Creo que lo que tienen que decirte te aliviará del peso terrible que has estado llevando desde hace tantos años.
Tú no fuiste responsable de la muerte de tu primera esposa, Ben, en ningún sentido. Y esta pareja te lo confirmará. Ojalá hubiera podido compartir esto contigo cuando estaba vivo. Por varias razones, no podía.
Pronto lo comprenderás. Alguien -creo que fue La Rochefoucauld o uno de esos aforistas franceses del siglo XVII- lo dijo con mejores palabras: "Rara vez podemos perdonar a quienes nos han ayudado".
Y una última referencia literaria, una cita de "Generación" de Elliot: "Después de semejante conocimiento, ¿qué perdón?".
Con todo mi amor,
Papá.
57
Las lágrimas corrían por las mejillas de Molly. Se mordía los labios. Parpadeó una vez y miró la nota, después levantó la vista hacia mí. Yo no sabía por dónde empezar, qué preguntarle. Así que la rodeé entre mis brazos, la apreté con fuerza, un gesto largo, y no dije nada por un rato. Sentí que le temblaban las costillas en medio de sus sollozos callados. Después de un minuto o dos, respiró mejor y se separó de mí. Le brillaban los ojos y durante un instante la suya era la misma mirada que tenía la nena de cuatro años en la fotografía.
– ¿Por qué? -dijo, por fin.
– ¿Por qué… qué?
Sus ojos buscaron los míos, los exploraron, pero seguía en silencio, como tratando de decidir por sí misma lo que había querido decir realmente.
– La fotografía -dijo.
– Un mensaje. ¿Qué otra cosa podría ser?
– No crees… ¿no crees que podría ser un regalo simple, directo, un regalo del corazón?
– Tú dímelo, Molly. ¿Te parece que él era así?
Ella suspiró, meneó la cabeza
– Papi era maravilloso, pero nadie habría podido decir que era directo. Creo que fue su amigo James Jesús Angleton el que le enseñó a ser críptico.
– De acuerdo. ¿Dónde estaba la casa de tu abuela en el Canadá?
Ella meneó la cabeza.
– Dios, Ben, yo tenía cuatro, cuatro años. Pasamos una semana ahí. Casi no me acuerdo nada.
– Piensa -insistí.
– No puedo, ¡no puedo! Quiero decir, ¿en qué puedo pensar? No sé dónde era. En algún lugar del Canadá, probablemente en Quebec. ¡Dios!
Le puse las manos a los dos lados de la cara, le mantuve quieta la cabeza, la miré directamente a los ojos.
– ¿Qué quieres…? Basta, Ben.-Por lo menos, trata…
– Tratar… ¡Ey, un momento! Habíamos hecho un trato, ¿te acuerdas? Me aseguraste… me prometiste que no ibas a tratar de leer mis pensamientos.
… trem… trembl… tembla?
Era un fragmento, una palabra o un sonido. Lo escuché de pronto.
– ¿Temblar?
Ella me miró.
– No, no estoy temblando. -No entendía. -¿Qué quieres…?
– Trembl, trembla…
– ¿Qué…?
– ¡Concéntrate! Trembl, trembla…
– ¿De qué hablas?
– No lo sé -dije-. Buenos, sí. Te oí, te oí pensar…
Ella me miró, un poco desafiante, un poco sorprendida. Después, un momento apenas, dijo:
– Realmente no tengo idea…
– Trata. Piensa, Molly. Temblar. ¿Trembley? El Canadá. Tu abuela. ¿Trembley, o algo así? ¿Cuál era el nombre de tu abuela?
Ella meneó la cabeza.
– No. Abuela Hale, le decíamos. Ellen Hale. El abuelo se llamaba Frederick. Nadie se llamaba Trembley en la familia.
Suspiré.
– De acuerdo. Trem. Canadá…
…tromblon…
– Hay algo más -dije-. Estás pensando… o tal vez vocalizando, no sé, algo, un pensamiento, un nombre, algo que tu mente consciente no entiende todavía.
– ¿Qué…?
Yo estaba impaciente y la interrumpí:
– ¿Qué es "tromblon"?
– ¿Qué…? Ah, Dios… Tremblant. Lac Tremblant…
– ¿Qué?
– La casa estaba en un lago en Quebec. Ahora me acuerdo. Lac Tremblant. A los pies del monte Tremblant, una montaña hermosa. La casa estaba en Lac Tremblant. ¿Cómo lo supiste?
– Tú te acordabas. No lo suficiente para ponerlo en palabras, para decirlo, pero estaba ahí, en tu cerebro. Probablemente oíste el nombre una docena de veces cuando eras chica y lo guardaste en tu cabeza.
– ¿Y crees que es importante?
– Creo que es crucial. Crucial. Creo que es la razón por la que tu padre te dejó la fotografía, una foto que ninguna otra persona puede reconocer Un lugar que seguramente no está en ningún archivo. Así, si alguien llegaba a la caja como sea, no hubiera sido más que un callejón sin salida. Lo único que hubieran podido hacer es una identificación de la gente de la foto, nada más, nada en absoluto.
– Yo tampoco hice mucho más.
– Supongo que él contaba contigo para rastrear el lugar, para ponerlo otra vez en tu memoria. El mensaje era para ti. Tu padre lo dejó para que lo encontraras.
__Y…
– Y fueras allá…
– ¿Crees que que es ahí donde están los documentos?
– No me sorprendería -Me puse de pie, me arreglé el pantalón y la chaqueta
– ¿Qué estás haciendo?
– No quiero perder ni un minuto
– ¿Adonde7 ¿Adonde vamos?
– Tú te quedas aquí -dije, mirando la sahta
– ¿Crees que aquí estoy a salvo?
– Dile al gerente del banco que usaremos la habitación el resto del día Nadie debe entrar Si tenemos que pagar un adicional, no hay problema Una sala en la bóveda de un banco, no vamos a conseguir un lugar más seguro, por lo menos no ahora -Me volví para irme.
– ¿Adonde vas? -me llamó Molly
En lugar de contestarle, le mostré la dirección del sobre.
– Espera. Necesito un teléfono, un teléfono y un fax.
– ¿Para qué?
– Tú consigúemelos, Ben.
La miré sorprendido, asentí, y salí de la habitación.
Rué du Cygne, la calle del cisne, era una callecita silenciosa a unas cuadras del Marché des Innocents, el gran mercado central de París, el lugar que Emile Zola llamó le ventre de París, el vientre de París. Después de que el viejo barrio desapareció a fines de la década del 60, crecieron una serie de estructuras pantagruélicas y modernosas y feas, incluyendo Le Forum des Halles, galerías y restaurantes y la mayor estación de subtes del mundo entero
El número 7 era un edificio de departamentos viejo, de fines del siglo pasado, oscuro y cuadrado y húmedo adentro La puerta del departamento 23 era de una madera gruesa pero agrietada que hacía mucho había estado pintada y ahora era gris.
Mucho antes de llegar al segundo piso, oí el ladrido amenazador de un perro grande desde adentro del departamento Me acerque y golpeé.
Después de mucho rato, mientras el ladrido se hacia mas histérico e insistente, oí pasos lentos, el caminar de un viejo o una vieja, y luego un crujido de cadenas de metal, seguramente de alguien sacándole la cadena a la puerta.
Luego, la puerta se abrió de golpe.
Durante un instante, la fracción de un segundo apenas, fue como estar dentro de una película de terror: los pasos, el ruido de las cadenas, y luego la cara de la criatura que ahora estaba de pie en las sombras junto a la puerta abierta.
Era una mujer. Las ropas eran las de una vieja, y ella estaba encorvada, tenia cabello largo, plateado, y anudado en un moño. Pero la cara era casi increíblemente horrenda, una masa de grietas y valles y granos que rodeaban un par de ojos amables y una boca torcida, pequeña y deforme.
Me quede de pie, impresionado, en silencio. Aunque hubiera querido hablar, no sabia un solo nombre, nada mas que una dirección. Me acerque y sin decir una palabra le mostré el pedazo amarillo de sobre En el fondo, desde las profundidades del departamento, el perro gimió y se movió con furia.
Ella tampoco dijo nada, lo miro, se volvió y se alejo por el pasillo.
Unos segundos después, vino un hombre a la puerta Un hombre de alrededor de setenta años Alguna vez había sido fuerte, tal vez hasta robusto, eso era evidente, y el cabello gris había sido negro como ala de cuervo Ahora era frágil y caminaba rengueando, la larga cicatriz en un lado de la cara, en la linea de la mandíbula, que antes había sido de un rojo feo e inflamado, se había convertido ahora en una raya blanca, pálida. Los quince años transcurridos lo habían envejecido terriblemente.
Ahí estaba, frente a mi, el hombre cuya cara y figura yo no olvidaría nunca. El hombre cuya cara y figura había visto una y otra vez, noche tras noche.
El hombre que había visto salir renguenado por la calle Jacob quince años atrás.
– Asi que -dije con mas calma de la que hubiera creído posible-, asi que usted es el hombre que mato a mi esposa.
58
No me acordaba de haberle visto los ojos, que eran de un gris azulado y acuático, ojos vulnerables que no parecían los de un especialista en "trabajos sucios" de la kgb, los del hombre que había despachado a mi hermosa y joven esposa disparándole un tiro al corazón sin pensarlo ni dos veces.
Me acordaba solamente de la cicatriz delgada y roja en la mandíbula, de la cabellera negra y furiosa, de la camisa cazadora, de la renguera.
Un futuro desertor, un empleado de la kgb en la estación de París, que se identificó como "Victor", tiene información para vender, información que según dice ha descubierto en los archivos en Moscú. Algo que tiene que ver con el criptónimo