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Raoul se encogió de hombros.

—La realidad es que solo te trajo lo contrario —dijo secamente—. Todas las sesiones han sido un notable éxito. El espíritu de la pequeña Amelia se apoderó de ti en seguida, y las materializaciones han sido sorprendentes. El profesor Roche habría dado algo por presenciar la última.

—¡Materializaciones! —exclamó en voz baja—. Dime, Raoul, ¿son las materializaciones realmente tan maravillosas?

El asintió entusiasmado.

—En las primeras sesiones la figura de la niña fue visible en una especie de nebulosa —explicó—. Pero en la última...

—¡Sigue!

La voz de Raoul descendió paulatinamente a un leve susurro.

—Simone, la niña que había allí era una criatura viviente, de carne y hueso. Llegué a tocarla, pero el contacto fue tan agudamente doloroso que no se lo permití a madame Exe. Temí que no supiera controlarse y te produjera un daño irreparable.

Simone volvió de nuevo a la ventana.

—Me hallé totalmente extenuada cuando desperté. Raoul, ¿estás seguro de que obramos bien? Ya sabes lo que dice Elise.

—Conoces mi pensamiento en cuanto a eso, Simone. No obstante, lo desconocido puede encerrar algún peligro pero lo nuestro es una causa noble; es la causa de la ciencia. El mundo conoce a miles de mártires de la ciencia; pioneros que pagaron un alto precio para que otros siguieran trabajando para la ciencia a costa de un terrible desgaste nervioso. Tu parte está hecha, y desde hoy eres libre para seguir otra senda más feliz.

Ella le miró afectuosa, restablecida su tranquilidad. Luego miró su reloj.

—Madame Exe se retrasa —murmuró—. Quizá no venga.

—Supongo que sí —dijo Raoul—. Tu reloj se adelanta un poco.

Simone se entretuvo en arreglar algunos detalles del saloncito.

—Me gustaría saber quién es madame Exe —observó—. ¿De dónde viene? ¿Cuál es su familia? Es raro que no sepamos nada.

Raoul se encogió de hombros.

—La gente suele ampararse en el incógnito cuando visita a una médium. Es una precaución elemental.

—Sí; eso debe de ser —dijo Simone.

Un jarroncillo de porcelana le resbaló de las manos y se hizo añicos en los azulejos de la chimenea. Bruscamente, la joven se volvió a Raouclass="underline"

—Ya lo ves. Estoy nerviosa. ¿Te enojarás si digo a madame Exe que no puedo sentarme hoy?

—Lo prometiste, Simone —repuso suavemente Raoul.

La joven retrocedió hasta la pared.

—No lo haré, Raoul. ¡No lo haré!

El tierno reproche de las pupilas varoniles la hizo parpadear.

—No me importa el dinero, Simone; pero recuerda la enorme suma que esta mujer ha ofrecido por la última sesión.

La joven le contestó casi enojada:

—Hay cosas que importan más que el dinero.

—Ciertamente, las hay. A eso me refería hace un rato, Esa mujer es una madre que ha perdido a su única hija. Si no estás enferma, si sólo es un prejuicio por parte tuya... puedes negarte al capricho de una mujer rica, pero no al deseo de una madre que sólo pretende ver por última vez a su hija.

La médium movió sus manos desesperadamente, como rechazando un dolor.

—¡No me tortures! —suplicó—. Está bien; tienes razón. Lo haré, si bien ahora sé a qué tengo miedo... a la «madre».

—¡Simone!

—Raoul, muchos de los principios elementales de la vida han sido destrozados por la civilización, pero la maternidad no ha sufrido alteración alguna. Y el amor de una madre no admite parangón en este mundo. No conoce ley, ni piedad; se atreve a todo y aplasta cuanto se le opone.

Simone, jadeante, guardó silencio y luego se volvió a él con fugaz y desarmadora sonrisa.

—Estoy tonta hoy, Raoul. Lo sé.

El joven le cogió las manos.

—Acuéstate un poco. Acuéstate mientras llega.

—Está bien —le sonrió antes de salir de la estancia.

Durante un rato, Raoul se sumergió en sus propios pensamientos. Luego caminó a pasos largos hacia la puerta, cruzó el recibidor y entró en una sala muy parecida a la que había dejado. En uno de los extremos había una pequeña alcoba con un enorme sillón en su centro. Pesadas cortinas de terciopelo negro pendían dispuestas a ser corridas delante de la alcoba. Elise arreglaba la sala. Junto a la alcoba se hallaban dispuestas dos sillas y una mesa redonda. Y, sobre ésta, una pandereta, un cuerno, papel y lápices.

—¡La última vez! —exclamó Elise con lúgubre satisfacción—. Oh, monsieur, desearía que ya hubiese terminado.

El agudo sonido del timbre eléctrico resonó en el piso.

—¡Ahí está ese formidable gendarme de mujer! —dijo la vieja sirvienta—. ¿Por qué no reza decentemente por su hija en la iglesia y ofrece un cirio a la Virgen? ¿Acaso no sabe el buen Dios lo que más nos conviene?

—Atienda la llamada, Elise —fue la respuesta de Raoul.

La anciana le miró rencorosa, pero obedeció. Poco después hablaba con la visitante.

—Diré a mi ama que está usted aquí, madame.

Raoul salió al encuentro de madame Exe y le estrechó la mano. Entonces las palabras de Simone acudieron a su memoria: «Manos grandes y fuertes.»

Realmente lo eran. También le pareció exagerado el amplio velo negro que la cubría. Su voz se le antojó cavernosa.

—Temo que me he retrasado algo, monsieur.

—Sólo un poco —dijo sonriente—. Madame Simone descansa. Lamento decirle que no se encuentra muy bien; está nerviosa y trastornada.

Madame Exe, que retiraba su mano, la cerró de pronto sobre la de él.

—Pero se sentará —afirmó rudamente.

—Oh, sí, madame.

Ella dio un suspiro de alivio y se dejó caer en una silla, ahuecando el pesado velo que flotaba a su alrededor.

—Oh, monsieur —murmuró—. Usted no puede imaginarse la maravilla y el gozo que son para mí estas sesiones. ¡Mi pequeñita! ¡Mi Amelia! ¡Verla, oírla... e, incluso, si tiendo la mano tocarla!

Raoul le contestó autoritariamente:

—Madame Exe, en ningún momento hará nada sin mi expresa autorización. Lo contrario sería provocar un grave peligro.

—¿Peligro para mí?

—No, madame. Para la médium. Trataré de explicarle en lenguaje sencillo, sin terminología científica, el fenómeno que se materializa ante nosotros. Un espíritu, para manifestarse, necesita valerse de la sustancia de la médium. ¿Ha visto usted el fluido que sale de los labios de la médium? Ese fluido, al condensarse, construye la semblanza física del espíritu que se posesiona de ella. Por eso creemos que este ectoplasma es la sustancia de la médium. Algún día quizá podamos comprobarlo científicamente. De momento sólo conocemos el dolor que sufre la médium si se manipula con el fenómeno. También suponemos que si alguien cogiese la materialización, la muerte de la médium podría provocarse en el acto.

Madame Exe escuchaba atenta.

—Muy interesante, monsieur. Dígame, ¿no llegará un momento en que la materialización sea tan perfecta que pueda ser aislada de la médium?

—Una especulación fantástica, madame.

Ella insistió.

—Pero no imposible.

—Totalmente imposible hoy por hoy,

—¿Quizás en lo futuro?

La llegada en aquel momento de Simone interrumpió el diálogo. Aunque lánguida y pálida, era evidente que había recuperado el control de sí misma. Estrechó la mano de Madame Exe, y Raoul advirtió su ligero estremecimiento al sentir el contacto.

—Lamento, madame, saber que se halla usted indispuesta —dijo madame Exe.

—No es nada —repuso Simone, no sin cierta brusquedad—. ¿Empezamos?

Se fue a la alcoba, y sentóse en el sillón. Entonces fue Raoul quien sintió los efectos de una onda de temor.

—No estás lo bastante fuerte, querida. Será mejor que cancelemos la sesión, Madame Exe lo comprenderá.

—¡Monsieur! —exclamó ésta levantándose indignada.

—Lo siento, madame. Debemos suspender la sesión.