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– La clave está en el encuentro de Sinclair con Orlov en Zúrich -siguió diciendo Truslow-. Piense, ¿qué le evoca el nombre Zúrich?

– Gnomos.

– ¿Eh?

– Los gnomos de Zúrich. -La frase, creo yo, era obra de un periodista británico de principios de la década del sesenta y se refería a los banqueros suizos, tan amables y discretos con los mafiosos y los "reyes de la droga".-Ah, sí, precisamente… Es tonto no pensar que cuando él y Orlov se encontraron en Zúrich estaban en medio de una transacción. No era una visita social. -Y agregó, pensativo: -El jefe de la CIA y el último jefe conocido de la kgb…

– Circunstancial -dije.

– Tal vez. Espero que haya una explicación para todo esto. Creo que puede haberla. Así que ya entiende, creo yo, la razón por la que quiero que usted limpie el nombre de su suegro. La Agencia me pidió que localizara una enorme suma de dinero, una fortuna que hará que los doce millones y medio que supuestamente robó Hal sean una bicoca. Necesito su ayuda. Podemos matar dos pájaros de un tiro: encontrar el dinero, por un lado, y establecer la inocencia de Hal, por otro. ¿Puedo contar con usted?

– Sí -dije-. Sí.

– Es un asunto de máxima prioridad y máximo secreto, Ben, usted lo entiende. Tendrá que pasar por la rutina de siempre: el detector de mentiras, los interrogatorios y todo lo demás. Antes de irse esta noche, voy a darle un detector de conexiones ilegales para el teléfono de su oficina, compatible con mi teléfono en el trabajo. Pero tengo que ser sincero con usted: hay gente que va a tratar de que usted no haga su trabajo.

– Entiendo -dije. La verdad era que no entendía, o no entendía del todo y ciertamente no tuve la menor idea de lo que realmente le pasaba por la mente. No hasta la mañana siguiente.

10

Me acuerdo de los hechos de la mañana siguiente con una claridad fantasmagórica, extraña, deslumbrante.

Las oficinas de Truslow y Asociados Inc, ocupaban los cuatro pisos de un viejo edificio angosto de ladrillos en la calle Beacon (apenas unas cuadras, me di cuenta, de la casa de Truslow en Louisbourg Square) Había una placa de bronce en la puerta adornada truslow y asociados inc, decía, sin ninguna explicación Si tienes que preguntar, entonces no queremos que lo sepas.

La oficina era lujosa pero agradable. Había que tocar el timbre para entrar en una pequeña antecámara, donde una recepcionista muy bien peinada controlaba a los clientes, y luego con otro timbre, los dejaba pasar a una sala de espera cómoda y tranquila, elegante, con muebles muy discretos y muy caros. Esperé unos diez minutos, hundido en una silla negra de cuero, con Vanity Fair entre las manos La selección de revistas era de ese tipo Vanity Fair o Art and Antiques o Country Life. De todo menos revistas de negocios, por Dios. Nada de títulos con la palabra Mercado.

Unos diez minutos después de la hora señalada, la secretaria de Truslow salió del supuesto asunto importante que la estaba atrasando (café y galletitas, supuse) y me escoltó por una serie de escaleras crujientes, alfombradas, hasta la oficina de Truslow Era una asistente ejecutiva clásica, treinta y cinco, linda, eficiente, bien vestida en su traje Chanel y un cinturón y un collar de la misma marca. Se presentó como Donna y me preguntó si quería algo de agua Evian, café o jugo de naranja natural. Le pedí una taza de café.

Alexander Truslow se levantó de su escritorio cuando entré. La luz de su oficina era tan brillante que deseé haberme traído los anteojos para sol. Entraba a raudales por las altas ventanas y rebotaba contra las paredes blancas.

Sentado en una silla de cuero junto al escritorio había un hombre de hombros redondos, cabella negro y cuerpo robusto. Tendría unos cincuenta años-Ben -dijo Truslow-, me gustaría presentarle a Charles Rossi.

Rossi se levantó y me dio un fuerte apretón de manos.

– Me alegro mucho de conocerlo, señor Ellison

– Lo mismo digo -dije aunque dudaba de que fuera verdad Los dos nos sentamos y finalmente, yo agregué -Llámeme Ben.

Rossi asintió y sonrió.

La secretaria trajo una taza de café recién hecho en vajilla de cerámica italiana Estaba muy bueno. Yo saqué un bloc de hojas amarillas de mi maletín y empuñé mi lapicera Mont Blanc.

Cuando ella se fue, Truslow escribió algo en el teclado Amtel que tenía enfrente, un aparato que le servía para comunicarse con ella sin palabras, durante las reuniones y en medio de una llamada telefónica.

– Lo que estamos por discutir tiene que ser absolutamente secreto.

Yo asentí, tomé un trago de café Una mezcla de tostado francés con alguna otra cosa. Excelente.

– Charles, si nos permites -dijo Truslow. Rossi se puso de pie y abandonó la oficina, cerrando la puerta tras él.

– Rossi es nuestra conexión con la CIA -explicó Truslow-. Viene directamente de Langley para trabajar con usted.

– No estoy seguro de entender -dije.

– Rossi me llamó anoche. Dada la delicadeza, la complejidad del asunto que tenemos que resolver, la Agencia está preocupada por la seguridad Es comprensible Insistieron quieren implementar sus propios procedimientos de admisión.

Asentí.

– A mí también me parece un poco excesivo -dijo Truslow- Usted ya está examinado y limpio y todas esas estupideces. Pero para que lo esté totalmente, Rossi quiere pasarlo por algunas pruebas preliminares. Nos piden en el contrato que revisemos a todos los empleados externos.

– Ya veo -dije.

Se refería al polígrafo, al detector de mentiras, al cual debían someterse todos los empleados de la Agencia vanas veces en sus carreras al principio del ejercicio y periódicamente, y a veces también después de operaciones vitales o casos extraordinarios.

– Ben -siguió diciendo Truslow-, verá, como centro de nuestra investigación quisiera que usted localizara a Vladimir Orlov y que averiguara todo lo que pudiera sobre lo que pasó en la reunión con su suegro. Tal vez Orlov jugaba a dos puntas con Hal Sinclair y quiero saber si es así o no-¿Quiere que localice a Orlov? -pregunté.

– Eso es lo único que pienso decirle hasta que esté limpio. Cuando lo hayan aprobado, podremos hablar un poco más. -Apretó un botón en el escritorio para que volviera Rossi.

Truslow dio la vuelta al escritorio y le palmeó la espalda al hombre de la CIA.

– Lo dejo en manos de Charlie -me dijo y me dio la mano-. Bienvenido, amigo.

Vi que se volvía una vez más hacia el Amtel y tocaba un botón del teléfono. Cuando me iba, tuve una última imagen de él, una figura alta, oscura, pensativa, intensamente enérgica, destacada en silueta contra la brillante luz de la mañana.

Charles Rossi me llevó en un sedán azul oscuro del gobierno. Cruzamos el río hacia un edificio ultramoderno en la sección de Kendall Square de Cambridge, cerca del mit (Instituto de Tecnología de Massachusetts) y de Raytheon y Genzyme y las otras grandes corporaciones tecnológicas.

Cuando salimos del ascensor en el quinto piso, entramos en una recepción muy funcional, toda de acero y vidrio, alfombras en gris industrial y maderas claras. En la pared que quedaba frente a nosotros había una placa que decía: laboratorios DE DESARROLLO E INVESTIGACIÓN SOLO VISITAS AUTORIZADAS.

Me di cuenta inmediatamente de que se trataba de una operación manejada por la CIA. Todo lo que me rodeaba -el nombre sin revelar, lo anónimo de los procedimientos, la quietud amenazadora- hablaba de la Agencia a gritos. Yo sabía que la CIA tenía laboratorios y edificios de prueba en los suburbios de las afueras de Washington y en un edificio de la calle Water en Nueva York; no sabía que tuviera algo así en Cambridge, en la tierra del mit, pero era lógico.

Rossi no dijo mucho. Me llevó a través de una serie de enormes puertas de metal que se abrían insertando una tarjeta magnética en una ranura vertical. Las puertas nos dejaron en una enorme habitación con fila tras fila de terminales de computadora. Había gente trabajando en ellas.

– No demasiado impresionante, ¿eh? -hizo notar Rossi cuando nos detuvimos en la puerta-. Muy aburrido…

– Debería ver el lugar donde trabajo yo -le contesté.

Rió con amabilidad.

– Hay una serie de proyectos en este lugar -explicó-. Artefactos microscópicos, criptografía automática, visión artificial, cosas así. ¿Está usted familiarizado…?

– No mucho -dije.

– Bueno, por ejemplo, la criptografía automática. Los fondos son de la Administración de Proyectos en InvestigaciónAvanzada de Defensa, la apiad, parte del Departamento de Defensa.

Asentí mientras él me escoltaba hacia una terminal, una estación SPARC-2, en la que parecía estar trabajando con toda la furia un joven de barba muy larga.

– Esta terminal, por ejemplo, es de Sun Microsystems, y le está "hablando" a una supercomputadora de la Corporación de Máquinas Pensantes cm-3.

– Ya veo.

– Como sea, Keith está desarrollando algoritmos de codificación en textos llanos. Es decir, códigos que son, por lo menos teóricamente, imposibles de quebrar. En otras palabras, esos códigos nos permitirán traducir o codificar información de máximo secreto en una forma que va a parecer un inglés común, un documento con aspecto poco importante, no una tontería sin sentido, sino prosa real. Luego, por medio de reconocimiento de voz lo pueden decodificar nuestras computadoras. Es algo como un código tipo puerta trampa.

Yo no lo entendía, pero asentí. Rossi, al parecer, era muy observador porque se disculpó.

– Estoy divagando. A ver, pongámoslo de otra forma. Un agente de campo podrá codificar un documento secreto y pasarlo como un guión de un programa de noticias común en la Voz de América. Para cualquiera que lo escuche será una noticia más, pero la computadora correcta será capaz de entenderlo.