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Corrí y corrí, haciendo muecas de dolor, seguramente gimiendo en voz alta pero sin bajar la velocidad, hasta que elcamino dobló y quedé en un cruce que había visto al llegar, y mientras subía por el camino oscuro, estrecho, vi un par de faros que venían hacia mí.

El auto se movía no demasiado rápido pero tampoco con lentitud, un Honda. Lo vi cuando se acercó y pensé en llamarlo pero era un riesgo.

Había venido de la ruta principal, pero yo sabía que en mi situación tenía que ser cuidadoso. Cuando bajé la velocidad, los faros aumentaron la luz, me cegaron y luego apareció otro par detrás, luces altas también, y de pronto, estaba atrapado entre dos vehículos, el Honda y otro, uno estadounidense que me había bloqueado por detrás.

Giré en redondo pero me tenían atrapado y luego aparecieron otros dos en la oscuridad, los frenos al rojo, aullando, junto a los demás.

Estaba ciego frente a cuatro pares de faros y volví a girar, pensando en una forma de huir, pero sabiendo que era imposible. Después oí una voz que venía desde uno de los autos.

Un eco en la noche.

– Buen intento, Ben -oí que llegaban las palabras de Toby-. Siempre tan bueno en lo tuyo. Por favor, entra.

Estaba rodeado de hombres que me apuntaban y de autos, y bajé la Ruger lentamente.

Toby estaba sentado en la parte trasera de una camioneta cubierta, una de las últimas en llegar. Hablaba a través de la ventanilla cerrada.

– Lo lamento mucho -dijo-. Buen intento, de todos modos.

28

Me llevaron en un auto del gobierno, un sedán azul Chrysler hasta Crystal City, en Virginia. Entramos en un edificio de oficinas sin identificación con un garaje subterráneo. Yo sabía que la CIA tenía varios edificios así en Crystal City y sus alrededores: obviamente éste era uno de ellos.

El conductor me escoltó por el ascensor hasta el sexto piso y me acompañó por un pasillo de aspecto gubernamental, pintado de un castaño típico. HABITACIÓN 706 decían las curvas negras sobre el vidrio translúcido. Una recepcionista me mostró una oficina interior, donde me presentaron a un neurólogo barbudo, hindú, de unos cuarenta años, el doctor Sanjay Mehta.

Sin duda se preguntará por qué no traté de leer los pensamientos del conductor en el ascensor, o de la gente que pasamos en el corredor, del neurólogo y demás. La respuesta es que sí traté. El conductor era empleado de la Agencia, y no tenía ninguna información, como el anterior. No averigüé nada con él. Todo lo que supe caminando por el pasillo fue que estaba en un edificio de la cía donde se hacían trabajos científicos y técnicos.

Con el doctor Mehta, las cosas fueron diferentes. Cuando le di la mano, oí: ¿Oye mis pensamientos?

Dudé un momento, pero había decidido no disimular y contesté en voz alta:

– Sí, sí.

Hizo un gesto indicándome una silla y pensó: ¿Oye los pensamientos de todos?

– No -le dije-. Sólo los que…

Sólo los que tienen una intensidad particular… como los que vienen acompañados de emociones violentas, ¿correcto?, oí.

Sonreí y asentí.

Oí una frase de algo en un lenguaje que no entendí, y que supuse era de su país.

Por primera vez, me habló en voz alta:

– No habla usted hindi, ¿verdad, señor Ellison? -Su inglés tenía acento británico.

– No.

– Soy totalmente bilingüe, es decir que puedo pensar en hindú o en inglés. Lo que está diciéndome es que no entiende lo que pienso cuando pienso en hindú. Lo oye pero no lo entiende, ¿verdad?

– Cierto.

– Pero no oye todo lo que pienso, por supuesto -siguió diciendo-. Hace unos minutos pensé unas cuantas cosas, en hindú y en inglés. Tal vez cientos de "pensamientos" si es que se puede categorizar así el flujo de procesamiento de ideas. Pero usted oyó sólo lo que yo pensé con fuerza.

– Supongo que eso es cierto.

– ¿Puede sentarse un momento, por favor?

Asentí otra vez.

Se levantó del escritorio y abandonó la habitación, cerrando la puerta detrás.

Me quedé sentado unos minutos, inspeccionando la colección de pisapapeles, recuerditos de plástico que había en el escritorio, de esos que producen nieve cuando uno los da vuelta. Y entonces, recibí otro pensamiento. Esta vez el timbre era el de una voz de mujer, agudo y angustiado.

Mataron a mi esposo. A Jack, Dios mío, Dios, mataron a Jack, oí.

Un minuto después, volvió el doctor Mehta.

– ¿Y bien? -dijo.

– Lo oí bien.

– ¿Oír qué?

– Una voz de mujer, que pensaba que habían matado a su marido -contesté-. El nombre del marido es Jack.

El doctor Mehta suspiró, un suspiro audible. Asintió en silencio. Después de un silencio largo, me preguntó:

– ¿Y?

– ¿Y qué?

– No "oyó" nada ahora, ¿no es cierto? -Dio a la palabra "oyó" el mismo giro que le daba yo mentalmente.

– Silencio -dije.

– Ah, pero la de antes fue una mujer, sí. Eso es interesante. Yo habría pensado que usted sólo escuchaba los sentimientos de alguien angustiado. Pero usted no percibe sentimientos, sólo oye palabras.

– Correcto.

– ¿Puede decirme exactamente lo que oyó?

Se lo repetí.

– Exactamente -dijo-. Excelente. ¿Distingue usted entre lo que oye y lo que "oye"?-El… supongo que el timbre es diferente. La sensación de la voz -traté de explicarle-. Es como la diferencia entre un susurro y una voz alzada. O… como cuando uno se acuerda de una conversación a veces, inflexiones y entonaciones, y todo eso. Percibo una voz hablada. Pero es diferente de la voz audible.

– Interesante -dijo. Se levantó, tomó uno de sus recuerdos de las cataratas del Niágara de su escritorio, y jugó con él mientras caminaba de un lado al otro, más allá del escritorio. -Pero no oyó la primera voz.

– No sabía que hubiera habido otra voz.

– Hubo otra, de un hombre, del otro lado de la pared, pero le pedimos que pensara con placidez. La segunda era una mujer, en la misma habitación y las instrucciones fueron que conjurara un pensamiento horripilante y lo pensara con cierta intensidad. La habitación es a prueba de ruidos. El tercer intento, que usted dice que no oyó, vino de la mujer pero esta vez a cien metros en el pasillo, en otra habitación.

– Usted dice que la mujer "conjuraba" los sentimientos -dije-. ¿Es decir que no mataron a su marido?

– Correcto.

– ¿Lo cual significa que no distingo entre pensamientos genuinos y fingidos?

– Se podría decir eso, sí -respondió Mehta-. Interesante, ¿verdad?

– "Interesante" me parece una palabra demasiado tonta para lo que siento.

Pasamos más o menos una hora haciendo pruebas diseñadas para determinar la sensibilidad de mi "don", la fuerza de las emociones que era capaz de escuchar, la distancia a la que tenía que estar la persona, y demás.

Finalmente, el doctor se arriesgó a darme una explicación.

– Como usted ya se habrá imaginado -dijo el doctor Mehta-, lo que produjo este resultado en su cerebro fue el efecto magnético del generador de imágenes. -Encendió un Camel. El cenicero era un souvenir de un lugar llamado Wall Drug en Dakota del Sur.

Exhaló una nube de humo que al parecer le permitía pensar con más concentración.

– No sé mucho de usted, sólo que es abogado o algo así y que antes trabajaba en la Agencia. No quiero saber más. En cuanto a mí, soy el jefe de siquiatría de la CIA.

– ¿Detectores de mentiras, pruebas sicológicas y demás?

– Básicamente. Estoy seguro de que mi personal le hizo pruebas antes de mandarlo a la Granja, antes de enviarlo a la misión que le asignaron, y al final, cuando usted se retiró del servicio. Han retirado su archivo así que no podría saber más sobre usted aunque quisiera. Y no quiero. -Otra nube de humo, después siguió hablando. -Pero si espera que yo le diga mucho sobre su capacidad para leer la mente, lamento desilusionarlo. Cuando Toby Thompson vino a verme hace unos años, pensé que estaba loco.

Yo sonreí.

– Francamente, no soy de los que creen en la percepción extrasensorial. No porque haya algo demasiado extraño en esa percepción en sí misma, eso no. Hay bastantes pruebas que sugieren que ciertas especies animales poseen la habilidad de comunicarse de esa forma, ya sean perros o delfines. Pero nunca vi nada que sugiriera que los seres humanos también pueden hacerlo, por lo menos fuera de ciertas anécdotas no demasiado creíbles.

– Supongo que ahora habrá cambiado de idea -dije.

Él rió.

– Los pensamientos recorren el cerebro humano en el hipocampo y la corteza del lóbulo frontal. Un colega, Robert Galambos, tiene la teoría de que el pensamiento "proviene" de las células gliales, no de las neuronas, ¿oyó hablar del cerebro de Broca?

Le dije que había escuchado el término pero no sabía lo que significaba.

– El cirujano francés Pierre-Paul Broca descubrió un área del cerebro humano donde se produce el lenguaje, un área en el lóbulo frontal izquierdo. El área de Broca es el lugar donde se asienta el mecanismo del habla. Otro lugar, conocido como el área Wernicke, es donde reconocemos y procesamos el habla. Esa área también está en los lóbulos temporal y parietal izquierdos. Estoy postulando la idea de que cuando una de esas dos áreas, posiblemente la de Wernicke, se altera de cierta forma, aunque fuera sutilmente, a través del magnetismo poderoso de un generador de imágenes por resonancia magnética, las neuronas se realinean. Y eso le permite a usted "oír" las ondas de radio de baja frecuencia emitidas por otras áreas de Broca. Hace tiempo que sabemos que el cerebro produce esas señales eléctricas. Lo que usted está haciendo, supongo, es recibirlas. Eso es todo. ¿Sabe que a veces nos podemos "oír" pensar, como en la voz hablada?