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– Ahora, voy a pedirle que mienta en las próximas dos preguntas. ¿Su especialidad legal está relacionada con la propiedad de inmuebles?

– Sí -dije.

– ¿Alguna vez se masturbó?

– No.

– Ahora la verdad. Cuando trabajó para la inteligencia de los Estados Unidos, ¿trabajó también para el servicio de inteligencia de algún otro país?

– No.

– Desde que acabó su servicio en la CIA, ¿estuvo en contacto con cualquier funcionario de inteligencia asociado con lo que fue el bloque de naciones socialistas?

– No.

Hubo una larga pausa, y luego llegó otra vez la voz de Rossi.

– Bueno, creo que con eso terminamos, Ben.

– Entonces, quiero salir de aquí.

– Ann lo sacará en un minuto. -El ruido se detuvo tan bruscamente como había empezado y el silencio fue un alivio enorme. Sentía que me latían los oídos. Oí voces de nuevo, voces distantes, los técnicos del laboratorio, seguramente.

– Todo listo, señor Ellison -dijo la voz de Ann mientras hacía correr la plataforma. Espero por Dios que esté bien.

– ¿Disculpe? -dije.

– Dije que ya estamos listos. -Se estiró para soltar la correa de la cabeza y luego desprendió el Velero que me aseguraba los tobillos y las muñecas.

– Estoy bien -dije-. Excepto la audición. Supongo que la recuperaré en un par de días…

Ann me miró con suma atención, el ceño fruncido, y luego dijo:

– Va a estar bien, no se preocupe. -Me ayudó a bajar de la plataforma. -No estuvo tan mal, ¿no es cierto? -dijo mientras me daba la mano para ponerme de pie. No funcionó, no funcionó.

– ¿Qué es lo que no funcionó?

Ella me miró otra vez, intrigada. Dudó un momento y después dijo:

– Todo está bien.

La seguí afuera hacia donde estaba Rossi, de pie, las manos en los bolsillos del traje, relajado, esperando.

– Gracias, Ben -dijo-. Bueno, está usted limpio. No hay sorpresas. Las imágenes de computadora, las fotos de la actividad eléctrica de su cerebro, indican que fue usted sincero en todo menos cuando le pedí que mintiera.

Luego se volvió para buscar en una pila de archivos. Yo me acerqué a la silla para buscar mis cosas y lo oí murmurar algo sobre Truslow.

– ¿Y Truslow? -dije.

Él se volvió, sonriendo, contento.

– ¿Qué quiere decir con eso?

– ¿Estaba usted hablándome? -pregunté.

Me miró unos segundos, los ojos muy abiertos. Sacudió la cabeza. Los ojos seguían mirándome, fríos, atentos.-Olvídelo -dije, pero yo lo había oído. Estábamos a no más de dos metros, no me estaba engañando. Algo sobre Truslow. Tal vez no se había dado cuenta de que hablaba en voz alta.

Me dediqué a recoger mis cosas de la mesa: las monedas, el cinturón y todo eso. Rossi dijo otra vez, tan claro como la primera vez:

¿Es posible?

Lo miré y no dije nada.

¿Funcionó?, llegó la voz de Rossi otra vez, algo indistinta, algo distante pero…

…esta vez estaba bien seguro…

…su boca no se había movido…

No había dicho ni una palabra. La idea fue abriéndose camino en mí, lenta, segura, y sentí que se me congelaba el estómago.

PARTE II. EL TALENTO

El Pentágono ha gastado millones de dólares, según estos nuevos informes, en proyectos secretos de investigación de los fenómenos extrasensoriales que tratan de establecer si es posible aumentar el poder de la mente humana para realizar diversos actos de espionaje…

The New York Times, 10 de enero de 1984.

FINANCIAL TIMES

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Europa teme un régimen nazi

en la destrozada Alemania

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POR ELIZABETH WILSON

EN BONN

En la carrera de tres hombres hacia el poder en Alemania, el señor Jurgen Krauss, líder del renacido Partido Nacional Socialista Alemán parece estar superando tanto al candidato moderado, el líder del Partido Demócrata Cristiano, Wilhelm Vogel, como al respaldado…

En la estela de la caída del mercado de valores alemán y la depresión siguiente hay miedos cada vez más extendidos en toda Europa de que vuelva a resurgir una nueva forma de nazismo…

12

Nos miramos uno al otro por un momento.

En los largos meses que han pasado desde ese instante, nunca pude explicar este aspecto a nadie, no satisfactoriamente. Ni siquiera a mí mismo.

Oí la voz de Charles Rossi casi con tanta claridad, con tanta exactitud, como si me hubiera hablado.

Aunque no era exactamente como si me hubiera hablado en voz alta. El timbre era diferente, en la misma forma en que una comunicación telefónica suena diferente de una voz en directo. Un poco menos clara, un poco distante, un poco borrosa, como una voz que se escucha a través de la pared de un motel barato.

Había una diferencia inconfundible entre la voz hablada de Rossi y su… ¿cómo llamarla?… su voz "mental", su voz pensada. La voz hablada era más rígida; la mental, más suave, más dulce, más redonda.

Podía oír los pensamientos de Rossi.

Mi cabeza empezó a latir, un dolor horrendo, terrible, en la sien derecha. Todo lo que había en la habitación -Rossi, su asistente que me miraba con la boca abierta, las máquinas, las chaquetas de goma del laboratorio colgadas de ganchos junto a la puerta- estaba rodeado de un aura multicolor. Me empezó a picar la piel, una sensación desagradable que cambiaba de caliente a frío, y sentí que me subía una ola de náuseas desde el estómago.

Hay volúmenes y volúmenes escritos sobre el tema de la percepción extrasensorial y los fenómenos psíquicos, y la vasta mayoría de esos trabajos es directamente una estupidez -lo sé, los he leído prácticamente todos-, y sin embargo, no hay ni un teórico que haya especulado lo que yo sentí en ese instante.

Yo oía sus pensamientos.

No todos sus pensamientos, claro, o me hubiera vuelto loco hace ya mucho. Sólo algunos, cosas que entraban en su mente con la suficiente urgencia, con la suficiente intensidad.

O por lo menos, eso fue lo que entendí mucho después.

Pero en ese momento, en ese momento de revelación súbita, no comprendí todo como lo entiendo ahora. Lo único que supe, y de eso estaba seguro, era que había oído algo que Rossi no había dicho en voz alta. Eso me llenó de un miedo sin límites.

Estaba al borde de un precipicio y tenía que luchar para no perder la razón completamente.

Me convencí de que algo se había roto en mí con un chasquido, de que se había quebrado un hilo de mi cordura, de que las fuerzas magnéticas de la máquina generadora de imágenes me habían hecho algo terrible, de que habían precipitado en mí una crisis nerviosa, de que estaba perdiendo mi contacto con la realidad.

Así que respondí de la única forma en que podía: la negación total. Ojalá pudiera decir que fui inteligente, o astuto, decir que ahí mismo, en ese primer momento, comprendí que debía mantener en secreto absoluto mi nueva percepción, pero no sería cierto. Mi instinto era el de preservar, por lo menos, una apariencia de cordura, el de no dejar que Rossi supiera que estaba oyendo "cosas".

Él fue el que habló primero, la voz muy tranquila.

– No dije nada de Truslow.

Me estaba interrogando, curioso, me miraba a los ojos desde una distancia incómoda, demasiado estrecha.

– Me pareció, Charlie -dije lentamente-. Me equivoqué.

Me volví hacia la mesa, reuní mi billetera, mis llaves, mis monedas, mis lapiceras, y empecé a ponérmelas en el bolsillo. Mientras lo hacía, retrocedí casualmente, alejándome de él. El dolor de cabeza se intensificó, el sudor frío también. Tenía una jaqueca en pleno.

– No dije nada de nada -repitió Rossi, la voz monótona.

Yo sonreí, asentí, sin decir nada. Quería sentarme en alguna parte, atarme un trapo en la cabeza y apretarlo con fuerza hasta que desapareciera el dolor.

Él me miró otra vez, los ojos penetrantes, profundos y…

… y un murmullo: ¿Lo tiene?

– Bueno, si esto es todo por hoy… -dije con jovialidad forzada.

Rossi me miraba, lleno de sospechas. Parpadeó una vez, dos, y dijo:

– Bueno, todavía no. Tenemos que sentarnos y hablar por unos minutos.

– Mire. Tengo un dolor de cabeza terrible. Una migraña, estoy seguro.

Estaba por lo menos a tres o cuatro metros, poniéndome la chaqueta. Rossi seguía mirándome como si yo fuera una boa constrictor enrollándome y desenrollándome en el medio de sudormitorio. En el silencio, traté de oír otro de esos murmullos, esas voces leves.

Nada.

¿Me lo habría imaginado? ¿Eran alucinaciones, como el aura brillante que rodeaba todos los objetos de la habitación? ¿Volvería en mí ahora, después de ese desvío momentáneo de la razón?

– ¿Suele tener migrañas? -me preguntó Rossi.

– Jamás. Seguramente fue la prueba.

– Eso es imposible. Nunca pasó antes, ni aquí ni en los generadores de imágenes de los hospitales.

– Bueno -dije-, sea como sea, tengo que volver a la oficina.

– No terminamos todavía -me explicó, volviéndose hacia mí.

– Temo que…

– No será mucho tiempo… Ya vuelvo.

Salió en dirección a la otra habitación, la de las computadoras. Yo lo miré acercarse a uno de los técnicos y decir algo, rápido, furtivo. El técnico le dio una cantidad de papeles con cuadros.