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– … las obreras corren por el hormiguero dando la alarma, advirtiendo de posibles inundaciones, hasta señalando salidas de emergencia? En menos de medio minuto, la colonia empieza a evacuar el hormiguero.

– Fascinante -dije, sin mucha convicción.

– Perdóname, Ben. Me entusiasmo. De todos modos, tu esposa estuvo supervisando al doctor Boldoni muy de cerca, para asegurarse de que tengas el mejor de los tratamientos.

– Quiero la verdad, Mol. ¿Estoy grave?

Ella sonrió, triste pero alentadora. Las lágrimas le brillaban en los ojos.

– Vas a estar bien, Ben. En serio. No quiero que te preocupes.

– Dilo de una vez. La verdad.

– Tienes quemaduras de primer y segundo grado en los brazos -explicó ella-. Va a ser doloroso pero no serio. No más del quince por ciento del cuerpo.

– Si no es serio, ¿por qué me pusieron todo esto?

– Había notado que una venda especial, fija en el dedo índice, brillaba roja como el dedo del extraterrestre E.T. Lo levanté. -¿Qué es esto?

– Es un oxímetro de pulso. El brillo rojo es un rayo láser. Mide la saturación de oxígeno que se mantiene al noventa y siete por ciento. El ritmo de tu corazón está un poco alto, unos cien latidos, lo cual es esperable. Tuviste una contusión moderada durante la explosión. El doctor Boldoni sospechaba que habías inhalado humos de la explosión, y eso podría haber sido problemático. Se te puede hinchar la tráquea y si se hincha, te puedes morir. Hay que vigilar de cerca. Tosías algo… y él tenía miedo de que fueran pedazos de tu tráquea, quemados, quiero decir. Pero yo los examiné… y era basura, hollín, por suerte. No tienes quemaduras por inhalación, pero sí hay inhalación de humos.

– ¿Y el tratamiento, doctora?

– Te tenemos con fluidos intravenosos. D-5 media de solución salina normal. Con veinte de K a doscientos por hora.

– No me hables en chino, por favor.

– Lo lamento, quiero decir potasio. Quiero estar segura de que estés hidratado, darte muchos fluidos. Vas a tener que cambiarte las vendas todos los días. Esa cosa blanca que ves bajo las vendas es ungüento Silvidene.

– Tienes suerte de tener a tu médica personal contigo -comentó Toby.

– Y, mucho descanso en la cama -agregó Molly para terminar-. Así que te traje lectura. -Me dio una pila de revistas. Encima de todo estaba la revista Time con una foto de Alexander Truslow en la tapa. Lucía bien, vigoroso, aunque el fotógrafo había tratado de enfatizar las ojeras, la CIA en crisis, decía la tapa, y abajo: ¿una nueva era?

– Parece que a Alex no le vendría mal una buena noche de descanso -dije en tono de broma.

– La otra foto es mejor -dijo Toby. Tenía razón. En la tapa de The New York Times Magazine, Alex Truslow, el cabello plateado brillante, sonreía de oreja a oreja, con orgullo. ¿Es este el hombre que salvará a la CIA?, preguntaba el título.

Sonriendo, lleno de orgullo yo también, apoyé las revistas a mi lado.

– ¿Cuándo lo confirma el Senado?

– Ya está confirmado -dijo Toby-. Al día siguiente del nombramiento, el Presidente convenció al comité de inteligencia del Senado de que necesitamos un director de tiempo completo lo más pronto posible. Un proceso largo de confirmación hubiera causado problemas. Más problemas. Lo confirmaron todos menos dos, según creo.

– Eso es maravilloso -dije-. Y apuesto a que sé quiénes fueron los que se opusieron. -Di los nombres de los dos senadores más derechistas del comité, los dos sureños.

– Exactamente -dijo Toby-. Pero esos payasos no significan nada si los comparas con los verdaderos enemigos.

– Dentro de la Agencia -dije.

Él asintió.

– Y dime, ¿quiénes eran los rufianes que se disfrazaron de policías italianos?

– Todavía no lo sabemos. Estadounidenses. Mercenarios privados, creo yo.-¿De la Agencia?

– ¿Quieres decir si eran personal de la CIA? No… no hay fichas de ellos en ninguna parte… Los… los mataron. Hubo… un tiroteo fuerte. Perdimos dos hombres, buenos hombres… Estamos pasando las fotos y las huellas digitales por las computadoras para ver qué sale, si es que sale algo.

Miró el reloj.

– Y creo que…

Oí sonar un teléfono en una mesa cercana.

– Es para ti -dijo Toby.

41

Era Alex Truslow. La comunicación era buena. La voz sonaba tan clara como si la hubieran modificado electrónicamente, lo cual indicaba que probablemente la línea fuera estéril.

– Gracias a Dios que está bien -dijo.

– A Dios y a ustedes -contesté-. Parece usted un poco destruido en la tapa de Times, Alex.

– Margaret dice que parezco recién embalsamado. Tal vez eligieron una foto especialmente mala porque se preguntan si va a haber una nueva era y la conclusión es: No, ese tipo no puede con semejante tarea. Ya sabe usted… soy un fósil o algo así. La gente siempre quiere sangre nueva.

– En este caso, se equivocan. Felicitaciones por la confirmación del Senado.

– El Presidente torció unos cuantos brazos ahí. Pero sobre todo, Ben, quiero que vuelva.

– ¿Por qué?

– Después de lo que le pasó…

– Todavía no tengo la mercadería -confesé-. Usted me habló de una fortuna… ¿La línea es segura?

– Claro que sí.

– De acuerdo. Usted me habló de una fortuna desaparecida, pero yo no tenía idea de la magnitud. Ni del origen.

– ¿Quiere informarme por favor?

– ¿Ahora? -Miré a Toby, como haciéndole una pregunta.

El miró a Molly.

– ¿Te molestaría mucho dejarnos por unos minutos?

Los ojos de Molly estaban rojos e hinchados y las lágrimas le habían manchado las mejillas. Lo miró con furia.

– Sí, me molestaría muchísimo…

En el teléfono, Alex dijo:

– ¿Ben?

Toby se disculpó diciendo:

– Es que tenemos que hablar de cosas técnicas, aburridas…

– Lo lamento -dijo ella-. No pienso irme. Somos socios, Ben y yo. Y no quiero que me excluyan. Hubo un largo silencio. Después, Toby dijo:

– De acuerdo. Pero espero contar con tu discreción…

– Cuenta con ella.

En el teléfono, y al mismo tiempo a Toby y a Molly, relaté lo más importante de la entrevista con Orlov. Mientras yo hablaba, las caras de Toby y Molly registraban el asombro.

– Por Dios santo -dijo Truslow, conteniendo el aliento-. Ahora tiene sentido. Y es maravilloso saberlo… Hal Sinclair no estaba metido en nada delictivo. Estaba tratando de salvar a Rusia. Claro. Ahora quiero que vuelva, Ben.

– ¿Por qué?

– Por Dios, Ben, esos hombres que lo torturaron así… tienen que estar al servicio de la facción.

– Los Sabios.

– Tiene que ser así. Si no, no tiene sentido. Seguramente Hal confió en alguien. Alguien que iba a ayudarlo a hacer los arreglos con el oro, y eran arreglos complejos, estoy seguro. Y alguien en quien confió era un doble. ¿De qué otra forma pudieron saber lo del oro?

– ¿Lo mismo en Boston?

– Posiblemente. No, diría que probablemente.

– Pero eso no explica lo de Roma -dije.

– Van Aver -dijo él-. Sí. ¿Y me pregunta por qué quiero que vuelva?

– ¿Quién estaba detrás de eso?

– Yo no tengo idea. No hay pruebas que lo relacionen con los Sabios, aunque no puedo descartarlo. Ciertamente, el que lo hizo conocía los detalles de su reunión con él. Tal vez a través de una interferencia en los cables entre Roma y Washington. O tal vez era local… ¿quién sabe?

– ¿Local?