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al perro asirio.

RUINA

Sin cncontrarse,

viajero por su propio torso blanco,

¡así iba al aire!

Pronto se vio que la luna

era una calavera de caballo

y el aire una manzana oscura.

Detrás de la ventana

con látigos y luces se sentía

la lucha de la arena con el agua.

Yo vi llegar las hierbas

y les eche un cordero que balaba

bajo sus dientecillos y lancetas.

Volaba dentro de una gota

la cáscara de pluma y celuloide

de la primer paloma.

Las nubes en manada

se quedaron dormidas contemplando

el duelo de las rocas con el alba.

Vienen las hierbas, hijo.

Ya suenan sus espadas de saliva

por el cielo vacío.

Mi mano, amor. ¡Las hierbas!

Por los cristales rotos de la casa

la sangre desató sus cabelleras.

Tú sólo y yo quedamos.

Prepara tu esqueleto para el aire.

Yo sólo y tú quedamos.

Prepara tu esqueleto.

Hay que buscar de prisa, amor, de prisa,

nuestro perfil sin sueño.

LUNA Y PANORAMA DE LOS INSECTOS

(POEMA DE AMOR)

La luna en el mar riela,

en la lona gime el viento

y alza en blando movimiento

olas de plata y azul.

ESPRONCEDA.

Mi corazón tendría la forma de un zapato

si cada aldea tuviera una sirena.

Pero la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos

y hay barcos que buscan ser mirados para poder hundirse tranquilos

Si el aire sopla blandamente mi corazón tiene la orma de una niña.

Si el aire se niega a salir de los cañaverales

mi corazón tiene la forma de una milenaria boñiga de toro.

Bogar, bogar, bogar, bogar,

hacia el batallón de puntas desiguales,

hacia un paisaje de acechos pulverizados.

Noche igual de la nieve, de los sistemas suspendidos.

Y la luna.

¡La luna!

Pero no la luna.

La raposa de las tabernas,

el gallo japonés que se comió los ojos,

las hierbas masticadas.

No nos salvan las solitarias en los vidrios,

ni los herbolarios donde el metafísico

encuentra las otras vertientes del cielo.

Son mentira las formas. Sólo existe

el círculo de bocas del oxígeno.

Y la luna.

Pero no la luna.

Los insectos,

los muertos diminutos por las riberas,

dolor en longitud,

yodo en un punto,

las muchedumbres en el alfiler,

el desnudo que amasa la sangre de todos,

y mi amor que no es un caballo ni una quemadura,

criatura de pecho devorado.

¡Mi amor!

Ya cantan, gritan, gimen: Rostro, ¡Tu rostro! Rostro.

Las manzanas son unas,

las dalias son idénticas,

la luz tiene un sabor de metal acabado

y el campo de todo un lustro cabrá en la mejilla de la moneda.

Pero tu rostro cubre los cielos del banquete.

¡Ya cantan!, ¡gritan!, ¡gimen!,

¡cubren!, ¡trepan!, ¡espantan!

Es necesario caminar, ¡de prisa!, por las ondas, por las ramas,

por las calles deshabitadas de la edad media que bajan al río,

por las tiendas de las pieles donde suena un cuerno de vaca herida

por las escalas, ¡sin miedo!, por las escalas.

Hay un hombre descolorido que se está bañando en el mar;

es tan tierno que los reflectores le comieron jugando el corazón.

Y en el Perú viven mil mujeres, ¡oh insectos!, que noche y día

hacen nocturnos y desfiles entrecruzando sus propias venas.

Un diminuto guante corrosivo me detiene. ¡Basta!

En mi pañuelo he sentido el tris

de la primera vena que se rompe.

Cuida tus pies, amor mío, ¡tus manos!,

ya que yo tengo que entregar mi rostro,

mi rostro, ¡mi rostro!, ¡ay, mi comido rostro!

Este fuego casto para mi deseo,

esta confusión por anhelo de equilibrio,

este inocente dolor de pólvora en mis ojos,

aliviará la angustia de otro corazón

devorado por las nebulosas.

No nos salva la gente de las zapaterías,

ni los paisajes que se hacen musica al encontrar las llaves oxidadas.

Son mentira los aires. Sólo existe

una cunita en el desván

que recuerda todas las cosas.

Y la luna.

Pero no la luna.

Los insectos,

los insectos solos,

crepitantes, mordientes, estremecidos, agrupados,

y la luna

con un guante de humo sentada en la puerta de sus derribos.

¡¡La luna!!

Nueva York, 4 de enero de 1930

VII

VUELTA A LA CIUDAD

Para Antonio Hernández Soriano.

NEW YORK

OFICINA Y DENUNCIA

Debajo de las multiplicaciones

hay una gota de sangre de pato.

Debajo de las divisiones

hay una gota de sangre de marinero.

Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;

un río que viene cantando

por los dormitorios de los arrabales,

y es plata, cemento o brisa

en el alba mentida de New York.

Existen las montañas, lo sé.

Y los anteojos para la sabiduría,

lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.

He venido para ver la turbia sangre,

la sangre que lleva las máquinas a las cataratas

y el espíritu a la lengua de la cobra.

Todos los días se matan en New York

cuatro millones de patos,

cinco millones de cerdos,

dos mil palomas para el gusto de los agonizantes.

un millón de vacas,

un millón de corderos

y dos millones de gallos

que dejan los cielos hechos añicos.

Más vale sollozár afilando la navaja

o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías

que resistir en la madrugada

los interminables trenes de leche,

los interminables t renes de sangre,

y los trenes de rosas maniatadas

por los comerciantes de perfumes.

Los patos y las palomas

y los cerdos y los corderos

ponen sus gotas de sangre

debajo de las multiplicaclones;

y los terribles alaridos de las vacas estrujadas

llena n de dolor el valle

donde el Hudson se emborracha con aceite.

Yo denuncio a toda la gente

que ignora la otra mitad,

la mitad irredimible

que levanta sus montes de cemento

donde laten los corazones

de los animalitos que se olvidan

y donde caeremos todos

en la última fiesta de los taladros

Os escupo en la cara.

La otra mitad me escucha

devorando, cantando, volando en su pureza

come los niños de las porterías

que llevan frágIles palitos

a los huecos donde se oxidan

las antenas de los insectos.

No es el infierno, es la calle.

No es la muerte, es la tienda de frutas.

Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles

en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,

y yo oigo el canto de la lombriz

en el corazón de muchas niñas.

Óxido, fermento, tierra estremecida.

Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.