Lo miré con los ojos muy abiertos, en calma.
– ¿Por qué?
– Por Dios, Ben, yo no sé nada de leyes. ¿Cómo mierda voy a probarlas sin sacarlas de la fábrica? No tiene idea de la cantidad de máquinas malas que entran en clubes y gimnasios.
– ¿Así que le hizo mejoras?
– Claro.
– Ah. ¿Y cuánto tiempo puede tardar en conseguirme un documento de sus oficinas centrales en Chicago?
Steve Lyons sonreía de oreja a oreja cuando volvimos. Estaba disfrutando de un pleno triunfo.
– Supongo que el señor Schell ya le informó -dijo con lo que le debe de haber parecido un tono comprensivo.
– Claro que sí -contesté.
– Preparación, Ben -dijo-. Debería intentarlo alguna vez.
El momento era perfecto. En ese mismo instante, la máquina de fax chilló y empezó a imprimir un documento. Yo fui hasta ella, miré cómo se imprimía y mientras lo hacía, dije:
– Ah, Steve, cómo quisiera que usted nos hubiera ahorrado tiempo y dinero leyendo algunos casos legales antes de esta entrevista…
Él me miró, sorprendido, la sonrisa un poco menos brillante.
– Veamos -dije-, sería la 917, ley Federal Segunda 544, circuito 1990.
– ¿De qué habla? -susurró Sommer. Lyons, que no quería encogerse de hombros en mi presencia, me miraba, incómodo, sin entender -6Es cierto lo que dice? -insistió Sommer
La expresión de la cara de Lyons no cambió
– Tendría que revisarlo -respondió el abogado
La máquina de fax cortó el papel, una línea de puntos entrecortada Se lo entregué a Lyons
– Esta es una carta del Big Apple Health Club a Herb Schell, con todas sus opiniones sobre el Alpine Ski, notas sobre el funcionamiento y lo que podía agregársele Y sugerencias para supuestas modificaciones
En ese punto, entró Darlene, me entregó un libro en silencio -Federal Reporter 917, segunda serie-, y luego se fue. Se lo tendí a Lyons sin siquiera mirarlo
– ¿Qué significa esto¿Algún jueguito suyo? -consiguió tartamudear Lyons
– No, no, claro que no -contesté- Mi cliente vendió prototipos durante un período de prueba y reunió datos de funcionamiento a partir de la versión que había vendido. Por lo tanto, la doctrina de venta previa no se aplica, Steve
– Ni siquiera sé de dónde está sacando eso
– Manville Sales Corp versus Paramount Systems Inc, Segunda Federal 544
– Vamos -replicó Lyons-, vamos, nunca oí hablar
– Página 1314 -dije mientras volvía a mi silla, me reclinaba y cruzaba las piernas- Veamos -Y en una voz monótona, recité -"Las políticas que definen la venta y uso público no implican invalidación de la patente aunque más de un año antes de llenar el formulario de patentes el patentador ínstale un dispositivo en una estación de servicio de una autopista en construcción Se considera necesario un período de prueba externa del invento para determinar si "
Lyons se había quedado sentado con el libro sobre el regazo, siguiendo las palabras y formándolas en la boca Terminó la frase por mí.
– " tendría utilidad para su propósito "
Levantó la vista hacia mí, la boca un poco abierta
– Nos vemos en la corte -dije
Esa mañana, Herb Schell se fue de mi oficina mucho más contento y casi diez millones de dólares más rico. Y yo tuve el placer de despedirme de Steve Lyons a mi manera.
– Se sabía ese maldito caso palabra por palabra -me dijo- Palabra por palabra ¿Cómo lo hizo?
– Preparación -dije y le di la mano- Debería intentarlo alguna vez.
2
Muy temprano a la mañana siguiente, tomé el desayuno con mi jefe, Bill Stearns, en el Harvard Club de Boston
Y ahí fue cuando supe que estaba en problemas, en serios problemas
Stearns tomaba el desayuno allí todas las mañanas la señora Stearns, una pálida ama de casa de Wellesley, no parecía tener otra tarea en la vida que trabajar de voluntaria para el Museo de Bellas Artes Yo me la imaginaba durmiendo hasta muy tarde con una venda en los ojos Y en cuanto a su esposo, no había tomado ni un solo desayuno en su casa desde el momento en que los dos hijos del matrimonio abandonaron el nido para empezar el plan preordenado de sus vidas en la preparatoria de Boston Brahmins (Deerfield, Harvard, inversiones bancarias, alcoholismo)
Su mesa en el Harvard Club era siempre la misma, contra la ventana de vidrios color esfumado que daba sobre la ciudad Y pedía invariablemente los huevos revueltos especiales del club (pensaba que la aversión al colesterol era una moda evanescente de fines de siglo, como los hippies en la década del sesenta) A veces comía solo con The Wall Street Journal y The Boston Globe, a veces con uno o dos de los socios importantes, mientras hablaban sobre negocios y golf
Muy de vez cuando, me invitaba. En caso de que usted nos imagine sumergidos en conversaciones conspiratorias de viejos compañeros de la cía, creo que debería dejar bien en claro que Bill Stearns y yo hablábamos generalmente de deportes (tema del que yo sabía apenas como para mantener la charla) o propiedades De vez en cuando -esa mañana era uno de esos casos-, había algo grave que él quería discutir conmigo
Stearns es el tipo de persona que suele parecer intrascendente a los que no lo conocen De casi sesenta años, cabello gris, piel rojiza, cuerpo regordete, usa siempre corbatín Sus trajes de dos mil dólares, comprados en Louis, le caen como si los hubiera comprado en el negocio más barato de la ciudad y como si además le hubieran dado el talle equivocado Lo cierto es que después de esos dos años violentos, de pesadilla, al servicio de la CIA, la segundad de mi carrera legal en Putnam amp; Stearns me parecía maravillosa. Pero la verdad era que había conseguido trabajo allí sólo por mi pasado en la cía. Bill Stearns había sido inspector general de la cía bajo el mandato del legendario Allen Dulles, director entre 1953 y 1961
Cuando entré en Putnam amp; Stearns hace nueve años, dejé bien en claro que a pesar de mi pasado, me negaría a tener nada que ver con los asuntos de la cía Mi breve carrera en la Agencia había quedado definitivamente atrás, le dije a Bill Stearns Stearns, hay que reconocerlo, se encogió de hombros dramáticamente y me dijo
– ¿Quién dijo algo de la CIA?
Estoy convencido de que hubo un brillo en sus ojos Creo que pensaba que con el tiempo me vería ceder, aceptar los casos relacionados, sabiendo que serían fáciles de manejar para mí El sabe que la Agencia prefiere tratar con los suyos, y en ese momento sabía que me presionarían de todas formas para que hiciera el trabajo legal para la cía. Y pensaba que yo terminaría por aceptarlo ¿Por qué otra razón buscaría un ex oficial de campo, como yo. un trabajo en una firma de viejos compañeros de armas como Putnam amp; Stearns? Pero mi respuesta a esa pregunta era otra esencialmente el dinero, mucho más que el que me hubiera ofrecido cualquier otra firma
Yo no sabía el motivo por el que Bill Stearns me había invitado a desayunar con él esa mañana, pero sospechaba que algo estaba pasando. Me ocupé cuidadosamente de mi panecillo de frambuesas Había tomado demasiado cafe y supuse que algo sólido en el estómago me daría una buena mano Siempre odié los desayunos de trabajo Creo que Oscar Wilde tenía mucha razón cuando dijo que sólo los aburridos pueden ser brillantes en el desayuno
Cuando llegó la comida, Stearns sacó un ejemplar de The Boston Globe de su maletín
– Ya leíste lo de First Commonwealth, supongo -dijo
Su tono me alarmó inmediatamente
– No vi el Globe esta mañana -dije