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Su esposa, Margaret, una mujer flaca y morena de unos sesenta años, salió de la casa mientras la puerta mosquitero sonaba detrás de ella.

– Lamento lo de su padre -le dijo a Molly- Lo extrañamos mucho Tanta gente lo extraña.

Molly sonrió y le agradeció.

– Este lugar es hermoso -dijo.

– ¿Si? -preguntó Margaret Truslow, acercándose a su esposo y tocándolo cariñosamente en la mejilla con el dorso de la mano- Yo lo odio. Desde que Alex se retiró de la CIA me hace pasar aquí casi todos los fines de semana y todos los veranos Lo aguanto porque no tengo mas remedio -La expresión, levemente divertida e irritada, era la que se usa con un chico amado pero travieso.

– Margaret prefiere Louisbourg Square -dijo Truslow Hablaba de un lugar muy exclusivo y pequeño sobre Beacon Hill, donde tenía una casa.

– Ustedes viven en la ciudad, ¿,verdad?

– Back Bay -dijo Molly- Si vio alguna vez unos carteles de Hombres Trabajando y pilas de materiales de construcción por ahí, seguramente eran nuestros.

Truslow rió.

– Reformas, ¿eh?

Apenas si Molly pudo empezar a decir algo, cuando dos chicos salieron de la casa, una nenita de tres años, perseguida por un chico un poco mayor.

– ¡ Elias! -llamó la señora Truslow.

– Basta -interrumpió Alex, tomando a la nena entre sus brazos -Elias, no atormentes a tu hermana Zoé, ven a conocer a Ben y a Molly.

La nenita nos miró, preocupada, la cara manchada de lágrimas Después, hundió la cabeza en el pecho de Truslow.

– Es tímida -explicó Truslow- Elias, dale la mano a Ben Ellison y a Molly Sinclair -El chico, rubio y gordinflón, extendió una manito gorda a cada uno y después salió corriendo.

– Mi hija… -empezó a decir Margaret Truslow.

– Mi hija, que parece estar siempre en la ruina, -interrumpió Truslow- y su marido, todo un adicto al trabajo, están en un concierto sinfónico Es decir que los pobres chicos tienen que cenar con sus abuelitos, que son la mar de aburridos ¿No es cierto, Zoé? -Le hizo cosquillas con una mano mientras la sostenía con la otra Ella rió, como si no quisiera hacerlo, y después siguió llorando.

– Nuestra Zoé tiene dolor de oído -dijo Margaret- Hace siglos que llora No para desde que llegó.

– Veamos -dijo Molly- Seguramente no tienen amoxicilina, ¿no?

– ¿Amoxi qué? -dijo Margaret.

– Sí, sí, creo que tengo un frasco de 150 centímetros cúbicos en el auto.

– ¡Parece una visita a domicilio! -exclamó Margaret Truslow.

– Y sin cargo. -dijo Molly.

La cena fue una típica cena norteamericana… pollo asado, papas al horno y una ensalada. El pollo estaba delicioso Truslow nos dio la receta con todo orgullo.

– Ya sabe lo que dicen -comentó mientras llenaba nuestros platos de helado- Para cuando los más jóvenes aprenden a dejar la casa en orden, aparecen los primeros nietos dispuestos a deshacerlo todo ¿No es cierto, Elias?

– No -dijo Elias.

– ¿Ustedes tienen hijos? -preguntó Margaret Truslow.

– Todavía no -respondí.

– Yo creo que a los chicos no debería oírselos ni vérselos -dijo Molly- Nunca

Margaret la miró, escandalizada, hasta que se dio cuenta de que era una broma

– cUsted es pediatra? -dijo para burlarse a su vez.

– Tener hijos es lo mejor que hice en mi vida -dijo Truslow.

– ¿No hay un libro que se llama “Los nietos son tan divertidos…debería haberlos tenido primero ? -preguntó Margaret.

Los dos se rieron.

– Hay algo de verdad en eso -dijo Alex.

– Va a tener que dejar todo esto si va a Washington-dijo Molly

– Lo sé No crea que no lo estoy pensando.

– Ni siquiera te lo pidieron -le recordó su esposa.

– Cierto -dijo Truslow- Y para ser honesto, reemplazar a su padre me parece bastante riesgoso.

Molly asintió.

– Pocas cosas más difíciles de tolerar que seguir el buen ejemplo -interrumpí.

– Y ahora -anuncio el dueño de casa-, espero que las hermosas mujeres no se molesten si Ben y yo nos vamos a dar una vuelta y a charlar de trabajo.

– De acuerdo -dijo su esposa, el tono un poco áspero- Molly puede ayudarme con los chicos. Si es que está dispuesta a aguantarlos, quiero decir.

– Hace unas semanas -empezó a decir Truslow-, la Agencia apresó a un potencial asesino. Un rumano. Seguridad

– Nos sentamos en una habitación con piso de piedra, que parecía ser su estudio, frente a una mesa de madera. El mobiliario era viejo y estaba gastado, la única nota discordante era la unidad moderna de teléfono digital sobre el escritorio -Lo interrogaron. El tipo era duro.

Yo no sabía a qué apuntaba, así que me quedé callado.

– Después de varias sesiones, se quebró. Pero no sabía mucho Un trabajo muy profesional de compartimentación de la información Dijo que tenía algo que ofrecernos Algo sobre la muerte de Harrison Sinclair -Dejó que su voz se apagara.

– Y antes de que pudiera decírnoslo, murió -Uno de esos casos de interrogatorio un poco duro, supongo -No infiltraron el sistema para matarlo, para sacarlo de en

Medio. Es impresionante hasta dónde pueden llegar.

– ¿Y quiénes son ellos?

– Una persona o vanas personas -dijo él lentamente, el tono ominoso- dentro de la CIA.

– ¿Tiene nombres?

– Esa es la cuestión Están muy aislados No tienen cara. Este grupo dentro de Langley, Ben, es un grupo del cual oímos rumores desde hace mucho tiempo ¿Ya oyó hablar de los Sabios?

– Ayer me mencionó usted una especie de consejo de ancianos Pero, ¿quienes son? ¿Que buscan?

– No sabemos Demasiado bien camuflados, detrás de una serie de fachadas

– ¿Y lo que usted me está diciendo es que estos, estos "Sabios" estuvieron detrás de la muerte de Hal?

– Especulaciones -contestó él- Es posible que Hal fuera uno de ellos.

Sentí vértigo Hal, aparentemente, había sido víctima de alguien entrenado por el servicio secreto de Alemania del Este, el Stasi Ahora Truslow hablaba de un rumano ¿Cómo encajaban esas piezas? ¿Que estaba insinuando?

– Pero algo tienen que saber sobre sus identidades -dije como provocándolo.

– Lo único que sabemos es que se las arreglaron para extraer decenas de millones de dólares de varias cuentas de la Agencia. Todo muy sofisticado, se lo aseguro, Ben Y parece que Harrison Sinclair se embolsó algo así como doce millones y medio.

– Pero usted no puede creer eso Conoce cuan modestamente vivía Hal.

– Escuche, Ben Yo no quiero creer que Hal Sinclair se robó ni un centavo.

– ¿No quiere creerlo? ¿Qué mierda me esta diciendo?

En lugar de contestarme, Truslow me entrego una carpeta forrada en papel marrón La etiqueta llevaba una designación de los archivos de la Agencia Gamma Uno, un nivel de clasificación más alto que cualquier papel al que yo hubiera tenido acceso anteriormente.

Adentro había una serie de fotocopias de cheques, impresiones de computadora, fotografías borrosas. En una había un hombre que llevaba un sombrero panamá, de pie en una especie de hall de un hotel.

No había duda de que era Hal Sinclair.

– ¿Qué significa todo esto? -pregunté aunque ya lo sabía.

– Hal en la Gran Caimán, esperando para una cita con el gerente del Banco. Es obvio. Las otras son de Hal en una serie de bancos en Liechtenstein, Belice y Anguilla.

– Lo cual no prueba nada…

– Ben, escuche. Yo era uno de los mejores amigos de Hal. Esto me duele tanto como a usted. Había días en que Hal no estaba visible… enfermo, decía, o de vacaciones. No se lo podía ubicar, o arreglaba las cosas para llamar él mismo a la oficina. Evidentemente era cuando hacía los depósitos. Tienen un archivo con los viajes que hizo usando pasaportes falsos.

– ¡Eso es mierda, Alex, no vale nada! -espeté.

Suspiró. Evidentemente la situación lo molestaba.

– Eso que ve es el registro de Anstalt, una corporación no bursátil, de "cajas de letras contables", de responsabilidad limitada. Es la firma de Sinclair. Es una corporación con base en Liechtenstein. La identidad del verdadero dueño, como verá, es Harrison Sinclair. Y tenemos copias de transferencias, e interceptamos cables en los que se envían fondos a cuentas en las Bermudas. Con otros nombres, claro está. Informes de televisión, télex, autorizaciones de transferencias. Un laberinto, Ben, un verdadero laberinto. Capa sobre capa, pasillo tras pasillo… Son pruebas, Ben, puras y simples, y me rompen el corazón, pero ahí están…

Yo no sabía qué pensar de lo que veía. Parecía que tenían lo que querían. Pero lo que tenían no cerraba. ¿Mi suegro, un actor? ¿Un estafador consumado? Había que conocerlo como yo lo conocía para entender lo difícil que era aceptar semejante cosa. Sin embargo, la duda, la semilla de la duda siempre está ahí. Nunca conocemos realmente al otro.