TUS OJOS
Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima,
silencio que habla,
tempestades sin viento, mar sin olas,
pájaros presos, doradas fieras adormecidas,
topacios impíos como la verdad,
o toño en un claro del bosque en donde la luz canta en el
hombro de un árbol y son pájaros todas las hojas,
playa que la mañana encuentra constelada de ojos,
cesta de frutos de fuego,
mentira que alimenta,
espejos de este mundo, puertas del más allá,
pulsación tranquila del mar a mediodía,
absoluto que parpadea,
páramo.
RELÁMPAGO EN REPOSO
Tendida,
piedra hecha de mediodía,
ojos entrecerrados donde el blanco azulea,
entornada sonrisa.
Te incorporas a medias y sacudes tu melena de león.
Luego te tiendes,
delgada estría de lava en la roca,
rayo dormido.
Mientras duermes te acaricio y te pulo
hacha esbelta,
flecha con que incendio la noche.
El mar combate allá lejos con espadas y plumas.
ESCRITO CON TINTA VERDE
La tinta verde crea jardines, selvas, prados,
follajes donde cantan las letras,
palabras que son árboles,
frases que son verdes constelaciones.
Deja que mis palabras desciendan y te cubran
como una lluvia de hojas a un campo de nieve,
como la yedra a la estatua,
como la tinta a esta página.
Brazos, cintura, cuello, senos,
la frente pura como el mar,
la nuca de bosque en otoño,
los dientes que muerden una brizna de yerba.
Tu cuerpo se constela de signos verdes
como el cuerpo del árbol de renuevos.
No te importe tanta pequeña cicatriz luminosa:
mira al cielo y su verde tatuaje de estrellas.
VISITAS
A través de la noche urbana de piedra y sequía
entra el campo a mi cuarto.
Alarga brazos verdes con pulseras de pájaros,
con pulseras de hojas.
Lleva un río de la mano.
El cielo del campo también entra,
con su cesta de joyas acabadas de cortar.
Y el mar se sienta junto a mí,
extendiendo su cola blanquísima en el suelo.
Del silencio brota un árbol.
Del árbol cuelgan palabras hermosas
que brillan, maduran, caen.
En mi frente, cueva que habita un relámpago…
Pero todo se ha poblado de alas.
EL CÁNTARO ROTO
La mirada interior se despliega y un mundo de vértigo y
llama nace bajo la frente del que sueña:
soles azules, verdes remolinos, picos de luz que abren astros
como granadas,
tornasol solitario, ojo de oro girando en el centro de una
explanada calcinada,
bosques de cristal de sonido, bosques de ecos y respuestas y
ondas, diálogo de transparencias,
¡viento, galope de agua entre los muros interminables de una
garganta de azabache,
caballo, cometa, cohete que se clava justo en el corazón de la
noche, plumas, surtidores,
plumas, súbito florecer de las antorchas, velas, alas, invasión
de lo blanco,
pájaros de las islas cantando bajo la frente del que sueña!
Abrí los ojos, los alcé hasta el cielo y vi cómo la noche se
cubría de estrellas.
¡Islas vivas, brazaletes de islas llameantes, piedras ardiendo,
respirando, racimos de piedras vivas,
cuánta fuente, qué claridades, qué cabelleras sobre una
espalda obscura,
cuánto río allá arriba, y ese sonar remoto de agua junto al
fuego, de luz contra la sombra!
Harpas, jardines de harpas.
Pero a mi lado no había nadie.
Sólo el llano: cactus, huizaches, piedras enormes que estallan
bajo el sol.
No cantaba el grillo,
había un vago olor a cal y semillas quemadas,
las calles del poblado eran arroyos secos
y el aire se habría roto en mil pedazos si alguien hubiese gritado:
¿ quién vive?
Cerros pelados, volcán frío, piedra y jadeo bajo tanto esplendor,
sequía, sabor de polvo,
rumor de pies descalzos sobre el polvo, ¡y el pirú en medio del
llano como un surtidor petrificado!
Dime, sequía, dime, tierra quemada, tierra de huesos remolidos,
dime, luna agónica,
¿no hay agua,
hay sólo sangre, sólo hay polvo, sólo pisadas de pies desnudos
sobre la espina,
sólo andrajos y comida de insectos y sopor bajo el mediodía
impío como un cacique de oro?
¿No hay relinchos de caballos a la orilla del río, entre las
grandes piedras redondas y relucientes,
en el remanso, bajo la luz verde de las hojas y los gritos de los
hombres y las mujeres bahándose al alba?
El dios-maíz, el dios-flor, el dios-agua, el dios-sangre, la Virgen,
¿todos se han muerto, se han ido, cántaros rotos al borde de
la fuente cegada?
¿Sólo está vivo el sapo,
sólo reluce y brilla en la noche de México el sapo verduzco,
sólo el cacique gordo de Cempoala es inmortal?
Tendido al pie del divino árbol de jade regado con sangre,
mientras dos esclavos jóvenes lo abanican,
en los días de las grandes procesiones al frente del pueblo,
apoyado en la cruz: arma y bastón,
en traje de batalla, el esculpido rostro de silex aspirando
como un incienso precioso el humo de los fusilamientos,
los fines de semana en su casa blindada junto al mar, al lado
de su querida cubierta de joyas de gas neón,
¿sólo el sapo es inmortal?
He aquí a la rabia verde y fría y a su cola de navajas y vidrio
cortado,
he aqui al perro y a su aullido sarnoso,
al maguey taciturno, al nopal y al candelabro erizados, he
aquí a la flor que sangra y hace sangrar,
la flor de inexorable y tajante geometría como un delicado
instrumento de tortura,
he aquí a la noche de dientes largos y mirada filosa, la noche
que desuella con un pedernal invisible,
oye a los dientes chocar uno contra otro,
oye a los huesos machacando a los huesos,
al tambor de piel humana golpeado por el fémur,
al tambor del pecho golpeado por el talón rabioso,
al tam-tam de los tímpanos golpeados por el sol delirante,
he aqui al polvo que se levanta como un rey amarillo y todo lo
descuaja y danza solitario y se derrumba
como un árbol al que de pronto se le han secado las raíces,
como una torre que cae de un solo tajo,
he aquí al hombre que cae y se levanta y come polvo y se
arrastra,
al insecto humano que perfora la piedra y perfora los siglos y
carcome la luz,
he aquí a la piedra rota, al hombre roto, a la luz rota.
¿Abrir los ojos o cerrarlos, todo es igual?
Castillos interiores que incendia el pensamiento porque otro
más puro se levante, sólo fulgor y llama,
semilla de la imagen que crece hasta ser árbol y hace estallar el cráneo,
palabra que busca unos labios que la digan,
sobre la antigua fuente humana cayeron grandes piedras,
hay siglos de piedras, años de losas, minutos espesores sobre la fuente humana.
Dime, sequía, piedra pulida por el tiempo sin dientes, por el hambre sin dientes,
polvo molido por dientes que son siglos, por siglos que son hambres,
dime, cántaro roto caído en el polvo, dime,
¿la luz nace frotando hueso contra hueso, hombre contra
hombre, hambre contra hambre,
hasta que surja al fin la chispa, el grito, la palabra,
hasta que brote al fin el agua y crezca el árbol de anchas hojas de turquesa?