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– Entonces, hay que eliminarlo -dijo Stoessel.

– Pero si no conocemos su identidad -aclaró el estadounidense-, ¿a quién vamos a eliminar? Cuando aparezca…

– ¿No antes? -interrumpió Vogel.

– En ese momento -dijo el estadounidense-, no vamos a fallar. Eso se lo puedo asegurar.

– Pero habrán tomado medidas para proteger al testigo -dijo Stoessel.

– No hay medidas adecuadas -explicó el estadounidense-. Tales medidas no existen. Yo no estoy preocupado. No se preocupen ustedes. Lo que sí tenemos que pensar y mucho es el tema de la coordinación. Si los hemisferios están bien relacionados… si nosotros tenemos a las Américas y ustedes a Europa…

– Sí -contestó Stoessel, impaciente-, sí, sí, estás hablando de coordinación entre los dos gobiernos mundiales, pero eso es fácil de planificar…

Era tiempo de irme.

Lo más silenciosamente que pude me di vuelta en el espacio estrecho e incómodo en que estaba y me arrastré hacia la puerta. Escuché para ver si oía pasos y cuando me aseguré de que nadie pasaba por allí, abrí la puerta y volví al vestíbulo, que me pareció brillante hasta lo grotesco. Tenía manchas de barro sucio en las rodilleras de mis pantalones de algodón blanco.

Corrí hasta la entrada del baño de vapor privado, encontré la bandeja de agua mineral y abrí la puerta. Una gran nube de vapor opaco giró en remolino antes de que yo pudiera siquiera poner un pie en la habitación. Stoessel parecía haberse movido un poco a la derecha. El hombre que yo había identificado, como Vogel se había movido también y ya no estaba en el banco. El último estaba sentado en el banco más allá de Vogel, hacia la derecha, fuera de mi campo de visión.

– Ey -dijo el estadounidense, todavía en alemán-, nadie entra aquí, ¿me entiende? -La voz me era cada vez más familiar, y eso me volvía loco de ansiedad.

Stoessel me echó, en alemán.

– ¡Basta de refrescos! ¡Déjenos en paz! ¡Ya dije que no quiero que me molesten!

Me quedé ahí, sin moverme para que mis ojos se ajustaran a la opacidad del vapor. El estadounidense también parecía un hombre maduro, y estaba en mejor condición física que los dos alemanes. Y luego, de pronto, una ráfaga movió las nubes sulfurosas, abrió un hueco extraño en el vapor. Apareció la cara del estadounidense, girando frente a mí, reconocible, entera. Durante un segundo no pude moverme.

El nuevo director de la CIA. Mi amigo, Alex Truslow.

Parte VI. LAC TREMBLANT

*

53

– Werist denn das? -gritó Vogel. ¿Quién es? -Wo ist der Leibwáchter? -¿Dónde está el guardaespaldas?

El cabello plateado de Truslow, que yo veía claramente, estaba bien peinado, la cara roja de calor o de furia, seguramente ambos.

Me le acerqué.

Y entonces, en una voz suave y cariñosa y amable, me dijo:

– Por favor, Ben, no te acerques. Por tu propio bien. No te preocupes. Ya les dije que eres un amigo, que no tienen que hacerte nada. No te vamos a hacer daño. No va a pasarte nada.

Hay que matarlo, oí. Hay que matarlo ahora mismo.

– Te estuvimos buscando por todas partes -siguió diciendo Truslow con suavidad.

Ellison tiene que morir. Ya mismo, pensó.

– Tengo que decir -decía mientras tanto con tranquilidad- que éste es el último lugar del mundo en el que esperaba encontrarte. Pero ahora estás a salvo y…

Le arrojé la bandeja a la cara, esparciendo el agua mineral por todas partes. Una de las botellas golpeó a Vogel en el estómago, las otras en el suelo de baldosas.

Truslow ordenó en alemán:

– Halten Sie diesen Mann auf. Er darf hier nicht lebend herauskommen!

"¡Detengan a ese hombre!", había gritado. "No debe salir de aquí vivo."

Salté por la puerta y corrí con todas mis fuerzas y a toda la velocidad hacia la salida más cercana, hacia el Romerplatz, mientras las palabras de Truslow sonaban en mi cabeza. Y supe que Alexander Truslow me había mentido por última vez en su vida.

Molly tenía el Mercedes encendido en la entrada de Friedrichsbad. Lo puso en marcha y nos alejamos a toda velocidad hacia las afueras, buscando la autopista A8. Mientras tanto, descubrimos que el Aeropuerto Internacional Echterdingen estaba a apenas noventa y cinco kilómetros hacia el este, al sur de Stuttgart.

No dije nada durante mucho rato.

Finalmente, le conté lo que había visto. Ella reaccionó como yo: con horror, sorpresa y después furia desatada.

Los dos sabíamos ahora por qué me había reclutado Truslow, por qué Rossi me había engañado para meterme en el Proyecto Oráculo, por qué estaban tan felices cuando supieron que el experimento había dado resultado.

Ahora muchas cosas tenían sentido.

Mientras corríamos por la autopista y Molly seguía manejando con la habilidad de siempre, lo resumí en voz alta:

– Tu padre no cometió ningún delito -le dije-. Quería salvar a Rusia. Aceptó ayudar a Vladimir Orlov a sacar las reservas de oro del tesoro ruso, esconderlas en otro país, guardarlas. Las hizo llevar a Zúrich, donde pusieron una parte en una bóveda y convirtieron otra parte en activo líquido.

– ¿Pero adonde llevaron esa otra parte?

– Cayó bajo el control de los Sabios.

– Alex Truslow, quieres decir.

– Correcto. Cuando me pidió que rastreara la fortuna perdida, que supuestamente había robado tu padre, lo que estaba haciendo era usarme, usar mi talento, para localizar la mitad del dinero a la que no tenía acceso. Porque tu padre la había metido en el Banco de Zúrich.

– ¿Pero quién es el otro dueño de la cuenta?

– No sé -admití-. Truslow debe de haber sospechado que Orlov había robado el dinero. Por eso me pidió que buscara a Orlov, cosa que la CIA no había podido hacer.

– ¿Y cuando lo encontraras…?

– Cuando lo encontrara, podría leerle el pensamiento, ésa era la idea. Y saber dónde habían puesto el dinero.

– Pero papá era uno de los dos dueños de la cuenta. Así que fuera como fuera, Truslow necesitaría mi firma…

– Por alguna razón, Truslow debe de haber querido que llegáramos a Zúrich. ¿Qué fue lo que dijo ese banquero…? Que si uno accede a la cuenta, el status pasa de pasivo a activo… Algo así.

– ¿Y eso qué significa?

– No sé.

Molly dudó, dejó que nos pasara un camión de dieciocho ruedas.

– ¿Y si el Proyecto Oráculo no hubiera tenido éxito?

– Entonces, tal vez no habría encontrado el oro. O tal vez sí… Pero habría llevado mucho, pero mucho más tiempo…

– ¿Lo que me estás diciendo es que Truslow usó los cinco mil millones a los que sí tenía acceso, como carnada para hacer caer el mercado de valores de Alemania?

– Tiene sentido, Molly. No puedo estar seguro, pero tiene sentido. Si la información que tenía Orlov es correcta, y los Sabios… es decir, Truslow, y seguramente Toby, y seguramente otros…

– Que manejan la CIA…

– …Sí. Si los Sabios usaron realmente la inteligencia de la CIA para reunir información sobre mercados extranjeros y así pudieron forzar de alguna forma la crisis del mercado estadounidense en 1987, seguramente fueron los mismos que fabricaron la caída en el mercado alemán.

– ¿Pero cómo?

– Colocas algunos miles de millones de dólares -marcos alemanes- de forma secreta y repentina en el mercado de valores alemán. Si se actúa con rapidez y de inmediato, con la ayuda de expertos que tienen acceso a cuentas comerciales computarizadas, se pueden adquirir grandes sumas de dinero a crédito para desestabilizar un mercado ya debilitado. Para tomar el control de activos mucho mayores. Para comprar y vender con margen, para comprar y vender usando programas computarizados comerciales, a una velocidad sólo posible en la actual era de la computación.