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– Debajo de la Bahnhofstrasse.

– Exactamente.

– ¿Y no sería más conveniente vender el oro, convertirlo en activo líquido? ¿Marcos alemanes, francos suizos, lo que sea?

– No me parece. El gobierno suizo está aterrorizado por la inflación. No pueden tener cualquier cantidad de dinero de extranjeros: hay límites. En otro tiempo había un límite de cien mil francos para las cuentas extranjeras.

– El oro no da intereses, ¿verdad?

– Claro que no -dijo Knapp-. Pero, vamos, nadie trae aquí el dinero para ganar intereses, por Dios santo. Las tasas de interés son del uno por ciento o algo así. O cero. A veces hay que pagar por el privilegio de tener tu dinero aquí. No estoy bromeando. Muchos de los Bancos cobran como un uno y medio por cierto por cada extracción.

– De acuerdo. Ahora, si uno está frente a un lingote, se puede saber de dónde viene por el aspecto, ¿verdad?

– Generalmente. El oro… el tipo de oro que usan los Bancos centrales como reserva monetaria está formado por lingotes, generalmente de cuatrocientas onzas troy por barra. Generalmente es oro de tres novenos, es decir, oro puro al 99.9 por ciento. Y generalmente está marcado, estampado con números, los números de identificación y de serie. -Llegó el camarero con el kirschwasser y Knapp se lo tomó sin darse cuenta de cómo había ido a parar a sus manos. -Por cada diez barras de oro que se hacen, se prueba una, es decir, se hacen agujeros en seis lugares distintos de la barra y se toman unos miligramos de restos y se los analiza. Pero sí, en la mayoría de los casos, se puede saber de dónde viene con sólo ver la barra.

Rió, se tomó el trago, pensativo.

– Deberías probar esto. Te gustaría. Como decía, el mercado del oro es raro, complicado y tenso. Me acuerdo de cuando ese mercado se volvió loco no hace mucho. Los soviéticos estaban tratando de vender un cargamento de barras aquí y alguien notó que algunas de las barras tenían águilas zaristas. Los duendes se quedaron de una pieza.

– ¿Por qué?

– Vamos, viejo. Estábamos en la Navidad de 1990. ¡Barras de oro con águilas Romanoff! El gobierno de Gorby estabayéndose a los caños y vendía hasta lo último… ¡Estaban llegando al fondo del barril! ¿Por qué otra razón hubieran tocado las reservas zaristas? ¿Para que el precio del oro subiera cincuenta dólares por onza?

Me quedé congelado en la mitad de un trago, la sangre toda en la cabeza.

– ¿Y entonces qué?

– ¿Entonces qué? Entonces, nada. Parece que era una broma pesada. Una desinformación financiera bastante sofisticada por parte de los soviéticos. Habían mezclado unas pocas barras zaristas en la pila deliberadamente. Miraron cómo el mercado se convertía en un aquelarre, y vendieron el oro al mejor precio. Inteligente, ¿eh? Los soviéticos esos no eran tan tontos, ¿sabes?

Yo me quedé pensando un rato sin decir nada. ¿Y si no había sido desinformación? ¿Y si…? Pero no tenía sentido de todos modos. Puse el vaso en la mesa y seguí preguntando, como si nada de eso me importara demasiado:

– ¿Se puede lavar oro?

Él se quedó pensando un momento.

– Sí… sí, claro. Lo fundes… lo vuelves a refinar, lo ensayas, le quitas las marcas. Si estás tratando de hacerlo en secreto, es una mierda moverlo y hacerle todo eso, muy difícil pero posible. Y barato. El oro es completamente maleable. Pero no lo entiendo, Ben. Estás buscando un cargamento grande de oro que pertenece a uno de tus clientes, ¿y no sabes dónde está?

– Es un poco más complicado que eso. No puedo ser más específico. Dime: cuando uno habla del secreto bancario en Suiza, ¿qué quiere decir? ¿Hasta qué punto es difícil penetrar el secreto?

– Ey, ey -dijo Knapp-, a mí me parece que esto se está poniendo interesante…

Yo lo miré con furia y entonces, me contestó:

– No es fácil, Ben. Algunas de las frases más sagradas de esta ciudad son: "principio de privacidad" y "libertad de intercambio en dinero". Traducción: el derecho inalienable de esconder el dinero. Esa es la razón de ser de la gente de aquí. El dinero es su religión. Quiero decir, cuando Huldrych Zwingli lanzó la Reforma de Zúrich y tiró todas las estatuas católicas al río Limmat, se aseguró de salvar el oro que había en ellas y dárselo a la municipalidad. Así dio nacimiento a los Bancos de Suiza.

"Pero los suizos… bueno, uno tiene que quererlos. Están locos con lo del secreto, a menos que los beneficie romper la confidencialidad. Los mafiosos, los príncipes de la droga, los dictadores corruptos del tercer mundo con valijas llenas del fruto de sus estafas… los suizos protegen los secretos de esa gente como un cura en confesión. Pero no te olvides que cuando los nazis vinieron durante la guerra y empezaron a presionarlos, de pronto cedieron totalmente. Les dieron los nombres de los judíos alemanes que tenían cuentas en Suiza. Les gusta alimentar el mito de que se levantaron contra los nazis, en serio y con fuerza, cuando vinieron a llevarse el dinero judío, pero no es así. No, no. De acuerdo, algunos de los Bancos sí, pero no todos. Muchos no. El Basler Handelsbank lavó dinero nazi y eso está documentado. -Había puesto los ojos en la multitud como si buscara a alguien. -Mira, Ben, estás buscando una aguja en un pajar.

Asentí, busqué un dibujo en la condensación que se había formado en mi vaso.

– Bueno -dije-. Tengo un nombre.

– ¿Un nombre?

– El nombre de un banquero. Creo. -Un nombre que había pensado Orlov con relación al dinero y a Zúrich, pero no le dije eso a Knapp. -Koerfer.

– Bueno -dijo él con voz triunfante-, ¿y por qué no me lo dijiste antes? El doctor Ernst Koerfer es el director gerente del Banco de Zúrich. O por lo menos, eso es lo que era hasta hace un mes o dos.

– ¿Se jubiló?

– Murió. Ataque al corazón o algo así. Aunque yo no juraría frente a nadie que realmente tenía un corazón. Un hijo de puta de arriba abajo. Pero tenía un barco duro de manejar.

– Ah -dije-. ¿Conoces a alguien que esté ahora en el Banco de Zúrich?

Me miró como si yo hubiera perdido la cabeza.

– Vamos, viejo. Conozco a todo el mundo en la banca suiza. Es mi trabajo, hombre. El nuevo gerente es un tipo que se llama Eisler. El doctor Alfred Eisler. Si quieres, te puedo presentar, un llamado y listo. ¿Te parece?

– Sí -contesté-. Me encantaría

– No hay problema.

– Gracias, viejo -le dije.

Conseguir un arma en Suiza me pareció más difícil de lo que había anticipado. Mis contactos eran muy limitados, casi inexistentes. Tenía miedo de llamar a Toby o a cualquier otro que tuviera que ver con la CIA. No confiaba en nadie. Si hubiera sido absolutamente necesario, habría buscado una conexión con Truslow pero quería evitar esa ruta: ¿cómo podía estar seguro de que los canales de comunicación no estaban pinchados? Era mucho mejor no llamarlo.

Finalmente, después de sobornar a un gerente de un negocio de caza y pesca, conseguí el nombre de alguien que tal vez pudiera "ayudarme": el cuñado del gerente, que tenía nada menos que un negocio de libros antiguos.

Lo encontré a unas cuadras de distancia. Letras doradas en la vidriera, en el viejo estilo Fraktur alemán:

ZBUCHHÄNDLER

ANTIQUITÄTEN UND MANUSKRIPTE

Una campanilla en la puerta sonó cuando entré. Era un lugar pequeño y oscuro y olía a musgo y humedad y a ese aroma a vainilla que tienen siempre las cubiertas de los viejos libros.

Altos estantes de metal, recargados con pilas y pilas desordenadas de libros y revistas amarillentas, en todos los espacios disponibles. Un sendero estrecho entre los estantes llevaba hacia un escritorio de roble muy caótico, con montañas de papeles y libros, en el cual estaba sentado el propietario. Habló en voz alta, llamándome: