Yo me reí con ellos, acompañándolos.
– Voi lavorate in una cava? -¿Ustedes trabajan en las canteras?
– No, è il sindaco di Rosia -dijo el más joven, golpeando en el hombro al mayor, con cariño- Io sonO il vice-sindaco -No, él es el intendente de Rosia Y yo el vice
– Allora, Sua Eccellenza -dije al calvo. Luego pregunté si estaban haciéndole trabajos de piedra al "alemán" -Che state lavorando le pietre per il…Tedesco… a Castelbianco?
Él me hizo un gesto con la mano como para sacarme de encima y todos volvieron a reírse El joven dijo:
– Se fosse vero, pensi che staremmo qua perdendo il nostro tempo? Il Tedesco sta pagando i muratori tredici mille lire all'ora! -Si fuera así, ¿le parece que estaríamos perdiendo el tiempo aquí? El alemán paga trece mil liras la hora a los constructores.
– Si quiere carne, tiene que ver a ése -dijo otro acerca del hombre viejo, que se puso de pie y se limpió las manos en el delantal, manchado con sangre animal aunque yo no me había dado cuenta antes. Cuando terminó de limpiarse, se marchó y el hombre que había hablado se fue con él.
Cuando el carnicero y su ayudante se fueron, le dije al joven:
– ¿Pero dónde está Castelbianco?
– Volte-Basse -dijo él- Unos kilómetros por la ruta a Siena
– ¿Es un pueblo?
– ¿Un pueblo? -preguntó él con una risa de incredulidad- Es grande podría ser un pueblo, pero no Es una tenuta… una propiedad. Nosotros jugábamos ahí cuando éramos chicos, antes de que la vendieran.
– ¿Venderla?
– A un rico alemán que se mudó. Dicen que es alemán. No sé, tal vez sea suizo o algo así. Muy privado, siempre está muy escondido.
Me describió el lugar donde estaba Castelbianco y yo le di las gracias y me retiré.
Una hora después encontré la propiedad donde se escondía Vladimir Orlov.
Si es que era cierta la información que había "conseguido" en el consultorio del médico En ese momento, no lo sabía Pero la charla sobre un "alemán" muy escondido, que había oído en el bar parecía confirmarlo ¿Acaso la gente del pueblo creía que Orlov era un grande de Alemania del Este que había venido a esconderse después de la caída del Muro? Las mejores coberturas son las que mas se acercan a la realidad.
Bien arriba, en una colina con vista hacia Siena, Castelbianco era una antigua villa en estilo románico, un lugar magnífico Era grande y estaba algo arruinada. Era evidente que había restauraciones en curso en una de las alas. La villa estaba rodeada por jardines que seguramente alguna vez habían sido hermosos, pero ahora estaban descuidados y demasiado crecidos. La encontré al final de un camino de curvas sobre Volte-Basse.
No había duda de que había sido la casa ancestral de una familia toscana y seguramente, siglos antes que eso, un bastión fortificado de una de las tantas ciudades estados de los etruscos. La selva que rodeaba los jardines estaba llena de olivos, campos de girasoles gigantescos, vides y cipreses. Me di cuenta rápidamente de la razón por la que Orlov había elegido esa villa en particular. Su localización, tan arriba en una colina, la convertía en un lugar fácil de asegurar. Una gran cerca de piedra rodeaba la propiedad, y por encima había una instalación de cable electrificado. No era impenetrable -virtualmente nada es impenetrable para alguien con habilidades en la tarea de entrar en lugares vigilados-, pero era una linda manera de mantener bien lejos a los indeseables. Desde un mirador de piedra recientemente construido, en la única entrada, un guardia armado controlaba a los visitantes. Los únicos visitantes de ese momento parecían ser obreros de Rosia y el resto del área, albañiles, carpinteros que llegaban en viejos camiones polvorientos, y a quienes se revisaba cuidadosamente antes de dejarlos entrar para el trabajo del día.
Probablemente Orlov había traído a su guardia con él desde Moscú. Y si uno conseguía engañar a los primeros guardias, seguramente habría más adentro: atravesar los portones por la fuerza no parecía una buena idea.
Después de unos minutos de vigilancia, a pie y desde el auto, empecé a elaborar un plan.
Muy cerca, apenas a unos minutos de viaje en auto, estaba la pujante ciudad de Sovicille, capital del área, una comune al oeste de Siena, que era capital aunque no lo parecía. Estacioné en el centro, en la Piazza G. Marconi, frente a una iglesia, cerca de un camión de agua San Pellegrino. La plaza estaba desierta, apenas perturbada por el silbido lujurioso de un pájaro en una jaula, frente a un Café Jolly y la charla de unas pocas mujeres maduras. Allí distinguí el símbolo de un teléfono público y mientras caminaba hacia él, la paz desapareció con las campanas de la iglesia.
Entré en el café y pedí un sandwich y un café. Por alguna razón, ningún lugar del mundo tiene un café como el italiano. Italia no cultiva café, pero sabe prepararlo. En cualquier tugurio de camioneros o cantina barata de Italia se toma un cappuccino mejor hecho que el del restaurante italiano más fino del Upper East de Manhattan.
Tomé mi café y mientras tomaba pensé con cuidado, cosa que había hecho muy a menudo desde mi salida de Washington. Y sin embargo, a pesar de tanta reflexión, todavía no tenía ni idea de dónde estaba parado.
Poseía el más extraordinario de los talentos pero, ¿qué había logrado hacer con él? Había rastreado a un ex jefe de la inteligencia soviética, un trabajo de espionaje prolijo que sin duda la cia hubiera terminado con facilidad sin mi ayuda. Apenas habrían necesitado algo más de tiempo y un poco de ingenuidad.
¿Y ahora qué?Ahora, si todo salía como estaba planeado, me encontraría con el jefe de espías de la kgb. Tal vez averiguaría por qué razón se había encontrado con mi suegro. Tal vez no.
Esto era lo que sabía o creía que sabía: los miedos de Edmund Moore estaban justificados. Toby los había confirmado. Algo estaba en marcha, algo que involucraba a la cia, algo sustancial y terrible. Algo de consecuencias mundiales, según creía yo. Y fuera lo que fuera, se estaba acelerando. Primero Sheila McAdams, después el padre de Molly. Después el senador Mark Sutton. Y ahora Van Aver, en Roma.
¿ Y cuál era el esquema general, el punto de unión!
Toby me había mandado a averiguar lo que pudiera sobre Vladimir Orlov. Casi me habían matado tratando de hacerlo.
¿Por qué?
¿Por averiguar algo que sabía Harrison Sinclair? ¿Algo que había significado su muerte?
La estafa, la avaricia y el deseo de dinero no eran explicaciones adecuadas. Mi instinto me decía que había algo más, algo mucho más grande, algo de importancia enorme y urgente para los conspiradores, fueran quienes fueran.
Si tenía suerte, lo sabría de boca de Orlov.
Si tenía suerte. Un secreto que gente de inmenso poder quería mantener así como estaba: bien secreto.
También era posible que yo no averiguara nada. Soltarían a Molly, yo estaba casi seguro de eso, pero yo volvería a casa con las manos vacías. ¿Y después qué?
Nunca estaría a salvo, y Molly tampoco. No mientras poseyera esa condición terrible, ese talento, no mientras Rossi y sus secuaces supieran dónde encontrarme.
Deprimido, dejé el café y busqué en la Via Roma un negocito llamado Boero, cuya vidriera mostraba municiones y armas para la caza en una región obsesionada con ese deporte. Las cajas y estuches de esa vidriera nada elegante tenían nombres como Rottweil, Browning, Caccia Extra. Lo que no encontré allí apareció después, cuando me decidí a llegarme hasta Siena, que tenía un negocio mucho más importante en la Via Rinaldi, una armería llamada Maffei que anunciaba liquidaciones de accesorios y ropa de caza (para los toscanos ricos que querían estar a la moda en un día de deporte o que querían tener el aspecto de cazadores profesionales aunque no lo fueran). Después, arreglé una transferencia de dinero, mucho dinero, desde mi vieja cuenta en Washington a una oficina de American Express en Londres, y de ahí a Siena, donde me la entregaron en dólares estadounidenses.