– Monitoreo del teléfono de Van Aver, o del teléfono de cualquiera de la estación de Roma. Ya sabe, tiene sentido pensar que hablamos de uno de los antiguos compañeros de Orlov. Tal vez nunca lo sepamos. Es raro.
– ¿En qué sentido?
– Hubo un tiempo en que yo habría saltado en una pata si me ofrecían el puesto de director de la CIA. Habría dado cualquier cosa. Pero ahora… ahora que lo tengo., me parece una trampa mortal. Los cuchillos largos están llegando a mí. Me rodean. Demasiadas personas poderosas se sienten amenazadas por lo que hago. Me parece que el puesto es una trampa, una trampa mortal.-¿Pudiste leer los pensamientos de Orlov? -preguntó Toby apenas colgué.
Asentí.
– Pero hubo un problemita -dije-. Orlov nació en Ucrania.
– Habla ruso… -objetó Toby.
– El ruso es su segundo idioma. Cuando me di cuenta de que pensaba en ucraniano, me convencí de que estaba vencido. Pero después lo entendí: ese tipo de la Agencia, el que me hizo las pruebas, el doctor Mehta, pensaba que yo recibía no pensamientos en sí sino ondas de radio de frecuencia extremadamente baja emitidas por el centro de producción del habla en el cerebro. Podía escuchar palabras como las que el cerebro prepara para que luego pasen al habla… aunque después no lleguen ahí. Así que hice que cambiáramos de idioma constantemente: ruso a inglés, inglés a ruso. Yo sabía que Orlov hablaba los dos idiomas. Y eso me permitió entender lo que estaba pensando porque ahora su mente ponía en inglés los pensamientos en ucraniano.
– Sí -dijo Toby-. Sí, claro.
– Y le pregunté varias cosas, sabiendo que no importaba lo que me dijera en voz alta. Por lo menos, pensaría la respuesta verdadera.
– Muy bueno.
– A veces, trataba tanto de no contestar que pensaba en inglés lo que no quería decirme.
La morfina estaba dominándome y se me hacía cada vez más difícil concentrarme. Lo único que quería era dormir varios días seguidos.
Toby se movió en la silla de ruedas, después se acercó un poco con una palanca. La silla hizo un ruidito mecánico.
– Ben, hace unas semanas un coronel de la vieja Securitate, la policía secreta rumana bajo Nicolás Ceausescu, hizo contacto con un jugador de la retaguardia que conocemos bien. -En la jerga, eso significaba que el contacto había sido con un falsificador de documentos que preparaba papeles de identidad para agentes independientes. -Él nos buscó a nosotros.
Esperé que siguiera y después de un minuto o dos, dijo:
– Trajimos al rumano. Bajo interrogatorio intenso, dijo que sabía de un complot para asesinar a ciertos altos funcionarios de la inteligencia estadounidense.
– ¿De quién era el complot?
– No lo sabemos.
– ¿Y los blancos?
– Tampoco.
– ¿Y crees que tiene que ver con el oro?-Es posible. Ahora dime, ¿te dijo Orlov dónde estaban esos diez mil millones?
– No.
– ¿Crees que sabía y no quería decirlo?
– No.
– ¿Te dio un código de acceso, o algo así?
Estaba visiblemente desilusionado.
– ¿No es posible que Sinclair fuera realmente un ladrón en gran escala? Ya sabes, decirle a Orlov que iba a ayudarlo a sacar los diez mil millones en oro del país y después…
– ¿Y después qué? -interrumpió Molly, furiosa. Lo miraba con una intensidad feroz e inolvidable. Dos puntos rojos aparecieron en sus mejillas y yo supe que había oído más de lo que podía tolerar. Susurró casi como una víbora: -Mi padre era un hombre maravilloso y un buen hombre. Era tan honesto y derecho como el que más. Por Dios, lo peor que se podía decir de él era que era demasiado correcto.
– Molly… -empezó a decir Toby.
– Yo estaba con él en un taxi en Washington cuando encontró un billete de veinte dólares en el asiento y se lo dio al conductor. Dijo que el que lo hubiera perdido se daría cuenta y llamaría a la compañía. Yo le dije: "Papi, el taxista se lo va a quedar…".
– Molly -interrumpió Toby, tocándole la mano. Tenía los ojos tristes. -Tenemos que pensar en todas las posibilidades… aunque nos parezcan imposibles…
Molly se quedó callada. Le temblaban los labios. Yo descubrí que estaba tratando de leerle los pensamientos, pero ella se había sentado un poco lejos y yo no podía concentrarme con las drogas. Para ser honesto, no estaba seguro de que mi extraño don siguiera conmigo. Tal vez la experiencia en la casa de ratas incendiada lo había destruido junto con parte de mi piel. Creo que no me habría importado mucho si hubiera sabido que ya no estaba ahí.
No sé lo que pensaba Molly pero fuera lo que fuese era algo que la perturbaba. De todos modos, podía imaginarme el remolino de sus sentimientos y lo único que deseaba era saltar de la cama y abrazarla y reconfortarla. Odiaba verla así. En lugar de hacerlo, me quedé donde estaba con los brazos vendados y la cabeza más y más confusa a medida que pasaban los minutos.
– No lo creo, Toby -dije, pensativo-. Molly tiene razón: no encaja con lo que sabemos de la forma de ser de Hal.
– Pero entonces estamos exactamente donde empezamos.
– No -contesté-. Orlov me dio una clave.
– ¿Ah sí?-Siga el oro, me dijo. Siga el oro. Y estaba pensando el nombre de una ciudad.
– ¿Zúrich? ¿Ginebra?
– No. Bruselas. Hay formas, Toby. Como Bélgica no tiene fama de un mercado de oro importante, no puede ser demasiado difícil investigar dónde pueden estar escondidos allí los miles de millones de oro.
– Voy a encargarme de los vuelos -dijo Toby.
– ¡No! -exclamó Molly-. Él no va a ninguna parte. Necesita una semana de descanso. Por lo menos.
Sacudí la cabeza, cansado.
– No, Mol. Si no lo rastreamos, el próximo es Alex Truslow. Y después, nosotros. Arreglar un "accidente" es lo más fácil del mundo.
– Si te dejo salir de la cama, estoy violando mi juramento hipocrático…
– A la mierda con el juramento -dije-. Nuestras vidas están en peligro. Y hay una fortuna inmensa en juego. Si no la encontramos… no vas a vivir mucho para cumplir ese juramento, te lo aseguro…
Oí que Toby decía casi entre dientes:
– Estoy contigo. -Luego con un gemido eléctrico, empezó a alejarse en la silla de ruedas.
La habitación estaba tranquila. En la ciudad, me había acostumbrado tanto a los ruidos que ya no los oía. Pero allí, en esa remota región del norte de Italia, no había ruidos. Desde la ventana, veía a la luz pálida de la tarde, un campo de girasoles altos y muertos, palitos marrones moviéndose entre los surcos rectos y píos.
Toby había dejado a Molly conmigo para que habláramos. Ella estaba sentada en mi cama, acariciándome los pies bajo la sábana.
– Lo lamento -dije.
– ¿Qué es lo que lamentas? -me preguntó.
– No lo sé. Pero quería decirlo.
– Acepto la disculpa.
– Espero que no sea cierto lo de tu padre.
– Pero en tu corazón…
– En mi corazón no creo que haya hecho nada malo. Pero tenemos que descubrir lo que pasó.
Molly miró a su alrededor, luego, por la ventana hacia las colinas toscanas, espectaculares como siempre.
– Me gustaría vivir aquí, ¿sabes?
– A mí también.-¿En serio? Podríamos, ¿no te parece?
– ¿Algo así como abrir una oficina toscana de Putnam amp; Stearns? Vamos.
– Pero dado tu talento para hacer dinero… -Sonrió con preocupación. -Podríamos mudarnos aquí. Dejas la ley, vivimos felices para siempre… -Un largo silencio, después agregó: -Quiero ir contigo. A Bruselas.
– Es peligroso, Molly.