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—¿Lo pasado?

—Sí... hay cosas interesantes en lo pasado. A veces saltan de las sombras espectros olvidados que nos recuerdan otros tiempos. No se trata de que vea nada en la bola. Ya sé que le está prohibido. Pero cójala en sus manos... así. Mírela. Concéntrese. Hágalo con mayor atención. ¿Empieza a recordar, verdad? ¡Usted recuerda! Usted oye mis palabras! ¡Usted puede contestar mis preguntas! ¿Me oye?

La hermana sostenía la bola de cristal con extraña reverencia. Miraba a su interior con ojos velados, inexpresivos. Poco a poco la cabeza fue cayendo hasta hundir la barbilla en el pecho. Al fin pareció que estaba dormida.

Con extraño cuidado, el doctor Rose le quitó la bola de cristal y la dejó sobre la mesa. Luego de alzarle un párpado, vino a sentarse a mi lado.

—Hemos de esperar a que se despierte. No tardará mucho.

Tuvo razón. Pasados cinco minutos, la hermana Marie Angelique abrió sus ojos soñolientos.

—¿Dónde estoy?

—Aquí, en casa. Ha dormido un poco. Ha soñado usted, ¿verdad?

Asintió.

—Sí, he soñado.

—¿Con la bola de cristal?

—Sí.

—Díganoslo.

—Creerá que estoy loca, monsieur le docteur. En mi sueño la bola era un emblema sagrado, y yo un segundo Cristo muerto por su fe. Mis seguidores eran perseguidos... Pero la fe prevalecía. Sí, durante quince mil lunas llenas... quince mil años.

—¿Cuánto dura una luna llena?

—Trece ordinarias. Sí, durante la luna llena quince mil... yo era sacerdotisa del quinto signo, en la casa de cristal. Luego vienen los primeros días del sexto signo... —frunció las cejas y en sus ojos brilló una mirada de temor. Murmuró—: ¡Demasiado pronto! ¡Demasiado pronto! Un error... Ah, sí, recuerdo. ¡El sexto signo!

Casi se deslizó al suelo. Poco a poco irguió el cuerpo y se pasó una mano por la cara. Entonces murmuró:

—¿Qué he dicho? ¡Oh! He delirado. Esas cosas nunca sucedieron.

—No se preocupe, hermana —le dijo el doctor Rose.

Ella lo miraba con angustiosa perplejidad.

Monsieur le docteur, no comprendo. ¿Por qué he de tener estos sueños, estas fantasías? A los dieciséis años entré en la vida religiosa. Jamás he viajado y, no obstante, sueño con ciudades, gentes desconocidas y costumbres extrañas. ¿Por qué? —se presionó con ambas manos la cabeza.

—¿Recuerda si la han hipnotizado alguna vez, hermana? ¿O caído en estado de trance?

—Nunca he sido hipnotizada, monsieur le docteur. En cuanto a lo otro, mientras rezábamos en la capilla, a menudo mi espíritu parecía desligarse de mi cuerpo, quedando como muerta durante horas. Indudablemente era un estado de gracia, como decía la madre superiora.

—Me gustaría hacer un experimento, hermana —le dijo con tono despreocupado—. Con ello quizá lográsemos despejar estos dolorosos medios recuerdos. Usted mirará otra vez la bola de cristal, y a cada una de las palabras que yo pronuncie me responderá con otra. Prolongaremos la sesión hasta que se canse. Concentre su atención en la bola y no en las palabras.

Mientras, yo alcanzaba la bola de cristal y, al dársela, noté la reverente actitud de la hermana Marie Angelique al cogerla entre sus manos. Sus maravillosos y profundos ojos quedaron fijos en ella. Luego siguió un corto silencio hasta que el doctor dijo:

Podenco.

Inmediatamente la hermana Marie Angelique contestó:

Muerte.

4

Muchas palabras triviales y sin sentido fueron dichas adrede por el doctor Rose, a la vez que repetía otras, obteniendo la misma respuesta, u otra distinta.

Aquella noche, en la casita del médico, sobre la escollera, discutimos el resultado del experimento.

El hombre se aclaró la garganta y cogió su libro de notas.

—Estos resultados son muy interesantes... y muy curiosos. En respuesta a «sexto signo» hemos logrado: destrucción, púrpura, podenco y fuerza; luego destrucción y, finalmente, fuerza. Más tarde invertí el orden de las palabras, como ya advertía y obtuve las siguientes respuestas: a destrucción, podenco; a púrpura, fuerza; a podenco, destrucción y, otra vez, podenco para destrucción. Hasta aquí todo se corresponde, pero en la repetición de destrucción dice mar, que, indudablemente, no encaja. A «sexto signo»: azul, pensamientos, pájaro, otra vez azul, y la sugestiva frase: «Apertura de mente a mente.» «Cuarto signo» logró por respuesta amarillo y, más tarde, luz. A «primer signo» corresponde sangre. Esto me induce a pensar en que cada signo tiene un color propio, y quizás un símbolo particular. Para el quinto signo es pájaro, para el sexto, podenco. Sin embargo, supongo que el quinto signo representa lo que llamamos telepatía: «Apertura de mente a mente.» El sexto signo significa destrucción.

—¿Cuál es el significado de «mar»?

—Confieso que no sé explicarlo. Introduje la palabra más tarde, y conseguí por respuesta bote. Para el séptimo signo primero dijo vida, y luego amor. Para el octavo signo la respuesta fue nada. Eso demuestra que los signos son siete.

—¡Pero el séptimo no fue alcanzado! —exclamé con repentina inspiración—. ¡Después del sexto llega destrucción!

—¿Lo cree usted en serio? Me temo que le damos demasiada importancia a tan locos desvaríos. En realidad, sólo tienen un interés puramente médico.

—¿Supone que despertará la curiosidad de los psiquiatras?

Los ojos del doctor Rose se entrecerraron.

—Mi querido señor. No tengo la intención de hacerlo público.

—En ese caso, ¿cuál es su interés?

—Meramente personal. Claro es que tomo notas para mi archivo.

—Comprendo —exclamé por decir algo, cuando en realidad me hallaba más a oscuras que un ciego. Me puse en pie y añadí—: Bien, le deseo buenas noches, doctor. Regreso a la ciudad mañana.

—¿Se marcha?

En su pregunta había satisfacción, quizás alivio.

—Sí. Le deseo buena suerte en sus investigaciones. Espero que no me azuce el podenco de la muerte la próxima vez que nos veamos.

Tenía su mano en la mía mientras le hablaba, y sentí su sobresalto a través de la sacudida que dio. Pero su recuperación fue rápida. Sus labios, al sonreír, dejaron al descubierto largos y puntiagudos dientes.

—Sería una gran cosa para el hombre que ama el poder —comentó—. ¡Qué triunfo más grande disponer de la vida de todos los seres humanos!

Su sonrisa se hizo más amplia.

5

Lo anterior marca el límite de mi relación directa con el asunto que trato.

Posteriormente, el libro de notas del doctor Rose, y también su diario, llegaron a ser míos. Reproduciré algunas de sus anotaciones:

5 agosto

. He descubierto que «elegidos», para la hermana M. A., son aquellos que reprodujeron la raza. Parece ser que eran considerados como los más importantes, incluso mucho más que los sacerdotes: semejante criterio ofrece un fuerte contraste comparado con los antiguos cristianos.

7 agosto

. He logrado que la hermana M. A. consienta ser hipnotizada. Y si bien le provoqué un estado de sueño y trance, no obtuve

comunicación

.

9 agosto

. Existieron civilizaciones en lo pasado muy superiores a la nuestra. Soy el único hombre que sabe la verdad de tan remota vida.

12 agosto

. No se muestra dócil a mis sugerencias en estado hipnótico. Sin embargo, logro fácilmente sumirla en trance. No lo entiendo.

13 agosto

. Hoy ha dicho que en «estado de gracia», la puerta sigue cerrada, a menos que otro dé órdenes al cuerpo. Interesante... pero he fracasado.

18 agosto

. El primer signo no es otra cosa que... (las palabras aparecen borradas). Así, ¿cuántos siglos transcurrieron para llegar al sexto?