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– Soviética -dije-. Antigua, fines de la década del cincuenta. O…

– O de Alemania del Este. El cartucho es para la Pistóle M. de Alemania del Este. No creo que Ed Moore hubiera usado munición de la policía secreta de Alemania del Este en su vieja pistola de la Agencia. ¿A ti qué te parece?

– Pero los malditos Stasi ya no existen, Toby.

– Alemania del Este no existe. Los Stasi no existen. Pero los agentes de la Stasi sí. Y alguien está utilizándolos para hacer un trabajo. Te necesitamos, Ben.

– Sí -dije, levantando la voz-. Obviamente. Pero, ¿para qué, mierda?

Siguió con su ritual de sacar un paquete de Rothmans, golpearlo contra el costado de su silla de ruedas hasta que salió uno, encenderlo… Después de soltar el humo, habló a través de la nube.

– Queremos que localices al último jefe de la kgb.

– Vladimir Orlov.

Él asintió.

– Pero tú sabes dónde está ahora… ¿Con todos los recursos de la Agencia?

– Lo único que sabemos es que está en alguna parte de Italia del Norte, en Toscania. Eso es todo.

– ¿Y cómo mierda saben eso?

– Nunca divulgo métodos ni fuentes -dijo con una sonrisa torcida-. En realidad, Orlov está enfermo. Va a Roma a ver a un cardiólogo. Eso lo sabemos. Hace años que ve a ese tipo: visitó Roma por primera vez en la década del 70. Este doctor trata a cierto número de líderes mundiales con gran discreción. Orlov confía en él.

"También sabemos que después de las consultas, vuelve a algún lugar de Toscania. Los que lo llevan son hábiles. Se sacaron de encima a todos los que les pusimos para seguirlos.

– Organicen un trabajo de introducirse en un lugar vigilado.

– ¿Con el cardiólogo? No tiene sentido. Ya probamos ert Roma. Nada. Seguramente tiene los archivos bien guardados.

– ¿Y si encuentro a Orlov?

– Tú eres el yerno de Harrison Sinclair. Casado con su hija. No es totalmente absurdo pensar que quieras tener relaciones con él, negocios. Va a sospechar, pero tú puedes hacerlo. Y cuando estés con él, queremos que averigües todo lo que puedas sobre lo que discutió con Sinclair. Todo. ¿Realmente se robó una fortuna? ¿O fue Hal? ¿Qué tuvo que ver Orlov? Tú hablas ruso, y con tu "talento"…

– Ni siquiera tiene que decir nada…

– Tal vez en un solo movimiento puedas localizar la fortuna que nos falta y limpiar el nombre de Hal Sinclair. Pero también es posible que lo que averigües sobre tu suegro no te guste.

– No es probable.

– No, Ben. Tú no quieres creer que Harrison Sinclair fueraun ladrón. Alex Truslow tampoco y yo tampoco. Pero prepárate para la posibilidad de que eso sea exactamente lo que pasó, aunque te parezca repugnante. Y la misión tiene riesgos.

– ¿Quiénes son los riesgos?

Él se reclinó en la silla de ruedas.

– La gente más traicionera en el negocio de la inteligencia es siempre la tuya propia. Hubo un gran entomólogo del siglo XIX, Auguste Forel, que observó que los peores enemigos de las hormigas son… otras hormigas. Los peores enemigos de los espías son otros espías. -Puso las manos como formando el techo de un templo. -No sé qué trato hizo Vladimir Orlov con Sinclair, pero no creo que el ruso quiera que ese trato salga a la luz.

– No me jodas, Toby -dije-. Tú no crees que Hal fuera inocente.

El dejó escapar el aire, un ruido audible.

– No -admitió-. No. Ojalá pudiera creerlo. Pero al menos averiguaremos en qué andaba cuando murió. Y por qué.

– ¿En qué andaba Hal -grité-. Hal está muerto.

Toby levantó la vista, sorprendido. Parecía asustado, aunque yo no sabía si era por mi estallido o por alguna otra cosa.

– ¿Quién lo mató? -exigí que me dijera-. ¿Quién mató a Hal?

– Empleados de la Stasi, supongo.

– No hablo del trabajo sucio, ¿quién ordenó esa muerte?

– No sabemos.

– Esos renegados de la CIA, los Sabios, Alex me habló de ellos…

– Posible. Aunque tal vez, sé que no va a gustarte, pero hay que pensarlo… tal vez Sinclair era uno de ellos. Uno de los así llamados Sabios. Y tal vez hubo un desertor o algo así.

– Esa es una teoría -dije con frialdad-. Debe de haber otras.

– Sí. Tal vez Sinclair hizo un trato con Orlov, algo que tenía que ver con muchísimo dinero. Y Orlov, por avaricia o miedo, lo hizo matar. Después de todo, ¿no sería lógico que esos rufianes de Alemania del Este y Rusia hicieran algo así por su viejo jefe?

– Necesito hablar con Alex Truslow.

– No podemos comunicarnos con él. No está disponible.

– Está en Camp David. Y sé que se puede llegar a él.

– Está en tránsito, Ben. Si tienes que hablarle, prueba mañana. Pero no hay tiempo que perder. Este es un asunto urgente.

– Te piensas quedar con Molly, ¿eh? ¿Hasta que yo te entregue los bienes que me pides?

– Ben, estamos desesperados. Las cosas son demasiado vitales. -Respiró hondo. -No fue idea mía. Discutí con Charles Rossi por esto, gritamos incluso.

– Pero ahora estás de acuerdo.

– La tratan muy bien. Eso te lo juro. Ella puede confirmarlo. El hospital sabe que la llamaron por un asunto familiar de urgencia. Lo único que va a pasarle es que van a obligarla a tomar un lindo descanso de unos días. Lo necesita.

Sentí que me corría la adrenalina por el cuerpo y tuve que luchar conmigo mismo para conservar la compostura.

– Toby, creo que fuiste tú el que me dijo una vez que cuando un hormiguero está bajo ataque, las hormigas no envían a los jóvenes machos como soldados. Envían a las mujeres viejas, me dijiste. Porque si ellas mueren, no tiene importancia. Eso se llama altruismo: es mejor para la colonia, ¿cierto?

– Haremos todo lo que podamos para protegerte.

– Dos condiciones -dije.

– ¿Sí?

– Primero, es lo único que voy a hacer. Para ustedes o para cualquier otro. No pienso transformarme en conejito de Indias ni en el chico de los mandados ni en ninguna otra cosa. ¿Comprendido?

– Comprendido -dijo él, la voz firme-. Aunque espero que podamos convencerte más adelante.

No le presté atención.

– Y segundo, van a recibir la información cuando suelten a Molly. No antes. Yo voy a fijar términos y métodos. Este es mi juego y yo pongo las reglas.

– Eso no es razonable -dijo Toby, la voz más fuerte.

– Tal vez, pero ese punto no es negociable.

– No voy a permitirlo. Está contra todas las reglas de procedimiento,

– Acéptalo, Toby.

Otra larga pausa.

– Mierda, Ben. De acuerdo.

– Entonces, tenemos un trato.

Él puso las manos sobre la mesa, frente a mí.

– Te llevaremos a Roma en un par de horas -dijo-. No hay ni un minuto que perder.

PARTE IV. TOSCANA

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Asesinan al líder del

Partido Nacional Socialista alemán

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POR ISAAC WOOD

DEL NEW YORK TIMES SERVICE

Bonn- Jurgen Krauss, el feroz presidente del renacido Partido Nazi de este país, principal contendiente en la carrera por la cancillería, fue asesinado a tiros esta mañana. Nadie se ha adjudicado la autoría del hecho. Eso sólo deja a dos hombres en carrera, los dos considerados de centro. A pesar de que todos expresaron sus condolencias por la muerte violenta del señor Krauss, los diplomáticos también manifestaron cierto alivio…