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Sabía que no sobreviviría mucho allí.

Lo que me llamó la atención fue la bolsa de fertilizante En la penumbra, apenas logré distinguir la etiqueta.

CONCIME CHIMICO FÉRTILIZZANTE

Una etiqueta amarilla, con forma de diamante, proclamaba que se trataba de un oxidante Lo que se usa para el pasto, generalmente Treinta y tres por ciento de contenido de nitrógeno, decía la etiqueta Me acerqué mas, los ojos entrecerrados Derivado de partes iguales de nitrato de amonio y nitrato de sodio

Fertilizante.

¿Era posible?

Por lo menos, era una idea. La probabilidad de que funcionara no me parecía especialmente alta, pero valía la pena intentarlo No veía otra forma de salir.

Me agaché y saqué el cargador de la Colt 45 de mi media izquierda Se habían llevado la pistola, pero no eso.

Estaba lleno tenía siete balas No mucho, pero bastaría. Saqué las siete.

Una voz desde afuera de la casa dijo.

– Que tenga un lindo día ahí dentro, Ellison Y una noche fabulosa.

Contuve mi horror y caminé por el piso lleno de ratas hasta llegar a una de las paredes. Uno por uno metí los cartuchos en una grieta en la pared Ahora tenía toda una fila con las puntas grises hacia fuera.

Lo más cercano a una pinza que conseguí fue un viejo alicate para cables Serviría, aunque estaba muy oxidado. Con cuidado, cerré la punta del alicate sobre cada una de las puntas de las balas, tiré y retorcí, hasta que la bala salió de la cobertura de papel La parte que había extraído era el proyectil, lo más importante de cada bala, lo que entraba en el blanco. Pero yo no lo necesitaba. Necesitaba lo que estaba detras la carga de proyección y el detonador.

Un trio de ratas se me acerco a los pies, una se trepo sobre la rodilla, tocándome la tela de la camisa, tratando de subir hacia la cara en un camino de horrores. Jadeé de espanto, me transpiré de arriba abajo, golpeé las ratas con las manos, las arrojé sobre el suelo de piedra.

Luego, apenas recuperado, saqué cada una de las balas incompletas de la pared y dejé caer la pequeña cantidad de carga de proyección sobre un pedazo de papel que saqué de una bolsa de cemento. Las seis me dieron una pilita de sustancia gris oscuro formada por esferitas irregulares de nitrocelulosa y nitroglicerina

Lo que quedaba era lo más peligroso sacar los detonadores. Son los pequeños discos de níquel colocados en la base de cada una de las balas, que contienen una cantidad de material altamente explosivo. También son muy sensibles a la percusión, a los golpes. Yo estaba sacudiéndome y luchando en la oscuridad, rodeado de ratas, y mi concentración no era muy buena. Sin embargo, sabía que tenia que hacerlo con mucho cuidado.

Revisé la casa de piedra buscando algo que me sirviera para horadar una superficie pequeña pero no encontré nada. Una búsqueda cuidadosa en cada uno de los rincones oscuros de la pequeña estructura podría haberme dado resultado, pero yo no podía decidirme a meter las manos desnudas en un nicho húmedo, negro y desconocido. No me siento orgulloso de mi terror frente a las ratas, pero todos tenemos nuestras fobias y la mía, creo que usted estará de acuerdo, no es totalmente irracional. Como no encontraba nada, tendría que arreglármelas con la lapicera que tenía en el bolsillo Sí, eso me serviría Le saqué el cartucho de tinta.

Con mucho, mucho cuidado, inserte la punta en el agujero en la base de la bala y saqué la primera tapa de percusión. La segunda salió con mayor facilidad y en unos minutos había sacado los discos de las seis balas. Dejé la séptima intacta.

Sentí que algo seco y escamoso me tocaba la base de la nuca y temblé. Se me hizo un nudo en el estómago, un nudo instantáneo.

Con la mayor habilidad que pude reunir, deslicé los detonadores, uno por uno, en la única bala que había dejado intacta. En el espacio que quedaba, volqué la pila de carga de proyección y luego volví a cerrar todo con el dedo índice.

Ahora tenía en mis manos una bomba pequeña

Localicé un tramo de caño de dos por cuatro, una botella de gaseosa vieja, una tela, una piedra grande y un clavo casi derecho. Eso me llevó varios minutos, una eternidad para mí, con las ratas tocándome el cuerpo o moviéndose bajo mis pies como una especie de horripilante alfombra en movimiento. Tenía el estómago hecho un nudo, una tensión insoportable y dolorosa en los músculos. Temblaba continuamente.

Con la roca, golpeé el clavo hasta que la punta salió por el otro lado. Ahora el fertilizante. De las varias bolsas de veinticinco kilos, dos tenían un contenido de nitrógeno que iba de dieciocho a veintinueve por ciento. Una sola contenía un treinta y tres. Seleccioné ésa. Abrí la bolsa y saqué un poco del material. Lo puse sobre otro pedazo de papel de las bolsas de cemento. Una pequeña claque de ratas se acercó a la pila, con los bigotes temblorosos de curiosidad y hambre. Las espanté con la botella. Tenían cuerpos mucho más sólidos y musculosos de lo que yo hubiera imaginado. Si hubiera tenido que hablar, no habría podido. Estaba paralizado de miedo, por lo menos en parte, pero de alguna forma mi sistema nervioso trabajaba a su ritmo, solo, en automático, y me mantenía en pie, duro, como si yo hubiera sido un robot.

Pasé la botella sobre las bolitas de fertilizante hasta que conseguí un polvo muy fino. Repetí el proceso varias veces para lograr un buen montoncito de fertilizante en polvo. En condiciones ideales, ese paso no habría sido necesario, pero las mías no eran condiciones ideales por cierto. En primer lugar, el agente de sensibilización debería haber sido nitrometano, el líquido azul que usan a veces los locos de los autos para aumentar los octanos en la nafta. Pero no había nada parecido a eso en el depósito, solamente nafta, y yo sabía que tendría que usarla aunque también sabía que sería mucho, menos efectiva. Así que lo menos que podía hacer era convertir en polvo el fertilizante para disminuir el diámetro de losgranos, aumentando así la superficie y haciéndolo más reactivo.

Destapé la lata de nafta y la volqué despacio sobre el fertilizante. Hubo grandes movimientos entre las ratas. Sentían elpeligro y se escurrían hacia las paredes, hacían piruetas, retroi» cedían hacia los recesos de la cámara.

Temblando todavía, metí el fertilizante húmedo en el caño oxidado y lo tapé con una piedra del tamaño exacto. El caño tenía más o menos un centímetro y medio de diámetro, lo cual me parecía correcto. Coloqué la bala que había preparado en el nitrato.

Revisé mi trabajo y tuve la sensación brusca, desesperada y segura, de que la bomba no explotaría. Los ingredientes básicos eran los correctos, pero el resultado final era algo muy impredecible, especialmente dada la rapidez y la falta de concentración con que la había preparado.

Con toda la fuerza que pude reunir, metí el caño en una grieta de la pared.

El lugar era extremadamente estrecho.

Sí. Tal vez funcionaría.

Si no funcionaba… Si deflagraba en lugar de detonar, fracasaría por completo, y el espacio se llenaría de humos tóxicos que me desmayarían. Probablemente, moriría. También existía la posibilidad de que una explosión en una dirección distinta de la que yo esperaba me lastimara, cegara o algo peor.

Coloqué el pedacito de madera sobre la bomba, que sobresalía de la pared, con el clavo tocando la base de la bala. Retuve el aliento mientras el corazón me latía con fuerza. Me cubrí los ojos con un pedazo de tela, levanté la roca que había usado como martillo.

La sostuve en la mano derecha directamente sobre el clavo.

Y luego, la arrojé con toda la fuerza posible contra la cabeza de hierro.