué razón acabar con el único sujeto vivo y exitoso del experimento, la única prueba de que el proyecto funcionaba? ¿No sería algo así como matar a la gallina de los huevos de oro?
¿O el secreto era más importante que la gallina misma?
Tal vez… tal vez yo podía adquirir el control sobre las cosas que estaban sucediendo, tal vez eso todavía era posible.
Porque tenía una ventaja considerable e innegable sobre otros seres humanos, y no parecía estar disminuyendo. Y… éste era el síntoma que me decía que mi encarcelamiento era algo apresurado, casi torpe: había podido adquirir algo de información útil de uno de mis guardias.
Toby, o quien quiera que estuviera al frente de la operación, había tomado la precaución de buscar gente que no tuviera ni la menor idea de lo que yo representaba ni del proyecto mismo. Pero naturalmente, había tenido que informarles algo sobre las características de las operaciones de seguridad.
Cuando uno de los guardias… Chet, se llamaba… me llevó arriba al dormitorio en el tercer piso, caminé lo más cerca posible de su cuerpo. Evidentemente le habían ordenado que no hablara conmigo y que se mantuviera a distancia.
Pero no le habían dicho que no pensara y además, pensar es una de las pocas actividades humanas sobre las que no tenemos control.-Estoy preocupado -dije mientras subíamos la larga escalera-. ¿Cuántos son ustedes?
– Lo lamento, señor -dijo Chet con la cabeza baja-. No se me permite hablar con usted.
Levanté la voz como sorprendido y burlón.
– Pero ¿cómo mierda sé si estoy seguro? ¿Cuántos de ustedes me protegen?, ¿no puedo saber ni siquiera eso?
– Lo lamento, señor, aléjese por favor.
Pero para cuando llegamos a mi habitación, ya sabía que habría dos frente a mi puerta en la noche, que Chet estaba en la primera guardia y que se alegraba de eso y que tenía una curiosidad insaciable en cuanto a mí y lo que yo había hecho.