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20 agosto

. M. A. seguirá con la enfermera. Ésta, si es preciso, la retendrá mediante el uso de morfina. ¿Estoy loco? ¿O soy un superhombre con el poder de la muerte en mis manos?

(Aquí cesan las anotaciones.)

6

El 29 de agosto recibí una carta manuscrita con desigual caligrafía, y, evidentemente, de un extranjero. La abrí lleno de curiosidad. Decía:

Apreciado monsieur:

Sólo le he visto dos veces, pero sé que puedo confiar en usted. Sean ciertos o no mis sueños, se han vuelto más precisos últimamente... Y, monsieur, de una cosa estoy segura, el "podenco de la muerte" no es un mito. El guardián del cristal reveló el secreto del sexto signo demasiado pronto, y el demonio entró en los corazones de las gentes. Con el poder de la muerte en sus manos, mataron sin causa justificada, ebrios de codicia y poder. Cuando vimos esto, los que éramos puros, comprendimos que no completaría el círculo para llegar al signo de la vida perdurable. Así, el nuevo guardián del cristal viose obligado a actuar. Lo viejo tenía que sucumbir y dar paso, después de interminables épocas, a un estado más perfecto de vida. Por eso lanzó el podenco de la muerte sobre el mar (teniendo cuidado de no cerrar el círculo), y el mar cobró la forma del podenco y se tragó la tierra.

Una vez recordé esto en los peldaños del altar de Bélgica.

El doctor Rose es de la hermandad. Conoce el primer signo y parte del segundo. En cuanto al sexto signo es ignorado de todos, excepto de unos pocos elegidos. Él puede arrancarme el secreto, pues aunque hasta ahora he resistido, me vuelvo débil.

Monsieur, no es bueno que un hombre consiga el poder ahora. Primero deben transcurrir muchos siglos antes de que el mundo esté preparado para la entrega del poder de la muerte a una sola mano. A usted, que ama el bien y la verdad, le imploro que me ayude... antes de que sea demasiado tarde.

Su hermana en Cristo,

MARIE ANGELIQUE.

Dejé caer el papel. La solidez de la tierra bajo mis pies me pareció menos consistente que de costumbre. Pero no tardé mucho en reanimarme. La sincera credulidad de aquella pobre mujer me había conmovido, poniendo al descubierto ante mis ojos la gran falta de ética profesional cometida por el doctor Rose. Y cuando pensaba muy en serio acudir en ayuda de la trastornada monja, advertí entre el resto del correo la presencia de una carta de mi hermana Kitty. Rasgué el sobre.

«Ha ocurrido algo terrible —leí—. ¿Recuerdas la pequeña casita del doctor Rose en la escollera? Fue barrida por un corrimiento de tierras la pasada noche. El doctor y aquella pobre monja, la hermana Marie Angelique, han muerto. El caos de la playa es alucinante. La gran masa de tierra y piedra caída tiene la forma de un enorme podenco...»

La carta cayó de mi mano.

Los otros sucesos quizá sean pura coincidencia. Un hombre apellidado Rose, que resultó ser un rico pariente del doctor, murió de repente la misma noche; según se dijo, a causa de un rayo. Sin embargo, en toda la comarca no hubo tormenta, pese a que un par de personas declararon haber oído un trueno. La descarga dejó en el cadáver una quemadura de «extraña forma». En su testamento, disponía que todos sus bienes pasasen a su sobrino, el doctor Rose.

Si el doctor Rose había logrado que la hermana Marie Angelique le revelase el secreto del sexto signo, no era de extrañar que hubiese matado a su tío —para mí carecía de escrúpulos—. El resto de la tragedia me hizo recordar lo escrito por la monja: «...teniendo cuidado de no cerrar el círculo...» Quizás el doctor Rose menospreció esta necesidad, o ignoraba cómo debía actuar. Así, la fuerza liberada, completaría el circuito...

Lo expuesto no deja de ser una solemne tontería. ¿Cómo dar crédito a ello? Que el doctor Rose creyese en las alucinaciones de la hermana Marie Angelique sólo prueba que también estaba ligeramente desequilibrado. Ahora bien, no es un sueño el continente sumergido en los mares donde los hombres vivieron y forjaron una civilización mucho más avanzada que la nuestra...

¿O tal vez la monja no vea lo pasado, cosa factible según opinan muchos, y la ciudad de los círculos está en lo futuro?

Tonterías... ¡naturalmente! Lo narrado sólo puede ser una alucinación.

La gitana

1

MacFarlane había advertido que su amigo Dickie Carpenter sentía aversión hacia los gitanos. Y sólo llegó a conocer los motivos cuando se anuló el compromiso matrimonial de Dickie y Esther Lawes, que originó algunas confidencias entre los dos hombres.

MacFarlane tenía relaciones con la hermana de Esther, Rachel, desde hacía un año. Conoció a las dos jóvenes durante la infancia. Pero su carácter apocado hizo que tardase algún tiempo en admitir la creciente atracción que el rostro aniñado y la sinceridad de los ojos pardos de Rachel ejercían sobre él. No era una belleza como su hermana; aunque sí más sincera y dulce. El comportamiento de Dickie y la mayor de las hermanas dio vida a crecientes lazos de fraternidad entre los dos hombres.

Después de breves semanas las relaciones amorosas de Dickie y Esther se habían diluido en la nada del olvido. Hasta entonces la vida de su joven amigo había discurrido plácidamente. Su carrera de marino era acertada, pues su amor a las cosas del mar tenía profundas raíces en su ser. De hecho, en sus entrañas palpitaba el primitivo vikingo, cuya mente no es dada a sutilezas románticas. Pertenecía a esa clase de ingleses reñidos con toda manifestación emotiva, y tan torpes a la hora de transformar en palabras corrientes sus procesos mentales.

MacFarlane, un escocés de imaginación céltica, escuchaba y fumaba mientras Dickie se perdía en un mar de palabras. Intuyó la necesidad de un desahogo mental en su amigo, si bien no imaginó que siguiera derroteros tan originales, en los cuales Esther era una estrella apagada. En realidad, el relato se convirtió en una historia de terror infantil.

—Todo empezó en un sueño que tuve de niño —decía Dickie—. No fue una pesadilla; pero desde entonces la gitana estuvo siempre en mis sueños, incluso en esos sueños agradables de niño, con sus fiestas, galletas y cosas por el estilo. Aunque fuese feliz, sabía que de alzar los ojos, la vería allí, en pie, mirándome tristemente, como si ella supiese algo ignorado por mí. No sé por qué me alteraba tanto... pero era así. Al despertarme chillaba aterrorizado y mi niñera decía: «¡Vaya! ¡Dickie vuelve a tener uno de sus sueños de gitanos!»

—¿Te asustó antes la presencia de gitanos, verdad?

—¡Nunca! No los vi hasta mucho tiempo después. Por cierto que fue de un modo extraño. Buscaba a mi perro que había huido. Salí por la puerta del jardín y me interné en el bosque. Entonces vivíamos en New Forest. Llegué a una especie de claro con un puente de madera sobre un arroyo. Junto a él vi a una gitana en pie con un pañuelo rojo anudado a la cabeza, igual que en mis sueños.

»Me asusté. Sus ojos reflejaban aquella tristeza... Como si supiese algo ignorado por mí. De pronto me dijo muy suavemente, inclinando la cabeza: «Yo no pasaría por ahí de ser tú.» Me sentí preso de un pánico cerval y, como una exhalación, pasé por delante de ella hacia el puente. Quizás estuviese podrido. Lo cierto es que se rompió y caí a la fuerte corriente. Tuve que luchar como un desesperado para no ahogarme. Jamás lo he olvidado.

—Ella lo que hizo fue advertirte.

—Comprendo que lo interpretes así —hizo una pausa antes de seguir—. Estos sueños no tienen nada que ver con lo sucedido después, al menos eso creo, pero sí es el punto de partida. Así comprenderás ese estado mío que llamo «sensación de gitana».