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– Ya ves -dijo Moore con amabilidad-, hay bastante información Y te diré que no sé si parte de ella no debería haberse quedado enterrada en Lubyanka

– ¿Qué quieres decir con eso?

Él suspiró

– ¿Sabes qué es el Club de los Miércoles, verdad?

Yo asentí El Club de los Miércoles era un encuentro socialregular de hombres y mujeres que habían pasado por las filas de la cIa directores y directores de estación y demás que disfrutaban la compañía de otros como ellos y almorzaban juntos en un restaurante francés de Washington todos los miércoles Los más jóvenes en la Agencia lo llamaban el Club de los Fósiles

– Bueno, se habla mucho sobre lo que está saliendo de lo que era la Unión Soviética

– ¿Algo útil?

– ¿Útil? -Me miró con firmeza, como un buho, por sobre el marco de los anteojos. -¿Te parecería útil recibir pruebas documentales irrefutables de que la Unión Soviética arregló el asesinato de John F Kennedy?

Yo me quedé mirándolo por un momento y después sacudí la cabeza

– No creo que Oliver Stone se sintiera feliz con eso

Él dejó escapar una carcajada

– Pero por un segundo te lo creíste, ¿,eh?

– Conozco tu sentido del humor

Él rió unos momentos más y luego levantó los anteojos sobre la nariz

– Ya tuvimos generales de la Stasi y la kgb que trataron de vendernos información sobre agentes rusos en todo el mundo Nombres de personas que trabajaban para ellos

– Eso me parece importante

– Tal vez, en sentido histórico -dijo Moore, y se sacó los anteojos Se masajeó la nariz con un dedo -Pero, ¿a quién puede importarle saber quién era un viejo Rojo que cooperó» hace treinta años con un gobierno que ya no existe?

– Estoy seguro de que hay gente a la que le importa

– Sin duda A mí no me interesa Hace unos meses en uno de nuestros almuerzos de los miércoles oí una historia sobra, Vladimir Orlov. -El ex jefe de la kgb

– Más precisamente el último jefe de la kgb, antes de qua, la gente de Yeltsin la destruyera ¿Adónde te imaginas que puede ir un tipo así cuando le mueven el suelo que pisa?

– ¿A Paraguay, a Brasil?

Moore se rió

– El señor Orlov era inteligente No hizo nada semejante a quedarse cerca de su dacha en Moscú hasta que el gobierno ruso lo enviara a juicio por hacer su trabajo lo mejor posible Se fue al exilio

– ¿Pero dónde?

– Ese es el problema -Ed sacó un grupo de papeles abrochados, de la mesa y me lo entregó Era una fotocopia de un cable de un funcionario de la cIa en la estación de Zurich informando de la aparición de un tal Vladimir I Orlov, antiguo jefe de la kgb soviética, en un cafe de Sihlstrasse

El hombre estaba acompañado por Sheila McAdams, asístente ejecutiva del director de la cIa, Harrison Sinclair El cable tenía menos de un mes

– No estoy seguro de entender -dije

– Tres días antes de la muerte de Hal Sinclair, su asistente ejecutiva y bueno, espero no estar revelándote nada nuevo amante, Sheila McAdams, se encontró en Zúrich con el ex jefe de la kgb

– La cita parece haber sido cosa de Sinclair

– Seguramente estaban negociando algo

– Por supuesto -dijo Moore, impaciente- Al día siguiente, el nombre de Vladimir Orlov desapareció de todos los bancos de datos de la cIa, por lo menos de los accesibles a todos, excepto los que seguían a disposición de los cinco o seis funcionarios superiores Y luego, Orlov desapareció de Zurich No sabemos adonde fue Fue como si Orlov hubiera ayudado en algo a Hal a cambio de que él lo sacara de nuestros sonares, de nuestra vista Pero nunca sabremos lo que pasó Dos días después, Sheila murió asesinada en ese callejón de Georgetown Y al día siguiente, Hal murió en ese horrendo "accidente"

– ¿Y quién pudo haberlos matado?

– Eso, querido Ben, es exactamente lo que le gustaría saber a Alex Truslow -El fuego se estaba apagando, y Moore lo sacudió, distraído -Hay confusión en la Agencia Una confusión terrible Una terrible lucha por el poder

– ¿ Entre…

– Escúchame Europa está hecha un lío Inglaterra y Francia están muy mal, y Alemania está en medio de una depresión o algo así El fantasma de los elementos nacionalistas y sus guerras es…

– Sí, pero ¿qué tiene que ver eso con…

– Se dice -no es más que charla, eso es cierto, pero es charla entre jubilados de la Agencia de conexiones impecables- que ciertos elementos de la Agencia encontraron una forma de insinuarse en el caos de Europa

– Eso es demasiado vago, Ed

– Sí -dijo él, con una voz tan severa que me asustó- Ciertos elementos… insinuarse… y esas frasesitas que usamos cuando sabemos que todo es parte de un rumor Pero el punto es que los viejos, que deberían estar jugando al golf y disfrutando de sus martims secos, están muy asustados. Amigos míos que alguna vez dirigieron la organización hablan deenormes sumas de dinero que cambiaron de mano en Zúrich…

– ¿En pago a lo de Vladimir Orlov, quieres decir? -interrumpí-. ¿O es que él nos pagó a nosotros por la protección?

– ¡El dinero no es el punto! -Los dientes demasiado parejos de Ed eran de un color amarillo, demasiado amarillo.

– ¿Y cuál es el punto entonces? -le pregunté con amabilidad.

– Digamos que no empezamos a desenterrar lo que causa el olor a podrido, no todavía. Cuando lo hagamos, tal vez la cIa se una a la kgb en las cenizas de la historia.

Nos quedamos sentados un rato en silencio. Yo estaba a punto de preguntar: ¿Sería tan malo eso? cuando vi la expresión en la cara de Moore. Su rostro estaba pálido como la tiza.

– ¿Qué piensa Kent Atkins?

Se quedó callado medio minuto por lo menos.

– No lo sé, Ben. Kent está aterrorizado. Me preguntó a mí qué estaba sucediendo.

– ¿Y qué le dijiste?

– Que no importa lo que estén tratando de hacer los renegados de la Agencia en Europa, no va a ser sólo contra los europeos. Nosotros también estamos involucrados. El mundo entero está involucrado. Y tiemblo al pensar en el tipo de conflagración que puede producirse.

– ¿Qué quieres decir, específicamente?

Él no me prestó atención, sonrió una vez, una sonrisa pequeña y triste, y sacudió la cabeza.

– Mi padre murió a los noventa y uno, y mi madre a los ochenta y nueve. La longevidad es un rasgo típico en mi familia. Pero ninguno luchó en la Guerra Fría.

– No entiendo. ¿De qué tipo de conflagración estás hablando?

– En los últimos meses de su mandato, Ben, tu suegro estaba obsesionado con la idea de salvar a Rusia. Estaba convencido de que a menos que la cIa se lo tomara en serio y actuara pronto, las fuerzas de la reacción volverían a tomar Moscú. Y entonces, la Guerra Fría sería un dulce recuerdo. Tal vez estaba muy metido en algo cuando murió. -Apretó el puño pequeño y manchado, y lo apoyó un momento contra sus labios tensos. -Corremos riesgos los que trabajamos para la cIa. La tasa de suicidios es muy alta, como bien sabes.

Asentí.

– Y aunque es raro que alguien muera en la línea de fuego, a veces pasa. -Su voz se suavizó un tanto. -Eso también lo sabes.-¿Tienes miedo de que te maten?

Otra sonrisa, un movimiento de cabeza.

– Ya estoy cerca de los ochenta. No pienso vivir el resto de mis años con un guardia armado junto a la cama. Eso, suponiendo que me dieran uno. No veo ninguna razón para vivir enjaulado.

– ¿Te amenazaron?

– No, para nada. Son los esquemas que veo los que me preocupan.

– ¿Esquemas…?

– Dime, ¿quién sabía que venías a verme?

– Molly.

– ¿Nadie más?

– Nadie.

– Pero, claro, está el teléfono.

Lo miré con cuidado, preguntándome si la paranoia lo estaría dominando como a James Angleton en sus últimos años. Moore me miró y al parecer leyó mis pensamientos.

– No te preocupes por mí, Ben. Tengo todos los tornillos puestos. Y tal vez me equivoque en mis sospechas. Si algo me pasa, es porque tenía que pasarme. Pero creo que tengo derecho a estar asustado.

Yo nunca lo había visto verdaderamente asustado y ese miedo tranquilo me ponía muy nervioso.

– Creo que estás exagerando -fue lo único que conseguí decir.

Él sonrió despacio, con tristeza.

– Tal vez. Tal vez no. -Buscó un gran sobre de papel marrón y me lo pasó por encima de la mesa. -Un amigo… o, mejor dicho, el amigo de un amigo… me mandó esto.

Abrí el sobre y saqué una fotografía en colores sobre papel brillante.

Me llevó unos segundos reconocer la cara, pero apenas lo hice, me dieron ganas de vomitar.

– Dios mío -dije. Estaba horrorizado.

– Lo lamento, Ben. Pero tenías que saberlo. Esta fotografía aclara todas las dudas sobre cómo murió Hal Sinclair.

Yo lo miré confundido, mareado.

– Tal vez Alex Truslow -me dijo- sea la última oportunidad que tiene nuestra Compañía. Es valiente y está tratando de limpiar a la cIa de todo esto, de este… cáncer, digamos, que la aflige.

– ¿Te parece que las cosas son así realmente?

Moore miró el reflejo de la habitación en los paneles oscuros de las ventanas. Tenía los ojos fijos en alguna parte, muy lejos.

– Hace muchos años, Alex y yo éramos analistas jóvenes en Langley y teníamos un supervisor que sabíamos que estaba manipulando una misión, exagerando mucho el peligro que representaba un grupo de extrema izquierda italiano, para poder conseguir el doble de presupuesto para sus operaciones. Alex lo llamó, y se lo dijo. El tipo tenía pelotas. Alex tenía una clase de integridad que parecía fuera de lugar, casi extraña, en un lugar tan cínico como la Agencia. Me acuerdo de que su abuelo era un ministro presbiteriano de Connecticut de quien él debe de haber heredado ese tipo de empecinamiento ético. Y… ¿sabes algo? La gente lo respeta por eso.