La explosión fue inmensa, increíblemente ruidosa, un trueno, y de pronto, todo a mi alrededor se convirtió en un brillo anaranjado que se veía incluso a través de la venda, una tormenta de piedras y fuego, una catarata de escombros y esquirlas. Mi mundo se transformó en una bola de fuego y eso fue lo último que supe.
Parte V. ZURICH
*
40
Blanco, el blanco más suave, más pálido, más hermoso del lino: me sentí consciente del color blanco, no de la ausencia de color sino de un blanco cremoso, completo, rico, que me suavizaba con su quietud y su brillo.
Y me sentí consciente de suaves murmullos un poco más allá.
Sentí que flotaba en una nube, boca abajo, luego de costado, pero no sabía dónde estaba mi cuerpo ni me interesaba.
Más murmullos.
Yo acababa de abrir los ojos, que parecían haber estado sellados durante una eternidad.
Traté de enfocar las formas que murmuraban a mi alrededor.
– Ya está con nosotros -oí que alguien decía.
– Tiene los ojos abiertos.
Lenta, lentamente, lo que me rodeaba se puso en foco.
Estaba en una habitación toda blanca, cubierto con sábanas blancas de muselina barata, con vendas blancas en los brazos, la única parte de mi cuerpo que lograba distinguir.
A medida que ponía los ojos en foco, me daba cuenta de que la habitación era simple, con paredes encaladas. ¿Sería una granja o algo así? ¿Dónde estaba? Una sonda intravenosa me penetraba el brazo izquierdo pero ese lugar no parecía un hospital.
Oí una voz masculina que decía:
– ¿Señor Ellison?
Traté de gruñir pero no parecía posible.
– ¿Señor Ellison?
Traté de hacer ruido otra vez y otra vez, nada, pero tal vez me equivocaba. Seguramente hice algo con la boca porque la voz dijo:
– Ah, sí, muy bien.
Ahora veía al que me hablaba: un hombre pequeño, de cara estrecha con una barba bien cuidada y ojos tibios y castaños. Tenía puesto un suéter gris tejido a mano, rústico, pantalones de lana gris, un par de zapatos de cuero muy usados. Era gordoen la panza, maduro ya. Me tendió una mano suave, regordeta, y se la di.
– Me llamo Boldoni -dijo-. Massimo Boldoni.
Con gran esfuerzo, logré decirle:
– ¿Dónde…?
– Soy médico, señor Ellison, aunque sé que no lo parezco. -Hablaba un inglés con melifluo acento italiano. -No tengo puesto el delantal porque, en general, no trabajo los domingos. Para contestar a su pregunta, tengo que decirle que está usted en mi casa. Tenemos varias habitaciones vacías, por desgracia.
Seguramente vio la confusión en mi cara porque siguió explicando:
– Esto es una podere, una granja vieja. Mi esposa la maneja como casa de huéspedes, la Podere Capra.
– No… -empecé a decir-. No entiendo, ¿cómo llegué…?
– Creo que está usted muy bien, considerando lo que le pasó…
Miré mis brazos vendados, volví a mirar al médico.
– Tuvo mucha suerte -dijo él-. Tal vez haya perdido un poco de capacidad auditiva. Sufrió quemaduras en los brazos solamente y se va a recuperar rápido. Tiene suerte. Las quemaduras no son serias y hay muy poca piel destruida. Se le incendió la ropa pero lo encontraron antes de que el fuego pudiera hacerle mucho…
– Las ratas -dije.
– No hay rabia ni enfermedades ni nada de eso -dijo para tranquilizarme-. Ya lo revisé, cuidadosamente. Nuestras ratas toscanas son ejemplares muy saludables. Las mordidas superficiales ya están tratadas y se van a curar rápido. Tal vet le arda un poco, pero eso es todo. Le puse morfina para aliviar el dolor, por eso siente que está volando, ¿no es cierto? :
Asentí. En realidad, era agradable. No había sensación de dolor. Yo quería saber quién era él y cómo me habían traído allí, pero me era muy difícil articular las palabras y estaba dominado por una especie de inercia.
– Gradualmente, voy a reducirla. Pero ahora hay unos amigos que quieren verlo.
Se volvió y golpeó la puerta redondeada, de madera, unas cuantas veces, con suavidad. La puerta se abrió y él se retiró, después de despedirse.
Sentí que me ardía la garganta.
En una silla de ruedas, disminuido, cansado, entró Toby Thompson. De pie a su lado, estaba Molly.
– Dios, Ben -dijo ella y corrió a mi lado.
Nunca la había visto tan hermosa. Tenía puesta una falda de tweed marrón, una blusa de seda blanca, el collar de perlas que yo le había comprado en Shreve, y el camafeo de buena suerte que le había dado su padre.
Nos besamos un rato largo.
Ella me miró de arriba abajo, los ojos llenos de lágrimas.
– Estaba… estábamos… preocupados por ti. Dios, Ben.
Me tomó las dos manos.
– ¿Cómo llegaste aquí? -conseguí decir.
Oí el ruidito de la silla de Toby que se acercaba.
– Lamento decir que llegamos un poco tarde -dijo Molly, apretándome las manos. El dolor me sacudió, hice una mueca y ella me soltó las manos. -Disculpa -dijo.
– ¿Cómo te sientes? -preguntó Toby. El traje azul y un par de brillantes zapatos ortopédicos, como siempre. Tenía bien peinado el cabello blanco.
– Veremos cuando me saquen la morfina -dije-. ¿Dónde estoy?
– Greve, en Chianti.
– El médico…
– Massimo es confiable -dijo Toby-. Totalmente. Lo tenemos en la zona, por si acaso. De vez en cuando usamos Podere Capra como refugio.
Molly me puso una mano en la mejilla, como si no pudiera creer que yo estaba allí realmente. Ahora que la veía de cerca, me daba cuenta de que estaba exhausta, notaba los grandes círculos negros bajo los ojos enrojecidos. Había tratado de cubrirlos con maquillaje. Se había puesto algo de Fracas, mi perfume favorito. Como siempre, me parecía una mujer irresistible.
– Te extrañé -dijo.
– Yo también, nena.
– Nunca me dijiste nena -dijo ella maravillada.
– Nunca es tarde para aprender una nueva palabra de amor -murmuré.
– No dejas de impresionarme -dijo Toby con gravedad-. No sé cómo lo hiciste.
– ¿Hacer qué?
– Hacer ese agujero en el costado de la casa de piedra. Si no lo hubieras hecho, estarías muerto, supongo. Esos tipos pensaban dejarte ahí hasta que te comieran vivo o te murieras de miedo. Y ciertamente, los nuestros no habrían sabido dónde buscarte a no ser por la explosión.
– No entiendo -dije-. ¿Cómo supieron dónde estaba?
– Un paso por vez -dijo Toby-. Rastreamos la llamada de Siena en ocho segundos.
– ¿Ocho? Pero yo creía…
– La tecnología de comunicaciones ha mejorado mucho desde que dejaste la Agencia, Ben. Tú sabes que digo la verdad, eres testigo. Voy a acercarme un poco, si quieres.
Por ahora, su seguridad era suficiente. Y por otra parte, yo estaba muy confuso como para enfocar la mente.
– Apenas supimos dónde estabas, fuimos corriendo.
– Gracias a Dios -dijo Molly. Seguía sosteniéndome las manos, como si yo estuviera por irme.
– Hice que soltaran a Molly y ella y yo volamos a Milán con unos chicos de seguridad. Justo a tiempo, diría yo.
– Golpeó los brazos de la silla de ruedas. -No es fácil en una de éstas. Italia no tiene rampas para discapacitados. De todos modos, teníamos un buen sistema de alarma en la zona. ¿Te dije que si pones una gotita de agua en la entrada de un hormiguero…
– Ah, por favor -dije con un gruñido-, no tengo ganas de hormigas, Toby. Ni fuerzas.
Pero él siguió adelante.