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– ¿Podemos vernos para tomar algo?

– ¿No puede esperar?

– No. ¿Hofbraühaus en media hora?

Atkins contestó con rapidez y sarcasmo.

– ¿Por qué no la Embajada de los Estados Unidos?

Lo entendí y sonreí. Molly me miraba, preocupada. Le hice in gesto para tranquilizarla.

– En Leopold -dijo y colgó. Sonaba perturbado.

Leopold, yo lo sabía -y él sabía que yo lo sabía-, significaba Leopoldstrasse, en Schwabing, una región al norte de la ciudad. Eso significaba el Englischer Garten, un lugar lógico para encontrarse, y específicamente, el Monopteros, un templo clásico, construido a principios del siglo XIX sobre una colina del parque. Un buen lugar para una "cita ciega", como la llamamos nosotros los espías.

En lugar de tomar el subte directamente desde la estación de trenes, cosa que me parecía riesgosa, salimos de la estación y caminamos sin rumbo, en círculos, hacia Marienplatz, la plaza central. Siempre llena de gente y presidida por la monstruosidad gótica de la nueva Municipalidad, la fachada gris como de pan de jengibre, iluminada de noche a toda luz, una visión espantosa. Al sudoeste, una tienda de aspecto bárbaro y moderno que destruía completamente la unidad arquitectónica de la plaza, que a pesar de lo fea que siempre había sido, al menos era gótica.

En algunas cosas, Alemania no había cambiado desde mi última visita. La multitud que esperaba como ganado frente a un semáforo en rojo sobre Maxburgstrasse, a pesar de que no se veía ni un sólo automóvil y todos podrían haber cruzado sin problemas, me hacía sentir seguro. La leyes eran leyes allí. Un joven levantó un pie, desesperado de impaciencia, como un caballo que descansa un casco en el aire, pero ni siquiera con su desesperación iba a violar la etiqueta social.

Por otra parte, en muchas cosas, Alemania había cambiado,y drásticamente. Las multitudes de Marienplatz eran más ruidosas y más amenazadoras que los amables y educados clientes de siempre. Pelados neonazis acechaban en pequeños grupos despectivos, lanzando epítetos raciales a los que pasaban. Los graffiti cubrían parte de los edificios góticos, que siempre habían estado tan limpios. Ausländer raus! y Kanacken raus!, "Fuera los extranjeros" con insultos de distinta intensidad; Tod alien Juden und dem Ausländerpack!, "Muerte a los judíos y las hordas extranjeras"; Deutschland ist stärker ohne Europa, "Alemania es más fuerte sin Europa". Había ataques contra los ex alemanes del Este: Ossis Parasiten. En un color fluorescente que brillaba como el día, sobre un restaurante elegante, una evocación de viejos tiempos: Deutschland für Deutsche, "Alemania para los alemanes". Y un grito de dolor y esperanza: Für mehr Menschlichkeit, gegen Gewalt!, es decir, "Más humanidad, menos violencia".

Docenas de personas sin hogar dormían sobre cartones en los bancos. Muchos negocios estaban tapiados con madera, había vidrieras rotas sin arreglar y locales abandonados. Wegen Geschaftsaufgabe alie Waren 30% billiger!, decía un carteclass="underline" Cerramos, liquidación 30% de descuento.

Munich parecía una ciudad fuera de control. Me pregunté si el país entero, en la crisis económica más profunda desde los días anteriores a la llegada de Hitler al poder, no estaría exactamente igual.

Molly y yo tomamos el subte desde Marienplatz hasta Münchner Freiheit y nos abrimos paso a través de los caminos asfaltados del Englischer Garten, junto al lago artificial, cerca de la Torre China. Pronto localizamos el Monopteros, todo columnas y capiteles labrados. Lo rodeamos en silencio. En los sesenta, el Monopteros había sido un lugar preferido por los manifestantes y la gente de la calle. Ahora parecía el punto de reunión de adolescentes, vestidos con camperas de cuero y tachas o con uniformes de secundaria como los estadounidenses.

– ¿Por qué crees que el dinero está en Munich? -me preguntó Molly-. La capital financiera de Alemania, ¿no es Frankfurt?

– Sí. Pero Munich es el centro manufacturero. La capital industrial y también la capital de Bavaria. La verdadera ciudad del dinero. A veces, se la llama la capital secreta de Alemania.

Era temprano, o mejor dicho, Atkins llegó tarde, en su Ford Fiesta viejo, apenas unas planchas de metal sostenidas por cinta aisladora. Tenía la radio a todo volumen o tal vez era una cinta. Donna Summer con el viejo clásico: Ella tiene que trabajar muy duro por dinero. En París, recordaba yo, Kent había demostrado un gusto vergonzoso por las discotecas. La música desapareció sólo cuando él detuvo el auto por completo. La máquina tembló una vez antes de parar a unos ciento cincuenta metros.

– Lindo auto -le grité cuando lo vi acercarse-. Muy gemütlich.

– Muy cagado -me devolvió él, sin sonreír. Tenía una gran tensión en la cara, la misma que había habido en la voz un rato antes. Atkins tenía unos cuarenta y cinco años, un hombre flexible con una cabellera prematuramente blanca que contrastaba con las cejas oscuras y espesas. Tenía una cara larga, delgada y casi nada de labios, pero de todos modos era muy buen mozo. También era homosexual, lo cual hizo difícil su carrera durante mucho tiempo (los grandes de Langley se han liberado de muchos prejuicios sólo hace muy pero muy poco, por cierto).

Había envejecido desde los tiempos de París. Tenía ojeras grandes, oscuras, que hablaban de noches de insomnio. No había sido de los que se preocupan, pero algo lo obsesionaba ahora, y yo sabía de qué se trataba.

Empecé por presentárselo a Molly pero él no quería saber nada con contactos sociales. Sacó una mano y me apretó el hombro.

– Ben -dijo, con los ojos llenos de alarma-, mira Ben, sal de aquí enseguida. Sal de Alemania, corriendo. No puedo dejar que me vean contigo. ¿Dónde estás parando?

– En Vier Jahreszeiten -mentí.

– Demasiado público, demasiado vulnerable. Yo no me quedaría en esta ciudad si fuera tú.

– ¿Por qué?

– Eres un PNG. -Persona no grata.

– ¿Aquí?

– En todas partes.

– ¿Y?

– Estás en la lista. Hay que buscarte.

– ¿Es decir?

Atkins dudó, miró a Molly, después a mí, como si nos pidiera permiso para contestar. Yo asentí.

– Cauterización.

– ¿Qué? -En la jerga de la Agencia, un agente comprometido o identificado debe "cauterizarse", es decir, se lo saca a los empellones de una situación de peligro por su propia protección. Pero muchas veces, cada vez más en realidad, el término se usa con ironía, y entonces significa que los empleadores de un agente van a arrestarlo porque lo consideran peligroso para la organización.Atkins me estaba diciendo que había órdenes que exigían que cualquier funcionario de la Agencia que me viera en el mundo me redujera y me llevara a los cuarteles generales.

– Es una D-Sin. -Eso significaba una DDCín, una directiva del director de la Central de Inteligencia.

– Ordenes de algún desgraciado que se llama Rossi, en la Agencia. ¿Qué estás haciendo aquí? -Ahora, había empezado a moverse con rapidez, seguramente un reflejo inconsciente, por el miedo. Lo seguimos, Molly en una especie de media carrera. Ella escuchaba y me dejaba a mí las palabras y las preguntas.

– Necesito ayuda, Kent.

– Dije que qué estás haciendo aquí. ¿Estás loco?

– ¿Cuánto sabes de esto?

– Me dijeron que tal vez te me acercaras. ¿Estás solo en esto o que?

– Estoy solo desde que me fui a la universidad a aprender leyes. No es nuevo que no pertenezco a la Agencia.

– Pero ahora estás en el juego otra vez -insistió él-. ¿Por qué?

– Me obligaron.

– Eso dicen todos. No se puede abandonar esto.

– A la mierda con eso. Yo lo abandoné. Un tiempo.

– Dicen que te pusieron en un programa experimental súper confidencial. Una investigación o algo así, algo que aumentaba la utilidad que puedes prestarles. No sé lo que significa. Los rumores son varios.

– Los rumores son bario -dije. Entendió enseguida: "bario" es un término inspirado en la kgb que indica información falsa que se da a gente de la que se sospecha, para detectar a los dobles agentes, exactamente lo que se hace con el bario en la gastroenterología.

– Tal vez -dijo él-. Pero tienes que esconderte, Ben. Ella también. Los dos. Desaparecer. Sus vidas están en peligro.

Cuando llegamos a un lugar desierto, un grupo de árboles junto a un camino polvoriento, me detuve.

– Ya sabes lo de muerte de Ed Moore…

El parpadeó.

– Sí. Le hablé la noche anterior.

– Me dijo que estabas asustadísimo.

– Exageró.

– Pero sí estás asustado, Kent. Tienes que decirme lo que sabes. Le diste documentos a Moore…

– ¿De qué estás hablando?

Molly, que se daba cuenta de la reticencia de mi amigo, anunció de pronto:-Voy a dar un paseo. Necesito aire fresco. -Me tocó la nuca con el dorso de la mano antes de partir.

– Él mismo me lo contó, Kent -seguí diciendo-. Nunca salió de mí, eso puedes creerlo. No tenemos tiempo. ¿Qué sabes? ¿Qué sabes de todo esto?

Él se mordió el labio. Frunció el ceño. Tenía la boca convertida en una línea recta, un arco apenas inclinado hacia abajo en los bordes. Consultó el reloj, un falso Rolex.

– Los documentos que le di a Ed no son prueba suficiente -dijo Kent.

– Pero tú sabes más, ¿verdad?

– No tengo nada escrito. Ningún documento. Todo lo que sé es de oído.

– A veces ésa es la información más valiosa, Kent. A Ed Moore lo mataron por esto. Tengo algo de información que puede serte útil…