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El vapor me rodeaba, en grandes remolinos blancos, espeso y opaco como algodón, una tela de cáñamo ondulante. La habitación estaba horrendamente caliente, sofocante, y el vapor era ácido y sulfuroso. Me parecía que podía masticarlo, que tenía gusto. Las paredes estaban cubiertas de cerámicas blancas.

– Wer ist da? Was ist los? -¿Quién está ahí? ¿Qué pasa?

A través de la niebla, descubrí un par de cuerpos rojos, corpulentos, desnudos. Descansaban sobre un banco de piedra, sobre toallas blancas, como cadáveres en un matadero.

La voz había venido del primero, el más cercano, un hombre de pecho peludo y redondo. Cuando avancé a través de las nubes densas con la bandeja en alto, descubrí las orejas prominentes, la cabeza calva, la larga nariz. Gerhard Stoessel. Había estudiado su fotografía en Der Spiegel esa misma mañana: era él, no había duda posible. No veía a su compañero, pero era otro hombre maduro, sin cabello, de piernas cortas.

– Erfrischenungen? -preguntó Stoessel como ladrando. ¿Refrescos? -Nein!

Sin decir ni una sola palabra, retrocedí hacia afuera, cerrando la puerta.

El guardaespaldas y el empleado todavía dormían. Con deliberación y rapidez, recorrí los corredores hasta encontrar lo que buscaba: una puerta sin ventanas en la parte trasera de la cámara donde estaba Stoessel. Era un espacio para mantenimiento. Yo sabía que tenía que haber uno. Un lugar en el que los obreros podían arreglar los caños de vapor sin molestar a los clientes. No estaba cerrado con llave, ¿por qué cerrarlo? Lo abrí y me metí en ese espacio bajo. Oscuridad completa. Las paredes estaban pegajosas de humedad y sedimentos minerales. Perdí el equilibrio y tuve que tomarme de algo para no caer. Lo que toqué era un caño de agua hirviendo. Sólo con mucho esfuerzo logré retener el grito de dolor.

Mientras me deslizaba sobre las rodillas, vi un agujerito iluminado y me le acerqué. Se había soltado el relleno de la pared alrededor de un caño de ventilación de vapor, en el sitio en el que entraba en la cámara. Un puntito de luz salía por allí, y con él, una onda de sonido.

Después de un minuto, se me acostumbraron los oídos a la mala calidad del sonido y reconocí frases, luego oraciones enteras. La conversación entre los dos hombres era en alemán, pero yo entendía la mayor parte. Agachado en la oscuridad, con las manos apoyadas contra las paredes de cemento resbaladizo, escuché con horror y fascinación, sobrecogido de miedo.

52

Al principio, había sólo frases aisladas: Bundesnachrichtendienst, Servicio de Inteligencia Federal de Alemania. El Servicio de Inteligencia Suizo. La Direction de la Surveillance du Territoire, la organización francesa de contraespionaje, la dst. Se dijo algo de Stuttgart y de un aeropuerto.

Después, la conversación se hizo más fluida, más expansiva. Una voz despectiva, ¿la de Stoessel o la del otro hombre?, dijo:

– Y a pesar de las fuentes, de los agentes, de las bases de datos, ¿no tienen ni la más mínima idea de quién es el testigo secreto?

No oí la respuesta.

Oí una frase perdida:

– Para asegurar la victoria…

Después oí:

– La confederación.

Luego alguien dijo:

– Si vamos a conquistar una Europa unida…

Y después:

– Esa oportunidad se da una o dos veces por siglo.

– Una coordinación completa con los Sabios…

El otro, el que yo había decidido que era Stoessel, dijo:

– …históricamente. Ya pasaron sesenta y un años desde que Adolf Hitler se convirtió en canciller y desapareció la República de Weimar. Uno se olvida de que al principio nadie creía que duraría un año…

El otro contestó, enojado:

– Hitler estaba loco. Nosotros estamos cuerdos.

– No tenemos la carga de la ideología -llegó la voz de Stoessel- que siempre termina por forzar la caída…

Algo que no oí bien, y después Stoessel contestó:

– Así que hay que ser pacientes, Wilhelm. En unas semanas serás el líder de Alemania y tendremos el gobierno. Pero consolidar el poder lleva tiempo. Nuestros amigos estadounidenses nos aseguran que no intervendrán.

Serás el líder de Alemania…

El hombre que estaba con Stoessel era, tenía que ser, Wilhelm Vogel, el canciller electo.

Se me revolvió el estómago.

Vogel, yo estaba seguro de que era él, hizo un ruido, una especie de objeción muda, a la cual Stoessel contestó, en voz alta y clara:

– …que van a observar sin hacer nada. Desde Maastricht, la conquista de Europa es mucho más fácil. Los gobiernos caerán uno por uno. De todos modos, los políticos ya no son líderes. Se van a apoyar en los líderes de las corporaciones porque la industria y el comercio son las únicas fuerzas capaces de gobernar una Europa unificada. ¡No tienen visión de futuro! ¡Nosotros, sí! ¡Nosotros somos visionarios! Vemos mucho más allá, más allá de mañana y pasado mañana. Más allá de lo que está pasando actualmente, a nuestro alrededor.

Otro ruido del canciller electo. Stoessel dijo:

– Una conquista global bastante fácil porque se basa en el motivo del provecho; en la ganancia, pura y simple.

– El ministro de defensa -dijo Vogel.

– Con ese es fácil -contestó Stoessel-. Quiere lo mismo. Cuando el ejército alemán vuelva a tener su antigua gloria…

Otra respuesta ahogada y luego Stoessel habló de nuevo:

– ¡Fácil! ¡Fácil! ¡Rusia ya no es una amenaza! Rusia no es nada. Francia… ya eres viejo, tienes que acordarte de la Segunda Guerra, Willi. Los franceses van a putear y quejarse y hablar de la línea Maginot, pero después, capitulan sin disparar un tiro…

Vogel pareció decir algo de nuevo porque esta vez, la respuesta de Stoessel fue quejosa:

– Porque les conviene económicamente hablando, ¿por qué otra razón? El resto de Europa viene cayendo y Rusia lo va a tener que seguir, no le queda otro remedio.

Vogel dijo algo sobre Washington y un "testigo secreto".

– Lo vamos a encontrar -dijo Stoessel-. Vamos a conseguir la información. El nos asegura que va a poder controlar.

Vogel dijo algo que contenía las palabras "antes que ellos" y Stoessel contestó:

– Sí, precisamente. En tres días, listo… Sí, no, el hombre va a morir, asesinado. No puede fallar. Está orquestado, preparado. Va a morir. No te preocupes.

Hubo un ruido, un golpe. Me di cuenta de que era la puerta del baño de vapor.

Después, con toda claridad, oí decir a Stoesseclass="underline"

– Ah, llegaste…-Bienvenido -dijo Vogel-. ¿Tuviste un buen vuelo a Stuttgart?

Otro golpe. La puerta se había cerrado.

– … quería decirte -llegó otra vez la voz de Stoessel- lo agradecidos que estamos. Todos nosotros.

– Gracias -dijo Vogel.

– Nuestras más cálidas felicitaciones, además -dijo Stoessel.

El recién llegado les habló en un alemán fluido con acento extranjero, probablemente estadounidense. La voz era de barítono, resonante y algo familiar. ¿La voz de alguien que yo había oído por televisión? ¿O por radio?

– El testigo va a aparecer frente al comité del Senado -dijo el recién llegado.

– ¿Quién es? -preguntó Stoessel.

– No tenemos el nombre, ten paciencia. Ya tuvimos acceso a las computadoras del Banco de datos del comité. Así es como sabemos que el testigo viene a hablar de los Sabios.

– ¿Y de nosotros? -preguntó Vogel-. ¿Sabe lo de Alemania?

– Imposible saberlo -dijo el estadounidense-. Y por otra parte, él o ella lo sepa o no, tu relación con nosotros es fácil de deducir.