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Sombra, trémula sombra de las voces. estatuas derribadas en la luna. ¿Cómo decir, camelia, la menos flor entre las flores, cómo decir tus blancas geometrías?
¿Cómo decir, oh Sueño, tu silencio en voces?

MAR POR LA TARDE

Altos muros del agua, torres altas, aguas de pronto negras contra nada, impenetrables, verdes, grises aguas, aguas de pronto blancas, deslumbradas.
Aguas como el principio de las aguas, como el principio mismo antes del agua, las aguas inundadas por el agua, aniquilando lo que finge el agua.
El resonante tigre de las aguas, las uñas resonantes de cien tigres, las cien manos del agua, los cien tigres con una sola mano contra nada.
Desnudo mar, sediento mar de mares, hondo de estrellas si de espumas alto, prófugo blanco de prisión marina que en estelares límites revienta,
¿qué memorias, deseos prisioneros, encienden en tu piel sus verdes llamas? En ti te precipitas, te levantas contra ti y de ti mismo nunca escapas.
Tiempo que se congela o se despeña, tiempo que es mar y mar que es lunar témpano, madre furiosa, inmensa res hendida y tiempo que se come las entrañas.

ELEGÍA INTERRUMPIDA

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Al primer muerto nunca lo olvidamos, aunque muera de rayo, tan aprisa que no alcance la cama ni los óleos. Oigo el bastón que duda en un peldaño, el cuerpo que se afianza en un suspiro, la puerta que se abre, el muerto que entra. De una puerta a morir hay poco espacio y apenas queda tiempo de sentarse, alzar la cara, ver la hora y enterarse: las ocho y cuarto.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. La que murió noche tras noche y era una larga despedida, un tren que nunca parte, su agonía. Codicia de la boca al hilo de un suspiro suspendida, ojos que no se cierran y hacen señas y vagan de la lámpara a mis ojos, fija mirada que se abraza a otra, ajena, que se asfixia en el abrazo y al fin se escapa y ve desde la orilla cómo se hunde y pierde cuerpo el alma y no encuentra unos ojos a que asirse… ¿Y me invitó a morir esa mirada? Quizá morimos sólo porque nadie quiere morirse con nosotros, nadie quiere mirarnos a los ojos.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Al que se fue por unas horas y nadie sabe en qué silencio entró. De sobremesa, cada noche, la pausa sin color que da al vacío o la frase sin fin que cuelga a medias del hilo de la araña del silencio abren un corredor para el que vuelve: suenan sus pasos, sube, se detiene… Y alguien entre nosotros se levanta y cierra bien la puerta. Pero él, allá del otro lado, insiste. Acecha en cada hueco, en los repliegues, vaga entre los bostezos, las afueras. Aunque cerremos puertas, él insiste.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Rostros perdidos en mi frente, rostros sin ojos, ojos fijos, vaciados, ¿busco en ellos acaso mi secreto, el dios de sangre que mi sangre mueve, el dios de yelo, el dios que me devora? Su silencio es espejo de mi vida, en mi vida su muerte se prolonga: soy el error final de sus errores.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. El pensamiento disipado, el acto disipado, los nombres esparcidos (lagunas, zonas nulas, hoyos que escarba terca la memoria), la dispersión de los encuentros, el yo, su guiño abstracto, compartido siempre por otro (el mismo) yo, las iras, el deseo y sus máscaras, la víbora enterrada, las lentas erosiones, la espera, el miedo, el acto y su reverso: en mí se obstinan, piden comer el pan, la fruta, el cuerpo, beber el agua que les fue negada.
Pero no hay agua ya, todo está seco, no sabe el pan, la fruta amarga, amor domesticado, masticado, en jaulas de barrotes invisibles mono onanista y perra amaestrada, lo que devoras te devora, tu víctima también es tu verdugo. Montón de días muertos, arrugados periódicos, y noches descorchadas y en el amanecer de párpados hinchados el gesto con que deshacemos el nudo corredizo, la corbata, y ya apagan las luces en la calle – saluda al sol, araña, no seas rencorosa- y más muertos que vivos entramos en la cama.
Es un desierto circular el mundo, el cielo está cerrado y el infierno vacío.

LA POESÍA

Llegas, silenciosa, secreta, y despiertas los furores, los goces, y esta angustia que enciende lo que toca y engendra en cada cosa una avidez sombría.
El mundo cede y se desploma como metal al fuego. Entre mis ruinas me levanto, solo, desnudo, despojado, sobre la roca inmensa del silencio, como un solitario combatiente contra invisibles huestes.
Verdad abrasadora, ¿a qué me empujas? No quiero tu verdad, tu insensata pregunta. ¿A qué esta lucha estéril? No es el hombre criatura capaz de contenerte, avidez que sólo en la sed se sacia, llama que todos los labios consume, espíritu que no vive en ninguna forma mas hace arder todas las formas.
Subes desde lo más hondo de mí, desde el centro innombrable de mi ser, ejército, marea. Creces, tu sed me ahoga, expulsando, tiránica, aquello que no cede a tu espada frenética.
Ya sólo tú me habitas, tú, sin nombre, furiosa substancia, avidez subterránea, delirante.
Golpean mi pecho tus fantasmas, despiertas a mi tacto, hielas mi frente, abres mis ojos.
Percibo el mundo y te toco, substancia intocable, unidad de mi alma y de mi cuerpo, y contemplo el combate que combato y mis bodas de tierra.
Nublan mis ojos imágenes opuestas, y a las mismas imágenes otras, más profundas, las niegan, ardiente balbuceo, aguas que anega un agua más oculta y densa. En su húmeda tiniebla vida y muerte, quietud y movimiento, son lo mismo.
Insiste, vencedora, porque tan sólo existo porque existes, y mi boca y mi lengua se formaron para decir tan sólo tu existencia y tus secretas sílabas, palabra impalpable y despótica, substancia de mi alma.
Eres tan sólo un sueño, pero en ti sueña el mundo y su mudez habla con tus palabras. Rozo al tocar tu pecho la eléctrica frontera de la vida, la tiniebla de sangre donde pacta la boca cruel y enamorada, ávida aún de destruir lo que ama y revivir lo que destruye, con el mundo, impasible y siempre idéntico a sí mismo, porque no se detiene en ninguna forma ni se demora sobre lo que engendra.
Llévame, solitaria, llévame entre los sueños, llévame, madre mía, despiértame del todo, hazme soñar tu sueño, unta mis ojos con aceite, para que al conocerte me conozca.